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Barrer el polvo. El lince

Los tiempos cambian, nos vamos haciendo viejos. Esto lo cantaba Pablo Milanés cuando era joven y apoyaba la Revolución cubana y hoy, viejo, es un contrarrevolucionario. Pero encierra una gran verdad: el tiempo cambia y nos vamos haciendo viejos. Tal vez es porque nos hacemos viejos por lo que intentamos justificar nuestros miedos de una u otra forma. Por ejemplo, y a raíz de las dos cosas que he escrito de Chile, que el problema que tiene Boric es que el Ejército es pinochetista. Exacto, es un problema. Pero no es irresoluble.

La cuestión está en si eso se convierte en un corsé, físico y mental, o se aprovecha el momento, con una sociedad muy movilizada y con un respaldo muy importante, para coger la escoba y barrer. Nadie se ha atrevido a hacerlo. Ni siquiera el tan esperado Lula, la (otra vez) gran esperanza de los progres latinoamericanos -y más allá- por lo que dice que va a hacer ahora y por los errores que dice haber cometido antes y que ahora no haría. Uno de ellos, no tocar al Ejército, fascista y uno de los apoyos de Bolsonaro. ¿Lo va a hacer ahora? Lo dudo. Dicen que el Ejército se ha cansado de Bolsonaro, por lo que es probable que sea «neutral» ahora -o sea, como la primera vez de Lula a cambio de dejarlo todo como estaba-, pero si no se limpia de los elementos fascistas la espada de Damocles que ve mucha gente seguirá ahí.

Los pocos que se han atrevido a coger la escoba y barrer, también en el Ejército, han sido quienes decidieron ir a por todas en su momento, Fidel y los suyos en Cuba y los sandinistas en Nicaragua. Y ahí está la historia, de cómo unos pocos, decididos, dieron la vuelta a la misma historia y a todos los miedos. Chávez, cuando encabezó el golpe en 1992, era la cabeza de una minoría. Pero fue el respaldo popular lo que le llevó a la presidencia en 1998. E hizo lo que había que hacer: purgar al Ejército. Ya había movimientos democráticos en su seno, como el suyo, el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, pero Chávez cogió la escoba y barrió el polvo. Eso está permitiendo a Venezuela resistir las presiones de dentro y, sobre todo, de fuera. Evo Morales intentó algo parecido al principio de su mandato, dando entrada en el Ejército a quechuas y aymaras, aunque se quedó en los niveles bajos de la oficialidad y no se atrevió a barrer en los altos mandos, lo que terminó pasándole factura con el golpe de 2019. En otros países, como Sudáfrica, el Congreso Nacional Africano logró que una parte importante de su brazo armado, La Lanza de la Nación, se incorporase al Ejército. En Nepal la guerrilla permitió el engaño de la ONU y sus militantes, que hubiesen debido incorporarse al Ejército, terminaron de guardabosques. Y en El Salvador, a cambio de no tocar al Ejército, se logró la incorporación de la guerrilla a la Policía. Es decir, ejemplos hay casi para todo.

Las situaciones son distintas, es evidente. Entre otras cosas, porque ya no hay (casi) guerrillas. Hoy se ha interiorizado tanto el discurso burgués de la «violencia» que todo lo que huela a violento es rápidamente desechado, criticado, destrozado. Esto me recuerda el viejo adagio de que la paz tiene dos vertientes: la negativa, ausencia de conflicto, y la positiva, resolución de las causas que generan el conflicto. La primera vertiente es la burguesa, la segunda debería ser la nuestra. Pero no, ya no lo es. Nos quedamos, y nos contentamos, con la primera y nos horrorizamos cuando alguien quema un contenedor de basuras pero no cuando a ese alguien se le arrancan los ojos (especialidad de Francia y de Chile, sobre todo) porque busca acabar con las causas que generan los conflictos.

En un contexto internacional como el que hay ahora, cualquier golpe de Estado es bastante improbable. El caso de Bolivia es excepcional y en todo momento estuvo arropado por un factor civil. Y antes de Bolivia, los golpes de Honduras, de Paraguay y del propio Brasil fueron, también, civiles aunque los militares estuviesen detrás.

Uno de los errores de Evo Morales fue desmovilizar a su gente, cuando no enfrentarse a ella como en el caso del Tipnis. Es lo que tienen los progres cuando están en los gobiernos, que rápidamente desmovilizan. Chávez lo vio claro y siempre tuvo muy presente la necesidad de estar con la gente y que la gente estuviese en la calle. También lo tiene claro el gobierno cubano. Y parece que ahora también el boliviano.

En Chile hay una situación excepcional: con la redacción de una nueva Constitución y con la gente en la calle, la oportunidad de barrer si no a todo el pinochetismo a grandes aspectos del mismo es única. Es ahora o nunca. Solo hay que atreverse a coger la escoba y barrer. Ya sé que es más fácil escribirlo desde una cómoda silla que ponerlo en práctica, pero la coyuntura es favorable. Podría echar mano de Lenin y su agudización de las contradicciones; podría echar mano de mucha otra gente e, incluso, del mismo Allende y de su error con ese mismo Ejército. La cuestión está en si se quiere hacer o no, no en que no se pueda a priori. A priori nada se puede, siempre hay quien dice que no están dadas las condiciones, que la coyuntura no es favorable, que…

Pero ahora la coyuntura sí es favorable porque el mundo ha cambiado, y mucho. Cuando la gusanera cubana pide apoyo a Europa, una de las recomendaciones que recibe es negociar con el Ejército. Cuando los escuálidos venezolanos piden apoyo a EEUU y a Europa se habla de negociar con el Ejército. Nunca se da esta consigna para cualquier otro país, por eso en Chile se debería dar la vuelta al argumento: apoyo para limpiar al Ejército de pinochetistas. Sé que no se va a producir, pero lo primero es barrer hasta donde se pueda y, en cualquier caso, dejar bien claro que se ha intentado. Escenificarlo a nivel internacional es necesario, entre otras cosas para dejar con el culo al aire a esperpentos como la OEA o a las sacrosantas «democracias» occidentales.

Mirad las reacciones de Occidente con otros golpes de Estado actuales, en 2021: Myanmar, Chad, Malí, Sudán, Guinea. Un país asiático y cuatro africanos. De algunos no tendréis ni idea porque son golpes pro-occidentales, de otros sí porque son anti-occidentales. Pero Chile no está en esos continentes y, hoy por hoy, no es factible un golpe clásico en América Latina. Por eso no se dan, se buscan otras vías como las de Honduras, Paraguay o Brasil. Incluso la de Bolivia. O la que se ha pretendido recientemente en Perú. Pero ¿cuál podría ser la excusa para un golpe en Chile con el nivel de apoyo a Boric y de movilización social que hay? ¿cuál sería el discurso occidental tras el caso fallido del apoyo a Guaidó y todo lo que han dicho sobre la institucionalidad y la democracia? Agudizar las contradicciones, eso sería lo interesante. Dentro y fuera de Chile.

Es algo que no veo. No lo veo porque ya, desde antes, los «hippies, progres y buena onda», como dicen los mapuches de la Coordinadora Arauco-Malleco, han ido posicionándose, especialmente «contra la violencia», contra todo lo que se movía en contra del sistema. Así, no han vacilado en firmar y votar a favor de la Ley Anti-protesta que criminaliza la lucha social. Eso fue en enero de 2020. Buscad por ahí de qué va esta ley y veréis. Y, por cierto, el Partido Comunista se abstuvo. O sea, votaron a favor o se abstuvieron casi todos los de Boric, incluyéndole a él mismo, que también votó a favor. ¿Miedo al pinochetismo? No me hagáis reír. El pinochetismo está metido en muchos cuerpos y en muchas mentes pretendidamente antipinochetistas de puertas afuera.

Mao lo dijo gráficamente hace mucho tiempo echando mano de un viejo proverbio chino: «Todo lo que es reaccionario es idéntico, si no se golpea es imposible hacerlo caer. Es como cuando se barre, por donde no se pasa la escoba, el polvo no se va por sí solo». De eso sabemos mucho en el Estado español, donde también el Ejército es post (o neo) franquista. Y en Francia, donde el Ejército se atreve a lanzar proclamas golpistas sin que nadie, ni siquiera la OTAN -esos demócratas de toda la vida preocupados por el «autoritarismo» ruso y chino-, intervenga para salvar la cara. Pero de ahí al golpe hay un trecho. En Chile no hay que desenmascarar nada, el pinochetismo se sabe. Por eso hay que estirar para ver hasta dónde hay que golpear. Porque se puede, y se debe, golpear.

Mucho me temo que no va a ser este el caso de Boric. Ni en esto ni en otras cosas.

Si durante la campaña no mencionó para nada su política exterior, lo que ya está haciendo es más de lo mismo. Por ejemplo, su decisión de continuar como miembro de la Alianza del Pacífico (México, Colombia, Chile y Perú) que es la contraposición derechista a la ALBA (Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Antigua y Barbuda, Dominica, Granada, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía). No en vano no se ha privado de calificar a los tres primeros como «dictaduras». Boric dice que ya ha hablado con López Obrador (hubiese sido muy fuerte que dijese que el primero con quien ha hablado ha sido el colombiano Duque) para «revitalizarla». Mal movimiento, sin duda.

Y otro peor: hasta ahora no se manifestado ni a favor ni en contra, pero la omisión es significativa en sí, sobre las organizaciones y estructuras de los mapuches aunque sí intenta que algunos dirigentes mapuches formen parte de sus estructuras gubernamentales. En lo que en Chile se llama «direccionar» hacia las instituciones. Por ejemplo: ¿va a disolver o mantener la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena que si por algo se ha caracterizado ha sido por su enfoque colonialista al respecto? Tras el manifiesto de la Coordinadora Arauco-Malleco, algo tendría que haber salido si no de él, al menos de sus apoyos. Pero ni palabra todavía. Tal vez sea temprano, pero sí hay otras cosas de las que ha hablado ya y esta no es una de ellas, salvo generalidades. Sin embargo hay algo preocupante, muy preocupante: Boric ha dicho que está dispuesto a dialogar con los mapuches «si están por la paz». Implícitamente está dando la razón al pinochetismo cuando lleva años acusando a los mapuches de «violentos» por resistirse, por ejemplo quemando maquinaria, a las explotaciones de sus tierras. Por eso decía el otro día que el tema mapuche va a ser el termómetro que medirá la temperatura del «cambio» en Chile.

Es muy pronto aún, no hace ni un mes de las elecciones y aún no ha tomado la presidencia, pero los movimientos suyos y de su gente no son alentadores por ahora. Nada me gustaría más que equivocarme.

(Publicado en el blog del autor, el 3 de enero de 2022)

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