Más peligro para la humanidad. Cristóbal León Campos
En días pasados, el mundo fue testigo de la ignominia y la sed de sangre del imperialismo estadounidense y el sionismo israelí, la situación en Siria generada por la mano destructora del imperialismo y las contradicciones internas (gobierno-sociedad) propician una nueva grieta en el orden mundial que sólo beneficia al interés capitalista. Occidente, erigido por sí mismo como el definidor del destino de los pueblos, usa la coyuntura para incrementar su asedio a Palestina y profundizar el genocidio, mientras ocupa mayores territorios en Medio Oriente y se prepara para la próxima guerra mundial, la cuál será, con el tiempo, su propia tumba.
Los bombardeos sionistas e imperialistas, la participación de países como Turquía, la imposibilidad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de frenar el avance de la barbarie y la colusión de naciones europeas y de la región en conflicto hacen del escenario una bomba de tiempo que se dirige a la explosión de una guerra mayor de consecuencias impensables, pero que dejaría llagas ya imborrables en la estructura de poder del imperialismo estadounidense, y es que lo que venimos observando es el traspaso del poder imperialista a nuevas figuras y estructuras que irán mutando en los herederos de esa hegemonía, y esa podría ser la estrategia de sobrevivencia del imperialismo estadunidense, que va buscando rutas de salida al resquebrajamiento de su poderío hoy cuestionado y evidenciado. Esto, aunque pudiera parecer lo contrario con las acciones bélicas que observamos, pues la pérdida de capacidad de competir al mismo nivel en el plano comercial contra potencias como China ha llevado a la economía estadounidense a basarse primero en la industria de guerra por encima de cualquier otra, algo que no es nuevo, pero que hoy se observa de forma más clara.
El reparto territorial a través de la invasión y el despojo, la apertura de nuevas rutas comerciales o el afianzamiento de las ya existentes, la dominación de los recursos energéticos y naturales, siembran las semillas de una guerra imperialista que dejaría desbastados a los pueblos en cuestión y que, nuevamente, utilizaría a la clase obrera y a los sectores populares de las naciones participantes como carne de cañón, pues estos conflictos, como muchos otros que hoy acontecen en el mundo, no responden a la protección de la democracia ni el combate al terrorismo y muchos menos al interés o necesidad de los pueblos. Lo que en Siria acontece no es resultado de un proceso de liberación, sino que, muy al contrario, es resultado de la estrategia sionista-imperialista de ocupación utilizando grupos mercenarios, terroristas y antidemocráticos para tomar el poder en las naciones que no responden a los intereses del imperialismo estadunidense. No estamos frente a acciones de liberación, sino que estamos frente a la expansión violenta de la barbarie sionista e imperialista. La caída de Siria, en términos geopolíticos, es un golpe a las resistencias de la región y al dique que impedía un control absoluto por parte de Israel de territorios y recursos palestinos.
No se trata de defender a gobiernos ante lo que acontece, pero sí se trata de defender a los pueblos que constituyen las naciones, y ahora la beligerancia sionista e imperialista de Occidente se llena aún más las manos de sangre, en una alarmante crisis de humanidad que nos acerca más al abismo, uno que la humanidad ya conoce y parece haber olvidado nuevamente, aunque en realidad ese abismo es lo que buscan los genocidas y barbaros que hoy ponen en vilo la sobrevivencia de la humanidad.