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Tiempo de lealtades. Farruco Sesto

Es un hermoso tiempo de lealtades. No de traiciones. Eso está claro.

Debo advertir por ello que cuando los leales somos multitud crecida y la esperanza florece con nosotros por todos los rincones de la patria, pudiera parecer un contrasentido dedicarle unas líneas a esa muy exigua minoría constituida por los traidores. Pero, en lo personal, creo que debo de hacerlo, porque la mala suerte me ha permitido ver por allí, en las redes, pidiendo el voto para el candidato del Imperio, a un par de exministros que en un tiempo acompañaron a nuestro Comandante Chávez. ¡Qué cosa! Jamás pensé que eso pudiera ocurrir. Entonces surgen las preguntas:

¿Que clase de personas eran esos señores, que un tiempo compartieron vida y trabajo con nosotros, pero escondían tenebrosos abismos en su corazón? ¿Cuál fue la sinrazón que los condujo hasta el miserable papel que hoy ejercen? ¿Fue, acaso, la soberbia? ¿ O es que eran siempre así y se camuflaron como camaleones en nuestras filas?

¿Qué tipo de misterio se ocultaba, y se oculta, en su personalidad descompuesta?

Por un momento me sorprendo cuando los veo, tal vez por un exceso de ingenuidad, pero al minuto reflexiono y me digo a mi mismo: Son traidores. Han existido siempre. No vale la pena perder ni tan solo un minuto en desentrañar sus motivaciones. Puesto que un traidor es un traidor. Tal como lo dijo con aquella contundencia, en su memoria y cuenta de este año ante la Asamblea nacional, el presidente Nicolás Maduro: “¡Traidor es traidor! Así se disfrace de rojo-rojito. ¡Traidor es traidor!”

Y como lo afirmó también, aunque doscientos años antes, Simón Bolívar, casi con las mismas palabras, en una carta al mariscal Sucre del 8 de mayo de 1823: “El traidor es traidor siempre”.

La referencia a Bolívar me hace pensar en Chávez: ¿Qué nos habrá dicho en su momento el comandante sobre la traición? Y para responder la pregunta me sumerjo unas horas en el océano de sus intervenciones.

Me llama la atención su coincidencia casi exacta con El Libertador y el presidente Maduro al afirmar, también con claridad, que “los traidores son traidores”.

Pero, además, voy anotando del comandante Chávez, algunas otras consideraciones que me parecen pertinentes, tanto en lo humano como en lo político:

“Ese es el destino de los traidores: al final no son ni chicha ni limonada, se vuelven nada, se los lleva el viento del olvido “. (H.CH.05/10/2008)

“Ni un solo traidor más, yo prefiero mil veces la presencia de un enemigo declarado, de esos que me quisieran ver muerto, a un traidor. Un traidor es lo más abominable, el ser más abominable que pueda existir desde mi punto de vista” (…) “ Mire, que la traición aquí se paga con la vida política, el traidor es un muerto político, está escrito…” (H.CH.07.12.2008)

“los traidores son traidores, el que traiciona hoy, traiciona mañana, traiciona a cualquiera ¿verdad?, es un traidor, es un traidor, es un tránsfuga permanente, pobrecito, pobrecitos los traidores porque quedan como marcados para siempre.” (H.CH.16/05/2010. Aló Presidente Nº 357)

Con esa última reflexión de Chávez sobre aquellos que se “quedan marcados para siempre”, pongo el punto final a este tema de la traición, para adentrarme en el que hoy me trajo aquí, el de las lealtades. Vale decir el de los leales, el de los empecinados, el de los dignos, el de los los insobornables, el de los consecuentes, el de los patriotas, antisfascistas, antiimperialistas, hombres y mujeres, con integridad moral, crecidos en el amor y en la lucha, quienes se reconocen unos a otros en la historia formando parte del bando de los humildes.

Y comienzo diciendo que la lealtad en términos políticos, a mi juicio, tiene cuatro vértices interconectados entre si, que es importante reconocer para valorarlos.

El primero, y de donde arranca todo, porque es lo que nos enlaza en el tiempo y en el espacio con la crónica general de las luchas humanas por su emancipación, es la lealtad a unos principios, a unos planteamientos, a una manera de ver el mundo, a una pasión a la que se decide servir y dedicar la vida. Es lo que, siguiendo al comandante Chávez, podríamos denominar “la causa humana”, o la “razón amorosa” que nos mueve y motiva y nos conecta a los unos con los otros. Que debo decir que nuestra lucha está centrada allí, sin duda alguna. Porque, en los grandes escenarios de la vida, es lo que nos convoca y nos une.

Pero ese primer vértice no es una abstracción, o un argumento para la reflexión serena o contemplativa, por muy noble que sea. Antes bien, esa motivación general hay que ligarla a una realidad precisa con cualidades históricas y geográficas, vale decir, a un pueblo, a una nación que lucha por sus sueños de redención y por alcanzar la felicidad y la libertad que merece. Y ese, es, justamente, el segundo vértice de la lealtad. En nuestro caso, el pueblo venezolano y la revolución bolivariana, como expresión de un compromiso concreto que hemos asumido entre todos y todas. En este tiempo de grandes lealtades, la comunión política con este pueblo amado, y la lealtad a su espíritu rebelde y revolucionario, para acompañarlo en cualquier circunstancia, es una cuestión sagrada. No tiene alternativa. Porque la alternativa sería, justamente, la traición a la que antes nos referíamos.

El tercer vértice es el de la lealtad a un proyecto, en nuestro caso el proyecto bolivariano, como algo fundamental para nosotros y absolutamente irrenunciable. Lealtad a un equipo, a unos lazos establecidos con base a la mutua confianza. A un compañerismo fraternal, a un corpus estratégico acordado, a unas formas organizativas, a unos liderazgos, a una memoria compartida, a una herencia como la del legado de Chávez, a un recorrido, a un vincularse unas generaciones con otras, a un buen hacer y a una experiencia que nos enriquece con sus aciertos y sus errores. Lealtad a la unidad de nuestras filas, inquebrantable, contra viento y marea, como la más alta divisa.

Y como un tema a considerar en cada caso, está la lealtad con uno mismo, como el cuarto vértice. La coherencia de la propia vida. El respeto a lo que uno mismo fue y debe seguir siendo. El coraje de no tener que desdecirse ante el espejo. Lo cual, y dicho entre paréntesis, es lo que más me asombra del fenómeno de la traición. Pues creo que hay que estar muy seriamente enfermo, de resentimiento, de odio, de una soberbia cultivada en las sombras, que estuvo siempre allí, acechando, para no tener problema alguno en cambiar de vida como quien se cambia de camisa.

De manera que es aquí, en el marco de esos cuatro vértices de la lealtad, donde construimos la unidad perfecta a la que nos convoca hoy el presidente Maduro. Para poner en la calle nuestra esperanza y alcanzar la victoria.

Lo que veo es hermoso, permítanme que se lo diga.

(Publicado en Correo del Orinoco, el 23 de mayo de 2024)

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