Sopla tempestad. Diez años con Nicolás Maduro en la Jefatura del Estado. Farruco Sesto
En tiempos de grandes dificultades, a Hugo Chávez le gustaba reinterpretar algún pasaje de Shakespeare, para utilizarlo como metáfora: “Sopla tempestad, que aquí tengo espacio para maniobrarte”.
Pues tempestades de todo tipo nunca faltan en un proceso de transformación profunda de la sociedad, a contracorriente de los poderes hegemónicos. Y las que tuvo que enfrentar el pueblo venezolano, liderado por Chávez, no fueron pequeñas durante los primeros catorce años de la revolución bolivariana, incluyendo golpe de estado, golpe petrolero y la propia muerte del Comandante.
Pero sería a Nicolás Maduro, en su condición de capitán de la nave en circunstancias sobrevenidas, a quien le iba a tocar confrontar un especial universo de tempestades desatadas con implacable furia, una tras otra, durante estos diez años transcurridos desde que alcanzó la presidencia de la República.
En efecto, tras el fallecimiento del Comandante, y a los treinta días exactos tal como lo dicta la Constitución, Nicolás Maduro se presentó a las elecciones presidenciales y las ganó en buena lid. Estamos hablando del 14 de abril de 2013.
Cuando cinco días después, el 19 de abril, asumió la jefatura del estado y la presidencia de la República, su juramento no se prestó a ningún tipo de confusión, en el sentido de que la obra de Chávez iba a ser continuada por voluntad mayoritaria del pueblo venezolano.
“Juro por el pueblo entero de Venezuela, por la memoria eterna del Comandante Supremo Hugo Chávez que cumpliré y haré cumplir la Constitución y las leyes de la República en todo lo inherente al cargo de Presidente para construir una Patria de libertad, independiente y socialista, para todos y todas”.
Pero permitir que se construya una Patria de libertad, independiente y socialista en un país con tal riqueza de materias primas y situado, tal como ellos dicen, en su patio trasero, no está en los planes de los EEUU.
Así, lo primero que tuvo que enfrentar el nuevo presidente fue el desconocimiento de su triunfo por parte de la oposición y a partir de allí todo lo que viniera.
En estos días pasados, se han cumplido el décimo aniversario de aquel acto de toma de posesión. ¿Y cómo repasar este tiempo si no asociándolo a una tempestad tras otra, a un huracán tras otro, tratando de derrocar la voluntad de un pueblo para hacer naufragar un proyecto?
Un breve recuento nos llevaría a considerar las insurgencias neofascistas de la ultraderecha (con incendio de edificios y autobuses, uso de francotiradores y quema de personas), los ataques planificados a la moneda para inducir la inflación y destruir la economía, los crueles bloqueos comerciales y financieros, el secuestro de buques y aviones, las amenazas de gran invasión militar, la brutal política de desinformación planificada por la hegemonía mediática occidental, el robo de activos venezolanos en el exterior (reservas de oro, depósitos bancarios, empresas públicas), la persecución personalizada de sus dirigentes, incluyendo recompensa por sus cabezas, el secuestro de alguno de sus diplomáticos como es el caso de Alex Saab, los actos de terrorismo continuados, particularmente contra instalaciones petroleras y de generación y distribución eléctrica, la consideración de Venezuela como “amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad de los EEUU” (según decreto de Obama, refrendado por sus sucesores), las ilegales y chantajistas medidas coercitivas unilaterales que hoy suman 927, el desconocimiento de su legítimo gobierno por parte de los países que giran en la órbita de los EEUU, (con el reconocimiento explícito a un títere autoproclamado), las tentativas diversas de magnicidio, el desconocimiento de todas las elecciones celebradas, el cerco sanitario, las invasiones mercenarias…todo un plan de planes de constante agresión. No fue fácil. No sigue siendo fácil.
¿ Y cómo está Venezuela tras estos 10 años terribles de guerra asimétrica, integral, para doblegar a un pueblo y sus dirigentes? Resiste. Se va recuperando, de lo cual hay claras señales. Y lo más importante, no ha renunciado a sus propósitos. Ni ha perdido la voluntad de lucha. Siempre apegada a su diplomacia bolivariana de paz, sigue siendo una referencia bajo la dirección de Nicolás Maduro, que ha sabido manejar con destreza una situación tan compleja. “Sopla tempestad, que aquí tengo espacio para maniobrarte”.
Ahora bien, ¿cómo ha sido posible tan alto grado de resistencia, que abate todos los pronósticos y planes imperiales? Cualquier observador sensible podría detectar, entre muchas otras, dos cualidades extraordinarias: un especial sentido de la dignidad, y una profunda convicción política y moral con raíces históricas, de “que la revolución es posible, que los pueblos pueden hacerla, que en el mundo contemporáneo no hay fuerzas capaces de impedir el movimiento de liberación de los pueblos”, tal como lo había dicho Fidel, en otro país y en otro contexto, pero con los mismos enemigos, en 1962
(Publicado en NÓSdiario, originalmente en gallego, el 9 de mayo de 2023)