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Un apacible fin de semana. El lince

El XX Congreso del Partido Comunista de China ha terminado este fin de semana con la aplastante derrota de los neoliberales y partidarios de un compromiso con Occidente. En un mensaje claro y directo, la expulsión de Hu Jintao del pleno final, en directo y retransmitido a toda la galaxia, ha dejado claro que China no solo no va a retroceder ante los ataques occidentales, sino que está dispuesta a contraatacar.

Un contraataque que tiene varias vertientes y un eje principal: Taiwán. Porque lo que se va conociendo de qué pasó tiene que ver con Taiwán y el intento de ese sector de mantener el statu quo con EEUU, algo inaceptable para la nueva dirección tras la provocación abierta que supuso la visita de la abuela Pelosi.

Estamos asistiendo al final de la «era Deng» en China. Un final aún lento, pero inexorable. Deng, allá en un lejano 1981, dijo que había que iniciar un nuevo camino en China «sin teoría», es decir, relegando -nunca se pudo eliminar del todo- el marxismo. Sus sucesores, Jiang Zemin y Hu Jintao, lo aplicaron al pie de la letra, ampliando rápidamente el papel del mercado en la economía interna e impulsando ese movimiento con una postura en política exterior que engarzaba a China con el «orden económico y político» mundial que hegemonizaba EEUU. Es decir, se subordinaba la soberanía de China al crecimiento económico.

Jiang tiene 96 años y ya no es nada más que un antiguo dirigente sin peso en el Partido; Hu tiene 80 años y es cierto que tiene problemas graves de salud, como han dicho los chinos, y que esa fue una de las razones para «ayudarle» a dejar el pleno. Pero también lo es que aún conservaba un importante papel en el Partido con un alto número de acólitos pro-occidentales. Y ese papel lo intentó ejercer, hasta el punto de saltar la línea roja actual de China: Taiwán.

Si hay que creer lo que dicen los chinos, y para eso hay que leer a los chinos y no a los occidentales, Hu y los suyos pelearon hasta el último momento en un aspecto crucial: que no apareciese en el documento final del Partido la expresión «no renunciamos a la fuerza» como último recurso para recuperar Taiwán con el argumento de que «los chinos no hacemos la guerra a los chinos». Su intervención en el congreso fue también que había que mantener «buenas relaciones con EEUU para mantener la senda del crecimiento económico». Un discurso rancio tras lo ocurrido en estos cinco años desde el anterior congreso, con aranceles, sanciones, presiones y provocaciones constantes (AUKUS, QUAD, etc.) y en unos momentos en los que, además, no solo EEUU sino el Occidente colectivo están en regresión política, económica y geoestratégica.

No solo eso. También se ha acusado a ese sector de ser el responsable, por su laxa política neoliberal y de dejar hacer a los capitalistas chinos, de la crisis inmobiliaria que se desató en China hace un año y que aún se está resolviendo. El Estado obligó a las inmobiliarias en apuros a ceder las viviendas construidas a los ayuntamientos, estos impusieron unos precios máximos -introduciendo importantes descuentos al precio inicial- y se ha logrado abaratar sustancialmente el coste que la ciudadanía china reserva para gastos de alojamiento en 51 de las 70 principales ciudades chinas en población.

Por eso hay que centrarse en otros elementos: la nueva dirección de China está compuesta por personalidades que a lo largo de su trayectoria han mostrado firmeza de principios y, sobre todo, «capacidad de resistir a los países occidentales bajo la presión de las sanciones». Esto es determinante.

Se ha puesto fin a los gobiernos pragmáticos y no ideológicos, se ha puesto fin a los acomodaticios y complacientes con Occidente aunque este Occidente agrediese a China. Punto final. China, tras el XX Congreso del PCCh, deja claro que no busca el conflicto -como es su postura tradicional-, pero que no lo rehuye si se le impone.

Y como era más que previsible, Occidente está en estado de choque. Por varias razones: la primera, por el tercer mandato de Xi, a quien ya se califica de «dictador de por vida», de «nuevo emperador» y cosas así; porque «no hay reformadores económicos en la nueva dirección», y porque, en consecuencia, «la nueva configuración política implica más solidaridad al más alto nivel, lo que puede conducir a una ejecución de políticas más efectiva y a cambios en las posturas políticas actuales».

Como os dije en la anterior entrega, hay que tener en cuenta que cuando Occidente critica algo, ese algo debe entenderse como un cumplido involuntario de lo que se critica y aquí tenemos una nueva evidencia: se está reconociendo que había fuerzas en el interior del PCCh favorables a las posiciones occidentales. Se está reconociendo, por lo tanto, que lo que ha ocurrido en este apacible fin de semana era inevitable según está el mundo.

(Publicado en el blog del autor, el 24 de octubre de 2022)

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