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Seminario de primavera 2025. Sesión 5

Política de bloques y multilateralismo

Sesión 5: 25 de mayo de 2025

Tema: Acerca de la paz

Grabación en audio: https://go.ivoox.com/rf/148447757

(Ponencia presentada por Julio Díaz, miembro del Comité AntiOTAN de Alacant; condensada por Montserrat de Luna y Manuel Pardo y ampliada con los comentarios producidos durante el debate)

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Es preciso señalar que la forma de abordar el concepto de paz será examinándolo de forma materialista, es decir, en su relación con una realidad concreta que la favorece o la impide, y no como una idea sin relación con un contexto determinado. Junto a ello, manifestar que la paz es hoy la gran ausente ante la omnipresencia de la guerra. En el momento actual, el viejo orden colonialista-capitalista-imperialista occidental experimenta una profunda crisis e intenta salir adelante siguiendo una lógica belicista. Frente a él, está surgiendo un nuevo orden mundial del que son protagonistas algunas de las antiguas civilizaciones y regiones del mundo que fueron afrontadas y/o sometidas durante siglos por Occidente. En dicha oposición entre el viejo orden y el nuevo, no sólo tienen lugar los conflictos armados, es decir, la guerra convencional desarrollada en el campo de batalla, sino también la guerra que se desarrolla por medios no convencionales como la desestabilización económica, la manipulación ideológica, o el terrorismo. Aproximarse al concepto de paz supondrá, por tanto, situarlo en el contexto de la guerra imperialista que se desenvuelve día a día ante nuestros ojos.

1. El dividendo de la paz

A finales de los 80 y principios de los 90, George Bush, el presidente número 41 de EE. UU., y Margaret Thatcher, la primera ministra británica, popularizaron el eslogan de peace dividend [el dividendo de la paz]. Con él se aludía al beneficio económico que supondría reducir los gastos militares una vez desaparecida la URSS. Sin embargo, este dividendo de la paz no llegó a materializarse. Tampoco hubo un fin de la historia como decía Francis Fukuyama, un apologista estadounidense reclutado por el Departamento de Estado y la RAND Corporation. La realidad de los años 90 fue demostrando que la guerra imperial protagonizada por EE. UU. desde el final de la Segunda Guerra Mundial continuaba su curso histórico en un escenario mundial no exento de resistencias a la dominación occidental, pese a la derrota de la URSS. Varias décadas después, en lugar de un mundo sin guerras, queda el rastro de destrucción y muerte que la potencia imperial de EE. UU. y sus aliados han ido dejando en pos de su hegemonía. Ahí están los ejemplos de Irak, Afganistán, Yugoslavia, Libia, Yemen o Siria: las guerras del llamado mundo unipolar. No solo eso, las resistencias a la hegemonía imperial han ido aumentando y nunca como ahora, desde el final de la II Guerra Mundial, el belicismo ha estado tan presente en distintas partes del mundo. No hay un tal dividendo de la paz, más bien podría decirse que Occidente enarbola con descaro el dividendo de la guerra.

2. La economía de guerra

«Estamos en una época de rearme. Europa está dispuesta a impulsar masivamente su gasto en defensa». Son palabras de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, en la presentación que hizo, a principios de marzo pasado, del Plan ReArm Europe/Readiness 2030 [Rearmar Europa/Preparación 2030]. Este plan, según Von der Leyen, «podría movilizar cerca de 800.000 millones de euros» en los próximos cinco años. Por otra parte, la nueva administración Trump viene exigiendo que los países miembros de la OTAN inviertan anualmente el 5% de su Producto Interior Bruto en gastos relacionados con la defensa, duplicando con creces el 2% previsto hasta ahora. Dadas las distintas particularidades de los países de la Unión Europea y de la OTAN, su evidente heterogeneidad pese a los lazos que les unen, los 800.000 millones de euros de Von der Leyen, junto con el 5% de Trump, parecen una muestra más del delirio de grandeza de las élites occidentales y queda en entredicho que ambos objetivos sean factibles; pero la intencionalidad que les guía es firme y no cabe subestimarlos. Podrían ser los agentes de profundos cambios con implicaciones como las siguientes:

  • claras expectativas de negocio para los sectores especializados en defensa y seguridad así como para las entidades bancarias encargadas de financiar dichos sectores.
  • Incremento de la deuda pública con el consiguiente pago de intereses a cargo de los presupuestos estatales, es decir, transferencia de capitales del sector público al privado, especialmente a la banca.
  • Recortes en servicios públicos por la prioridad dada al rearme en los presupuestos estatales de cada país.

Dicho de otra manera, los principales beneficiarios del rearme serían los integrantes del conglomerado militar-financiero-industrial de cada país y, más específicamente, los fondos de inversión y gigantes financieros con dominio accionarial sobre las principales empresas de armamento occidentales. En paralelo a ello, tendría lugar el empeoramiento de las condiciones de vida de las poblaciones afectadas por los recortes sociales de unos Estados progresivamente endeudados, dependientes y debilitados económicamente. En el caso de Europa, podría ser el ataque último y letal a los restos que quedan del llamado Estado del Bienestar.

3. Construir el enemigo

«Si no estáis prevenidos ante los Medios de Comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido» (Malcom X).

La colonización occidental del espacio post-soviético tras la desaparición de la URSS, junto con la crisis política, económica y social que atenazó a la Federación Rusa durante la década de los 90, fueron frenadas paulatinamente a partir de la llegada a la presidencia rusa de Vladimir Putin en el año 2000. Se podría decir que Occidente tomó conciencia de que había perdido el control sobre Rusia con el discurso que Putin pronunció en la Conferencia de Seguridad de Munich en febrero de 2007. A partir de entonces, la rusofobia occidental, que había tenido ya sus antecedentes históricos en los siglos XIX y XX, volvió a ser atizada en los medios de comunicación occidentales junto con la demonización de Vladimir Putin. Sin esta construcción del enemigo, hubiera sido infructuosa la exitosa infiltración occidental en Ucrania que precedió a la guerra que asola el país desde 2014. Al igual que en otras guerras promovidas por EE. UU. en las últimas décadas, se identifica al enemigo y se inicia el proceso de estigmatización, criminalización y deshumanización que justificará destruirlo. Ese ‘otro’ es el compendio de todos los males, su existencia es absolutamente perversa y, frente al ‘nosotros’ en el que converge todo lo bueno, no tiene derecho a existir: hay que destruirlo. La construcción del enemigo como algo no humano permite su exterminio y es lo que ha justificado todos los genocidios conocidos a lo largo de la Historia, y es lo que sigue estando en la base del genocidio palestino al que estamos asistiendo diariamente.

4. Amenazas y terror para vulnerar la paz

Desde el hundimiento del acorazado Maine, en 1898, hasta los atentados del 11 de septiembre de 2001, la historia imperial está plagada de casus belli fabricados. Atentados de falsa bandera, demonización del enemigo, disciplinamiento social mediante leyes de excepción y anuncios catastrofistas son herramientas recurrentes para justificar guerras. No se trata de caer en simplificaciones conspirativas, pero tampoco de aceptar acríticamente las narrativas del poder. Como advirtió Marx: si las cosas fueran como se presentan, la ciencia entera sobraría. Crisis sanitarias, económicas o ecológicas son también frecuentemente instrumentalizadas para generar control social. Por otra parte, nunca ha dejado de existir la acción terrorista de los diversos servicios secretos usando todo tipo de recursos para provocar la guerra imperialista. No podemos olvidar la experiencia de la Red Gladio, pionera en la guerra sucia desde las cloacas de los servicios secretos militares coordinados por la OTAN. En este terreno, el sionismo actúa como vanguardia y referente inequívoco de todos los servicios secretos de los países imperialistas y de sus prácticas de guerra sucia. La exigencia es clara: analizar estos fenómenos con rigor científico, sin dejarse arrastrar por el negacionismo ni por el alarmismo mediático.

5. Paz y sometimiento: el desarme de la resistencia

A tener en cuenta también que, bajo la excusa de alcanzar una paz definitiva, es decir, haciendo de la paz un señuelo, se ha llegado a desmantelar las capacidades de resistencia popular, incluidas las de las organizaciones armadas revolucionarias, para entregarse con armas y bagajes al enemigo. Bajo la máscara de procesos de paz, el imperialismo ha desmantelado sistemáticamente las capacidades revolucionarias de los pueblos. Las guerrillas centroamericanas en los años 90 o las FARC-EP en Colombia son ejemplos trágicos: tras deponer las armas, sus integrantes fueron exterminados o marginados, mientras las estructuras de dominación se reforzaban. «Paz», en este contexto, es sinónimo de rendición en una lógica donde la “Resistencia” debe ser sometida. Sanciones y bloqueos —como el genocida asedio a Cuba— son la expresión de la guerra económica librada para doblegar soberanías, sometiendo a un pueblo mediante el hambre, la enfermedad y la pobreza, y aniquilando su capacidad de resistencia.

6. El falso pacifismo: la neutralidad como complicidad

Algunos sectores —movimientos antimilitaristas, ONGs o intelectuales— promueven un pacifismo abstracto que, en nombre de la neutralidad, acaba legitimando agresiones imperialistas. Es preciso desvelar este discurso, tener en cuenta que, detrás suyo, suelen operar los servicios de inteligencia occidentales mediante fundaciones y medios de comunicación supuestamente «progresistas». Es preciso denunciar sin ambages a los «filibusteros» que, por ejemplo, justifican la existencia de la OTAN o el derecho a «defenderse» del sionismo. La paz puede convertirse en un eslogan propagandístico enormemente aglutinador y, a la vez, estar carente de efectividad ante el hecho de la guerra.

7. La consigna de la paz

En un contexto histórico como el actual, en el que la guerra podría conllevar la autodestrucción de la humanidad por la existencia y desarrollo de las armas nucleares, la idea de que la humanidad es inherentemente violenta resulta especialmente terrible y justifica la perpetuación de los conflictos. No es posible concebir un mundo en el que pueda haber un espacio de paz si no pensamos en una fórmula internacionalista, como concepto y como práctica política. Esto es un reto porque estamos acostumbrados a sobrevalorar el nacionalismo; que es muy importante, que tiene un impacto tremendo en la gente, pero que mueve fundamentalmente lo emocional, mientras que el internacionalismo no apela a lo emocional, sino a la realidad tangible de las condiciones de vida de las personas. Por tanto, no basta con hacer apelaciones huecas al deseo de la paz; hay que explicar su significado, su importancia y la forma de alcanzarla, combatiendo las narrativas que presentan la violencia como algo inevitable. La paz no debe ser un concepto ingenuo o naif, sino un proyecto político vinculado a la justicia y la solidaridad global. La base de una efectiva defensa de la paz está en la unidad de la lucha contra la guerra imperialista y la solidaridad internacionalista con los pueblos que luchan por su soberanía.

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