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Un solo estado en Palestina. Gueorgui

El ataque de Israel a Gaza esta horrorizando a las poblaciones en todo el mundo. Su propósito declarado, más allá del pretexto de destruir a Hamas, es expulsar a los dos millones doscientos mil palestinos que habitan la franja de Gaza, al desierto de Sinaí en Egipto. Para ello se está recurriendo a bombardeos masivos dirigidos a causar el máximo daño a la población destruyendo sistemáticamente sus casas, hospitales, mezquitas, colegios e iglesias.

La operación terrestre complementa la tarea: se dinamitan barrios enteros, profanan cementerios y lugares de culto, y se asesina a todo tipo de personas sin ninguna discriminación: neonatos, bebes, niños, mujeres, ancianos, sanitarios, periodistas, cooperantes de NNUU y otras instituciones asistenciales.

Tras 100 días de operaciones, las autoridades de Gaza llevaban contabilizados más de 25.000 civiles asesinados, 12.000 de ellos niños y más de 80.000 heridos. Se bloquea el flujo de medicinas y alimentos desde Egipto y, con todos los pozos contaminados deliberadamente por el invasor israelí, con los hospitales destruidos, los supervivientes mueren de sed, hambre y enfermedades.

Resultan nauseabundas tanto las declaraciones de los gobernantes y comandantes militares sionistas como la desvergüenza con la que los soldados y colonos alardean con videos públicos de sus asesinatos, profanaciones y la destrucción metódica de Gaza. Más de la mitad de sus edificaciones han sido ya destruidas. Ni los nazis, que mantuvieron su operación de exterminio en secreto, se atrevieron a tanto.

Los gobiernos británico y norteamericano, no sólo mantienen de forma activa la cadena de suministros de bombas y armas de todo tipo al ejercito sionista, sino que escoltan militarmente la masacre con los tres grupos aeronavales desplegados en la región, uno en el Mediterráneo, otro en el Mar Rojo y un tercero en el golfo Pérsico, además de las decenas de bases militares con que cuentan estos países en la región. La Unión Europea, destacadamente Alemania y Francia, pero con el silencio de los demás países, justifican la operación y persiguen a sus detractores en sus propios países. Ya nadie se cree las infamias arrojadas sobre la resistencia palestina y Hamas en especial.

Solo Hezbolá el Líbano y Ansarolá en Yemen se han permitido, de forma muy limitada, dadas las circunstancias, contrarrestar de forma activa la masacre sionista en Gaza. Los intentos de otras potencias de adoptar resoluciones especificas en el CS de NNUU se ven bloqueadas por EEUU, Francia y Reino Unido.

Mientras las poblaciones de todo el mundo se manifiestan masiva y sostenidamente exigiendo a sus gobiernos que detengan el genocidio en Gaza, la mayor parte de las fuerzas políticas, europeas y españolas en particular, que no lo apoyan expresamente, están parapetadas en una ambigüedad equidistante cómplice o a lo sumo, reclaman, tímidamente, eso si, el desarrollo de los acuerdos de Oslo y la proclamación de un Estado Palestino en Gaza y Cisjordania.

Los acuerdos de Oslo supusieron, bajo la presión internacional y el chantaje de la ocupación militar de Palestina y su colonización sionista, una gran claudicación para la resistencia Palestina. Aceptaron la existencia del Estado de Israel, creado tras la segunda guerra mundial por contingentes de colonos judíos llevados allí por la potencia colonial británica tras la perpetración de masacres sistemáticas para vaciar el territorio de sus habitantes legítimos. Renunciaron así, tanto a la mayor parte de sus territorios como al retorno de los millones de refugiados residentes tanto en la propia palestina, como en los países limítrofes, a cambio mantener un control tutelado sobre los territorios de Cisjordania y Gaza y a mantener Jerusalén como capital palestina.

Duraron poco los acuerdos. Tras el asesinato del signatario israelí, Isaac Rabin por un agente sionista, muy poco después de la firma, sus sucesores laboristas o conservadores jamas detuvieron el programa de asentamientos de colonos, a los que han venido trayendo de todos los rincones del mundo. Arrancar olivares centenarios, cegar los pozos de riego con hormigón, expulsar de sus tierras a sus habitantes llevaron a una sucesión de insurrecciones, piedras contra tanques y balas, que se aplacaron a sangre y fuego. Levantaron muros, aislaron los territorios, asesinaron a los resistentes, demolieron sus casas y secuestraron a sus hijos como rehenes, un promedio de 800 niños de entre 6 y 16 años se encuentran permanentemente en las prisiones israelíes.

Los sionistas crearon un auténtico régimen colonial de apartheid. Ni por un momento cejaron en su plan de desalojar a la población palestina, repoblando con colonos su tierras y ofreciendo a lo sumo a los mas sumisos una ciudadanía de segunda destinada a la servidumbre del invasor sionista.

Rememorar los acuerdos de Oslo reclamando la creación de un Estado Palestino no es mas que una burla macabra.

El problema de Israel no es Netanyahu, ni lo fue Sharon, ni su partido, el Likud, ni la llamada extrema derecha. El problema es el sionismo, un movimiento colonialista bajo presupuestos supremacistas mesiánico-religiosos elaborados ad hoc, no son en absoluto una manifestación de la religión hebrea, tan respetable como las demás. El sionismo perméa a toda la sociedad israelí incluyendo a los bien pensantes Laboristas, que cuando han gobernado, no han cejado en su política de asentamientos de colonos y represión generalizada.

La creación de un Estado en Palestina requiere necesariamente la disolución del régimen sionista, desmantelando su estado, sus instituciones politicas, civiles y militares, desbaratando su ejercito, repatriando a los colonos a sus países de origen, para retornar a los refugiados palestinos y así crear un nuevo estado libre y democrático, en el que las culturas y religiones milenarias de la región tengan cabida y también los que no deseen tener ninguna. Nada de esto será posible sin expulsar de la región a los verdaderos causantes de esta tragedia: las potencias coloniales británica y estadounidense.

Este “plan para Palestina”, obvio por otra parte desde hace décadas, resultaba no solo utópico, si no injusto para una buena parte de la humanidad con el juicio enturbiado por la propaganda sionista sobre el derecho de los judíos a tener una tierra propia. No, ni los judíos, ni ninguna otra cultura, raza o religión con lengua propia o sin ella tienen ningún derecho a expulsar a otras para establecer un estado puro. Ni con tragedias históricas ni con mandatos divinos.

Hoy resulta muy claro para la mayor parte de la humanidad que el ente colonial sionista creado con el genocidio de 1948, no dejará de hacerlo y que la única solución para llevar la paz a Palestina y a la región es su disolución.

Hay que devolver a la conciencia, primero de la gente y después de sus dirigentes la idea de la disolución. La indiferencia es colaboración con el genocidio, lo mismo que la equidistancia, colaboración necesaria, sin duda, pero la insistencia en el viejo plan de Oslo no deja de ser otra forma de colaboración. Sin la intervención directa de los países de la región y el apoyo de las grandes potencias nucleares no colonialistas, Rusia y China, no podrá arrinconarse a EEUU, Gran Bretaña, la Unión Europea y la OTAN para lograr este propósito.

Tenemos que ser muy claros:

  • El estado colonial sionista de Israel debe ser disuelto, debe desaparecer
  • Su ejercito y sus instituciones, deben ser desmantelados
  • Los genocidas, encarcelados
  • Los colonos, repatriados a sus países de origen.
  • Los refugiados palestinos, devueltos a sus tierras

Y así poder crear un Estado libre, plural y democrático en el territorio de Palestina donde todos puedan vivir en paz. No hay otra solución, ni para Palestina ni para la Humanidad.

¡No pasarán!

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