ArtículosVíctimas y Resistencias

Biden y sus muñecos diversos: «política de las identidades» para ocultar la explotación. Tita Barahona

En Estados Unidos, que hasta ahora ha sido la principal potencia capitalista, el poder económico y político-militar estuvo durante mucho tiempo compuesto de hombres blancos en su práctica totalidad -en un país históricamente multirracial.

Hoy, sin embargo, en la clase que detenta esos poderes hay presencia de mujeres y personas de todos los colores, algunas de las cuales hacen público que son gays, lesbianas o transexuales -perdón: «transgénero».

Dicho de otro modo: la clase dominante estadounidense ha pasado de ser una colección de señores de piel clara en traje gris, a otra multicolor, de hombres y mujeres, que luce con orgullo la bandera arcoiris.

Un cambio considerable este, sin duda. Pero ¿Han cambiado las relaciones sociales que mantienen la explotación de las clases trabajadoras, y la opresión de mujeres, negros/as, latinos/as, lesbianas, gays, etc. dentro de ellas? Ni un ápice.

Es más, dicha explotación humana -y de los recursos naturales- se ha exacerbado. Estados Unidos es, en la actualidad, uno de los países donde la polarización social no para de crecer: más acumulación de riqueza en un polo, y más miseria en el otro.

Solo hay una clase que concentra a todos los que siguen siendo oprimidos: la que, despojada de medios de producción y de vida, está abocada a la esclavitud salarial. Y solo una clase donde avanza la igualdad de sexo, raza u orientación sexual: la clase poseedora, la que ostenta el poder económico y político-militar.

Precisamente, de la ocultación interesada de la centralidad que la estructura clasista tiene en la sociedad capitalista, es de donde deriva la llamada en EE.UU “identity politics”, que podemos definir como la falsa pretensión por parte de la clase dominante de querer aspirar a la igualdad de sexo, raza y orientación sexual, expresada en términos como “diversidad” e “inclusividad”.

Es decir: el énfasis en estas diferencias tiene por objetivo borrar la conciencia de la diferencia fundamental, que es la de clase.

El sector de la clase dominante que abandera -hoy prácticamente a nivel mundial- la “política de las identidades” es el que se organiza en el partido o partidos que, en el teatro electoral, tienen asignado el papel de progresistas o de izquierdas. En EE.UU se los llama «liberal»; y es solo uno, el Partido Demócrata, el que promociona lo que ya se conoce también como política o cultura woke.

Esto desde hace algún tiempo. Pero ya durante el mandato de Donald Trump, en las elecciones de medio mandato (mid-term elections), vimos cómo los grandes medios celebraron las candidaturas de esas nuevas caras femeninas, latinas, negras, musulmanas, lesbianas, indias…, que lograron escaño para el Partido Demócrata en el Congreso. Como una “revolución feminista” lo vendieron.

Poco después, los mismos medios alabaron que una negra lesbiana, Lori Lightfoot, consiguiera la alcaldía de Chicago.

En las últimas elecciones presidenciales, no hubo sorpresa: Biden se presentó con una vicepresidenta afro-asiática llamada Kamala Harris, que también obtuvo la cerrada ovación de toda la bancada mundial de la progresía woke, así como Lloyd Austin como primer negro jefe del Pentágono o la “mujer trans”, Rachel Levine, para la subsecretaría de Salud.

Hoy, el ejército de EE.UU, la OTAN y hasta la CIA lucen como instituciones “inclusivas” y “diversas”. Por eso no nos pilla desprevenidos que Biden haya anunciado que probablemente elija a una mujer negra para cubrir el puesto vacante en el Tribunal Supremo.

A partir de ahí, tendremos titulares del tipo “Primera mujer negra en alcanzar ese puesto”, la que incluso a lo mejor hasta nos confiesa que es bisexual o «no binaria»; porque todo esto se asemeja mucho más a premios de Record Guiness y a promocionar la nueva «ideología de los géneros», que a una auténtica voluntad de cambiar nada sustancial.

Que sí, que está muy bien que haya caras femeninas y de todos los colores en los puestos de mando. Primero, porque tienen derecho. Segundo, porque posee valor simbólico: las niñas y los niños de minorías raciales entenderán que esos lugares no les están vetados; aunque lo estarán -no ya solo a nivel simbólico sino material- si esas niñas y esos niños sucede que nacen en familias de trabajadores pobres.

El arte de la manipulación de mentes y conciencias ha llegado a tal grado de perfección, que la clase dominante ve factible hacer creer a las masas que por el hecho de que una mujer o cualquier persona “de color” llegue a una alta magistratura, esto va a beneficiar a todas las mujeres y a todas los grupos raciales representados.

A veces sucede todo lo contrario. La referida alcaldesa de Chicago, Lori Lightfoot, ex-fiscal federal, durante el cargo que ocupó como jefa del Police Accountability Task Force (Grupo de Trabajo de Responsabilidad Policial), bajo el mandato del anterior alcalde, el demócrata de nefasto recuerdo Rham Emmanuel, hizo todo lo posible por tapar los delitos racistas cometidos por la policía de Chicago.

Lo mismo podemos decir del historial racista y clasista de otra ex-fiscal, la actual vicepresidenta, Kamala Harris, del que ya desvelamos algunos detalles.

Mientras subsista el modo de producción capitalista, solo una clase concentrará todas las opresiones. Y el grueso de ésta se halla, de hecho, excluida de la “inclusividad” que tanto predican los/as posmo-progres que se turnan en los gobiernos, para dar la impresión de cambio y avance allí donde hay permanencia y, en muchos aspectos, retroceso.

(Publicado en Canarias Semanal, el 31 de enero de 2022)

Comments are closed.