Siria, año uno. Pablo Sapag
A un año del cambio de régimen estatal en Siria, la operación se ha revelado como un éxito rotundo para las potencias regionales y globales que participaron en la misma: Israel, Turquía, Qatar, Arabia Saudí, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, la mayoría de los estados de la Unión Europea y Rusia, que no tan a última hora se sumó a semejante concertación de potencias.
Además de réditos geopolíticos particulares, como en el caso de Rusia lograr un cierre favorable de su conflicto con Ucrania, el objetivo común de todas ellas ha sido rediseñar estratégicamente la región de la Siria Natural de acuerdo a sus intereses compartidos y consolidar territorial e ideológicamente a la entidad sionista de Israel.
Para ello había que eliminar de la escena al anterior régimen estatal sirio, determinado por lo establecido en 1920 en el Programa Nacional Sirio. Dicha hoja de ruta para la Siria Natural y que desde su Independencia en 1946 hizo suya la República Árabe Siria, ponía al Estado en posición de resistencia total frente al sionismo y otras formas de imperialismo turco y europeo-occidental, fuesen territoriales, económicas, culturales o ideológicas.
Ello explica el apoyo sostenido e irrestricto de la República Árabe Siria a la causa palestina, a costa incluso de su propio territorio del Golán, de cientos de miles de muertos y, como colofón, de su propia soberanía estatal, resignada el 8 de diciembre de 2024.
El nuevo régimen estatal en construcción, en cambio, mantiene que pese a las vidas sirias y el territorio que se ha cobrado desde entonces, Israel no es su enemigo. Por lo mismo ha prohibido la presencia de organizaciones palestinas en su territorio, incluidas las de raigambre islamista que en su día traicionaron al antiguo régimen estatal sirio que las acogía. Felonía acorde con la dependencia de esos grupos de Qatar y Turquía. Eso mientras hoy Damasco cede parte de su territorio a Israel, Turquía y EEUU, todos ellos ya con bases militares permanentes en Siria y el control total de su espacio aéreo y marítimo.
Un Estado en modo zombi
Sin embargo, y siendo muy relevante, la acción exterior de los estados no es la única que tienen encomendada. Hay otras que también les dan carta de naturaleza y, desde luego hoy en Siria, mucha más legitimidad ante su propia población que las pautadas y continuas visitas de su actual máximo representante a sus exigentes acreedores. Para ello, y a través de las leyes de las que se van dotando, los estados deben ser garantes de la continuidad de la sociedad de la que emanan, protegiendo sus características esenciales y distintivas. Al mismo tiempo, deben proveer bienes y servicios. Desde hace un año nada de eso es posible en la todavía nominalmente República Árabe Siria. Y así es porque lo que se ha producido en Siria no ha sido ni un golpe de Estado ni otra maniobra conducente al cambio de Gobierno, es decir, de personas y políticas de gestión de un Estado, que por definición aspira a la continuidad y tiene vocación de permanencia.
Lo que se impuso en Siria fue un cambio de régimen estatal, lo que en caso de hacerse internamente y por voluntad de la población del Estado afectado solo puede venir de la mano de un genuino proceso revolucionario o de un pacto nacional a desarrollar a lo largo de varios años. Nada de eso ocurrió en Siria, salvo que se considere que una parte muy importante de los sirios, además de cándidos, sean vendepatrias e incluso simpatizantes o activos miembros de las organizaciones yihadistas a las que las potencias antedichas instalaron en Damasco de acuerdo a sus intereses, pero en ningún caso de los de los sirios.
Al ser un cambio de régimen estatal impuesto desde el exterior por la creación, financiación y cobertura político-diplomática de organizaciones esencialmente yihadistas, así como por la asfixia económica del antiguo Estado sirio a través de medidas coercitivas, tipo Ley César de EE UU y su equivalente europeo, dentro de Siria no se desarrollaron ni los cuadros ni las estructuras necesarias para transitar ordenada y coherentemente de una forma de Estado a otra. El resultado, la aberrante superposición de instituciones y leyes del nuevo y del antiguo régimen, en parte hoy todavía operando en modo zombi. También de la inaudita, incómoda y sobre todo paralizante “convivencia” de funcionarios del anterior Estado sirio con otros moldeados durante años en el exterior o en algún limitado en territorio y población emirato de estricta obediencia islámica salafista. Experimentos que en la larguísima década y media de acción exterior para destruir al anterior Estado se constituyeron en la periferia siria a partir de una concentración de poder unipersonal jamás antes vista, por ejemplo, en la noroccidental Gobernación de Idlib.
Islamistas, gringos y falsos conversos en el corazón del régimen
De esos ensayos deviene la lógica ruptura del actual régimen estatal con la doctrina constitucional e institucional de Siria, donde siempre hubo un Jefe de Estado y uno de Gobierno. Hoy ambos cargos recaen en un mismo sujeto, cuyas extenuantes servidumbres internacionales apenas le permiten presidir algún que otro Consejo de Ministros, quedando los asuntos diarios en manos de algún hermano de sangre, de secta, cofradía o ideología, además de las de los supervisores británicos y de otros lares enquistados en el Palacio Presidencial de Damasco.
De ahí en parte la alarmante falta de coordinación y contradicciones diarias del nuevo aparato estatal en construcción. En el mismo coexisten tutores extranjeros, dogmáticos islamistas y oportunistas reciclados que ostentaron cargos de confianza política en un antiguo régimen que también pagó su educación, en muchos casos, en el extranjero. Ventajistas profesionales y corruptos sin remisión emboscados en ministerios, los pocos medios de comunicación públicos que no han cerrado, legaciones en el exterior, gobernaciones y cualquier otra dependencia estatal. Individuos capaces de excusar públicamente sus indignidades y desafueros de ayer y de hoy por una necesidad de supervivencia que, en cambio, sí tienen y han tenido la mayoría de los sirios. Entre unos y otros, una menguante nómina de funcionarios de carrera sin padrinos sectarios, regionales o tribales ocupados en sobrevivir a los inicuos y masivos despidos en el sector público, la inflación y la falta de liquidez bancaria.
Semejante menjunje tiene efectos perversos para los sirios, incluidos aquellos que de forma genuina o impostada se sintieron protagonistas de una “revolución” tan inverosímil como los “breaking news” de la qatarí Al Jazeera, la británica BBC o la corporativa y estadounidense CNN. Canales de televisión que en su cobertura de los tan extraños como premeditados sucesos de hace un año evidenciaban actuar con guiones prestablecidos años o décadas atrás y en los que los sirios nunca dejaron de ser meros figurantes, convenientemente encuadrados en calculados planos según necesidad propagandística. Vaya en su descargo, el de los sirios, el que en árabe el significado de la palabra “revolución” no es ni literal ni figuradamente el mismo que en las lenguas occidentales, incluido el idiolecto propagandístico de la Al Jazeera qatarí, que como tantas cosas de ese peculiar emirato tiene el indudable marchamo de su hacedor británico.
A veces las diferencias lingüísticas y semánticas, pero también el desconocimiento por parte de los afectados de las distinciones técnicas entre golpe de Estado, cambio de Gobierno constitucional y cambio de régimen estatal, produce monstruos. Otra cuenta que apuntar al debe del sistema educativo del antiguo régimen estatal, que no parece haber instruido bien a los sirios en semejantes obviedades, como tampoco supo proyectar hacia el exterior su carácter legalmente aconfesional –que no laico-, aunque en la práctica fuese multiconfesional, como la propia sociedad siria.
De lo anterior se deriva la construcción de lugares comunes sin asidero alguno para definir el periodo anterior, como aquello de régimen “unipersonal”, “familiar” o “monosectario”, cuando en realidad fueron sunníes y no de la secta aludida quienes ocuparon la mayoría de los cargos de gobierno y de la administración del Estado.
Con el mismo ignaro atrevimiento, desde el 8 de diciembre de 2024 se habla de una “mayoría” de sunníes, a los que se niega así su libre autodeterminación política y se les enfrenta a “minorías” confesionales, sectarias y étnicas, a cuyos miembros también se les impide ser sirios de pleno derecho y sin apellidos. De ese reduccionismo ideológico y semántico se han derivado masacres sectarias y como respuesta a las mismas, la separación de facto o aspiracional de varias regiones sirias. Todo ello para regocijo de Israel y los demás occidentales, rusos incluidos. Mientras, una mayoría de indígenas del entorno, sean árabes, turcos o kurdos les hacen el juego a cambio de alguna bagatela. Manido pero efectivo tocomocho con el que los primeros renuevan el derecho a seguir caricaturizando y deshumanizando a los segundos, como hace un siglo ya lo hicieran los infames Sykes, Picot y “Lawrence de Arabia”.
Del ejército nacional a la agregación de milicias
Esos mismos sirios cosificados por el lenguaje se encuentran hoy con que los pretendidos ejército y policía del nuevo régimen estatal son, en realidad, la agregación de las 135 milicias contrarias al Estado en su anterior formulación, muchas de ellas con extranjeros en sus filas. Grupos que por acción, omisión o impericia manifiestas han sido incapaces de impedir las masacres sectarias en la costa siria, la región central o la Gobernación de Sweida. Tampoco los atentados en iglesias, los secuestros de mujeres y niñas, ajustes de cuentas y otros crímenes de connotaciones sectarias y sexistas, o los protagonizados a diario por los miles de delincuentes comunes que hace un año fueron liberados de las cárceles ante las cámaras de televisión. Ello ha convertido a 2025 en el año más mortífero en Siria desde 2018. Lo certifica el muy opositor al otrora régimen estatal Observatorio Sirio de los Derechos Humanos.
Cada uno de esos grupos, teóricamente bajo el mando único de los ministerios de Defensa e Interior del nuevo régimen estatal, tiene sus propias doctrinas y protocolos de actuación, así como sus comandantes y jeques. Desde marzo de 2025 estos últimos se han convertido en figuras claves al dictarse entonces una Declaración Constitucional que por primera vez en toda la historia estatal siria impone la sharía o ley islámica como principal fuente de derecho y jurisprudencia. Por eso son estos jeques, a los que se presupone una formación en materia de ley islámica en realidad muy heterogénea, los que interpretan la aplicación de leyes civiles, muchas de ellas en vigor desde 1946. De ahí que el resultado de pasar un checkpoint que por la mañana está bajo el mando de una milicia y hacerlo por la tarde, cuando está tutelado por otra, puede tener resultados muy dispares. El jeque respectivo, por ejemplo, considerará de mayor o menor gravedad atenerse o no a determinados códigos de vestuario o capilares, el que una mujer conduzca un vehículo o el porte de bebidas espirituosas.
Esos mismos jeques son los que resuelven los conflictos entre milicias, porque siendo casi todas de génesis yihadista, difieren en su mayor o menor sintonía con alguno de los grupos de referencia internacional y en la composición de sus miembros. Es el caso de la 82 Brigada del ejército del nuevo régimen estatal en construcción. Liderada por un francés de origen senegalés que hace años estableció el llamado Campamento Francés en una zona de Idlib, ordenó a sus compatriotas recibir a balazos a otra milicia, que por orden de alguna autoridad judicial nombrada por el nuevo o el antiguo régimen estatal, instruyó la investigación del secuestro de una mujer de la que se sabía había terminado en ese Campamento Francés. Dada la mayor capacidad de fuego de los galos, se decidió que el asunto de la plagiada fuese visto por un tribunal islámico con presencia de jeques de milicias compuestas por extranjeros, los llamados “emigrantes” o “extranjeros”, entre ellos chechenos, uzbekos, tayikos –a los que su permanencia en Siria conviene a Rusia-, turcos, iugures chinos, europeos varios y de otras latitudes. Un tratamiento distinto al de otros cientos de secuestros de mujeres que o bien no se investigan o su instrucción se hace de acuerdo a leyes del antiguo régimen estatal, las mismas que luego pueden ser convenientemente corregidas por la ley fundamental del nuevo, es decir, la sharía.
Engendro legislativo, jurídico e institucional
La conflictiva coexistencia de la ley islámica con leyes civiles anteriores y propias de la sociedad multiconfesional siria genera problemas en la aplicación de sentencias de jueces formados por el antiguo régimen estatal y que para ser efectivas demandan el concurso de unas milicias cuya obediencia debida es, sin embargo, para con el jeque de turno. Facciones armadas, además, algunos de cuyos miembros han sido antes y después del 8 de diciembre de 2024 victimarios. Imposible así aplicar una supuesta y propagandísticamente manida “justicia transicional” que la propia Amnistía Internacional acaba de declarar impracticable en las actuales circunstancias del país.
A tal extremo llega la anomalía jurídica que, hace unos días la Corte de Casación siria se pronunciaba en contra del cobro de intereses de multas sancionadoras de determinados delitos de acuerdo a lo establecido en el artículo 227 y siguientes del Código Civil sirio, que data del año 1949. La razón, que la ley islámica o sharía prohíbe la usura y esos intereses de mora de una sanción establecida por el Estado se deben considerar como tal ya que la Declaración Constitucional establece que aquella es la fuente primaria de jurisprudencia y legislación. Más allá del debate legal y religioso, está la cuestión relativa a la financiación del Estado, que como todos los demás del mundo, menos aquellos que lo hacen a través de ingentes beneficios petroleros y gasísticos que Siria no posee, se financia en parte con esos ingresos. Al renunciar a ellos, el nuevo Estado en construcción ha dejado de proveer servicios de manera regular. A cambio promueve la celebración en pueblos y ciudades de festivales religioso-caritativos de recolección de fondos para financiar lo más urgente. Kermeses benéficas retransmitidas por la televisión oficial y en las que dueños de viejas o nuevas fortunas se ganan la lealtad y sumisión de las legiones de menesterosos sirios.
La Declaración Constitucional, muy lejos de una verdadera Constitución, y no solo por su falta de legitimidad al ser dictada por las autoridades de facto instaladas en Damasco, también por su escaso articulado y nulo desarrollo normativo y reglamentario por parte de un cuerpo legislativo igualmente designado y sin representación de unos partidos políticos prohibidos, tampoco precisa la orientación económica del nuevo régimen estatal sirio. No obstante, las autoridades manifiestan genuina voluntad privatizadora, en línea con sus aliados turcos, estadounidenses o rusos.
Los despojos a desnacionalizar son ingentes porque el anterior régimen estatal desarrolló durante casi ochenta años instituciones y empresas públicas para, según el Programa Nacional Sirio, reducir las desigualdades entre la población urbana y la rural y entre ricos y pobres. Hoy los sirios ya solo forman una clase social única, al vivir el 90% bajo el umbral de la pobreza.
Entre Frankenstein y Saturno
Cambiar un régimen estatal es mucho más complicado que cambiar de gobierno. Incluso la adopción de los símbolos propios de ese Estado exige mucho tiempo de debate y consenso. De lo contrario pasa como en Siria, donde sin mediar nada de lo anterior se estableció como oficial una enseña cromáticamente diseñada en 1916 por el británico Mark Sykes. Colores que significativamente remiten a tres dinastías islámicas. A esa bandera se le añadieron en 1932 tres estrellas representativas de los estados o cantones de matriz sectaria creados por Francia durante su ocupación de Siria y bajo la misma lógica confesional que justificó la creación del Estado sionista de Israel en la Siria del Sur.
Insignia a la que se suman otros símbolos impuestos frente a otros ya eliminados y que explicitan a las claras el éxito de la operación geopolítica de cambio de régimen estatal sirio. Un logro estratégico que mantiene a los sirios ocupados en desentrañar la identidad del nuevo Estado débil y fragmentado que se les ha impuesto, el mismo que con su traje de retales y en el que todo está manga por hombro es ya irrelevante en el resto de la Siria Natural y todavía más a nivel internacional. Estado frankenstein que, a diferencia de la novela homónima de Mary Shelley, no se revuelve contra las potencias que lo crearon, sino contra sus hijos. Un Saturno que devora uno a uno a sus vástagos por miedo a ser derrocado por ellos.
Sin embargo, el mito, con raíces muy sirias, no termina según los deseos de esa deidad romana, que en la mitología fenicia respondía al nombre de Ba’al Hammon y en la griega al de Cronos. Precisamente, cuestión de tiempo, que en Siria no se mide por años, ni siquiera por siglos. Se cuenta por milenios. Continuará…
(Publicado en Diario Sirio-libanés. el 3 de diciembre de 2025)









