Trump entra de lleno en la campaña electoral de Israel
Parece que la reciprocidad, un principio rector en las relaciones diplomáticas, jamás afecte a los Estados Unidos. Claro que, cuando un país gusta de actuar como un auténtico matón del barrio, apoyado en el mayor ejército del mundo, es fácil intuir que la única ley que este respete sea la ley de la selva.
De cara a su opinión pública, este injustificable proceder se justifica en la creencia popular, casi religiosa, en la autoproclamada excepcionalidad, en el concepto de pueblo elegido, plasmado en la tristemente famosa, unilateral e injerencista R2P (Responsabilidad de Proteger). En distintos grados, es una percepción que percola a la mayor parte de los estratos sociales, que así asumen —sin digerir— las agresivas políticas de sus oligarcas.
Cuando EEUU mantiene tropas ilegalmente en varios países y posee bases militares en medio mundo, resulta que el problema es que Venezuela haya recibido con honores a unos pocos soldados rusos. Cuando aún no se han recuperado de las conclusiones del informe del fiscal Mueller, que descarta la colusión entre Putin y Trump en las pasadas presidenciales —e impide definitivamente un impeachment—, llegan preocupantes informaciones de injerencia norteamericana en procesos electorales como el de Ecuador.
Es justo en un contexto de manipulación electoral ajena, donde hay que situar la última ocurrencia de Trump: el regalo de los Altos del Golán a Israel. Netanyahu no pasa precisamente por su mejor momento. Los casos de corrupción lo acorralan por todos lados, el centro izquierda se presenta en un frente unido y probablemente logre vencer las elecciones y sobrepasar al bloque de extrema derecha que lleva años gobernando el país. El reciente ataque masivo a Gaza tiene mucho que ver con recuperar el terreno perdido antes de las elecciones del 9 de abril, aunque probablemente le haya salido el tiro por la culata, dados los grandes avances militares de los grupos de la resistencia.
Así que Trump no ha tenido más remedio que salir en defensa de su hermano Netanyahu proporcionándole un respiro en forma del reconocimiento de la soberanía hebrea sobre Los Altos del Golán, terreno sirio ocupado desde la guerra de 1967, como reconocen todas las resoluciones internacionales y la práctica totalidad de los países del mundo. Por la reacción de las cancillerías, nadie, ni sus tradicionales aliados, ha apoyado tal decisión. Ni la UE, ni la Liga Árabe, ni Naciones Unidas se han movido un milímetro de sus posiciones en favor del derecho internacional. De nuevo Trump se ha quedado completamente sólo. Eso sí, quedan abiertamente constatadas, una vez más, las simlitudes entre la extrema derecha de ambos «pueblos elegidos» forjados a sangre y fuego sobre las tierras robadas a sus legítimos habitantes.
Pero, aunque algunos no quieran creerlo, los tiempos han cambiado. El sueño del unilateralismo llegó a su fin. Las ruedas de la historia, que jamás se detuvieron, giran con una rapidez inusitada. EEUU ya no es el dueño del mundo como para regalar terrenos sirios a Israel, un país que tiembla ante la posibilidad de que Hezbollah haya creado de verdad una brigada golaní para recuperar para Siria el suelo robado en la Guerra de los Seis Días. Esta decisión no es más que un brindis al sol sin ningún tipo de repercusión efectiva sobre el terreno.
Además de un intento de influir en las elecciones, también es sin duda un regalo a cambio del abandono norteamericano (ya veremos si total o a medias) del suelo sirio. Israel había formado parte desde el comienzo de la agresión de la coalición contra Siria y del grupo de países que apoyaba —sin demasiada discreción— a los terroristas. Tras la amarga derrota sufrida a manos de la resistencia antiimperialista, Trump pretende suavizar el vergonzante ridículo del gobierno sionista, con la ansiada consolidación de una conquista territorial más de las efectuadas en 1967. Pero Trump no es el emperador del mundo. Es más, sus arbitrarias y unilaterales decisiones lo están conduciendo cada vez más hacia la irrelevancia.