El otro 47. Pedro López
A estas alturas ya casi cualquier español ha visto o al menos ha oído hablar de la película dirigida por Marcel Barrena y protagonizada por Eduard Fernández, nominada con toda justicia a los Goya y que cuenta la batalla vecinal de un barrio de Barcelona por conseguir llevar hasta él la línea 47 de autobús. La película ha cosechado un merecido éxito tanto por la actuación de Eduard Fernández, que está soberbio en la interpretación, como por la propia historia que cuenta, si bien ha recibido algunas críticas desde el punto de vista político al presentar el secuestro del autobús como “algo espontáneo y motivado por un impulso individual producto de la indignación”, reduciendo y prácticamente ocultando la trascendencia, ideas y organización política y social que había detrás del caso y que necesita la conquista de los derechos por parte de las clases populares. Esa lucha existió durante la dictadura, aunque seriamente mermada por la feroz represión del régimen franquista. Al ensalzar la figura individual de Manuel Vital, que reúne méritos para ello, se oculta la lucha colectiva, necesaria para la conquista de los derechos. Cierto es que existen personas individuales que sirven de inspiración para todos, aunque sea difícil para un humano normal alcanzar las cotas de heroísmo que hemos visto a lo largo de la historia. Es indudable que Nelson Mandela, Angela Davis, Malala Yousafzai, Luther King, o en nuestro país Clara Campoamor, Marcelino Camacho o Dolores Ibárruri son personas que nos inspiran por su dignidad y sus valores.
Por supuesto, en otra escala de valores muy distinta, muchos se sienten inspirados por Franco, Mussolini o Hitler. En esta última categoría podemos encontrar personajes siniestros que suponen una amenaza para la comunidad humana e incluso para el planeta por su capacidad de hacer daño gracias a su intrínseca maldad, a su irresponsable inconsciencia o a su imbécil infantilismo de niños malcriados que se van abriendo paso a base de pataletas. Y aquí nos encontramos otra vez con el número 47 y… ¡bingo! Donald Trump, el 47º presidente de los Estados Unidos, la mayor amenaza que afronta el planeta actualmente con abismal diferencia sobre la segunda. Un tipo que da más miedo que un gorila con un martillo, que un oftalmólogo con Parkinson, que un anciano de 93 años conduciendo un autobús… en fin, para echarse a temblar, como está medio planeta.
Desde que Berlusconi en Italia, Jesús Gil en España y otros casos en otras área geográficas implantaron el modelo de empresario-político, el fenómeno se ha ido extendiendo y nos hemos ido acostumbrando a la fuerza a ver a auténticos psicópatas faltos de la más mínima humanidad gestionando gobiernos, locales o nacionales, como si fueran sus propias empresas y como si la misión del estado fuera hacer negocios. Un artículo reciente de Juan José Paz se ocupa del fenómeno y cita algunos estudios, concluyendo que “En todos los países con gobiernos directos de empresarios millonarios los estudios comprueban que se desestabilizaron e incluso se agravaron las condiciones de vida y trabajo de la población, mientras la riqueza se reconcentra en forma vertical y jerárquica”. Y continúa: “El problema central y cada vez más agudo es que los “empresarios- presidentes” tienen una inalterable conciencia de clase y, por tanto, una vez llegados al gobierno, el resultado normal es que convierten al Estado en instrumento de reproducción, ampliación y consolidación de los negocios en favor de los círculos empresariales vinculados a la captación del poder”. Esto es de sentido común, pero demasiadas veces el sentido común hay que avalarlo con datos para que se abra paso.
Estos sujetos acumulan un poder excesivo y se rodean, como ocurre en el caso de Trump, de una cohorte de colaboradores también poderosos y que se alinean con el primero obteniendo una auténtica apisonadora que controla medios de comunicación, redes sociales, poder económico, judicial, militar… en definitiva, una maquinaria de poder que ningún emperador de otras épocas pudo soñar. Y la democracia que conocemos, aun plagada de trampas (leyes electorales, sesgos de clase en jueces y algoritmos, leyes mordaza que obstaculizan la legítima protesta ciudadana, represión empresarial, etc.), termina hundiéndose a ojos vista con una impotencia que invita a la resignación ciudadana, conduciendo a la apatía de movimientos vecinales, lucha obrera o estudiantil.
Este estado de cosas ha llevado a que un sociópata como Trump -que no quisieras como vecino de portal, al que no le comprarías un coche usado, que sabes que te va a estafar en cuanto te descuides-, haya llegado a una acumulación de poder inimaginable hasta hoy. Haber cometido una buena cantidad de delitos, ser machista, homófobo, racista, xenófobo, maleducado, mentiroso, acosador sexual, narcisista… en definitiva, carne de psiquiátrico en una sociedad sana, no supone ningún problema. A este punto de desquicie ha llegado la democracia occidental contra sus propios ciudadanos, y mirando para otro lado ante genocidios mientras se arma a los genocidas.
(Publicado en Lo Que Somos, el 28 de enero de 2025)