Estados Unidos: un elefante en la sala
Estamos en el siglo XXI, vivimos en un mundo en el que la información está inundada de desinformación, y esta viene de los de siempre, de los medios al servicio del poder, sean estos oficiales, u oficiosos. La guerra, cuya primera víctima es la verdad, cumple tan bien su cometido que incluso ni sabemos que estamos ahora mismo en guerra. Una guerra total de las oligarquías coordinadas contra los pueblos. Una lucha de clases en pleno apogeo, no importa lo que digan los falsimedias, que fuerzan metódicamente esa disonancia cognitiva que explica la colonización de nuestras mentes al servicio de la narrativa del poder, que tan certeramente explicara Frantz Fanon. Una suerte de síndrome de Estocolmo que sufrimos gracias a la cooptación de todas nuestras realidades conceptualizadas para ser entendidas en un mundo al revés, como expresaba Galeano.
Somos espectadores pasivos de una repetición ad infinitum de mentiras goebbelianas inoculadas al unísono por una inexistente pluralidad de medios que jamás cruzan líneas rojas marcadas por el sistema. Insistiendo con terquedad en la demonización de líderes progresistas y de cualquiera que ose amenazar los hilos de control del poder y retroalimentado por el silencio de todos y todas aspirando a conservar sus mínimas posibilidades de no ser molestados o amenazados por el sistema. Un sistema que despliega sus fortalezas apoyándose en el poder del miedo y la necesidad material, igual que la ‘Ndrangheta, la mafia calabresa en el Chicago de los años ‘20, solo que ahora lo hace con increíbles medios de control, represión y terror a su servicio. Y por supuesto, con un ejército de lacayos y asustados para permitirle conservar su impunidad y su poder.
Pero… ¿De qué sistema estamos hablando y de qué poder? Se trata de una verdad tan proscrita que es ese “elephant in the room”, ese silencio ensordecedor, esa verdad callada, embarazosa y culpable, un hecho tan evidente como obviado, que gracias a la guerra mediática y cultural y a la supremacía tan apabullante del sistema, y a su más que probada disposición a hacer daño, a matar y destruir, gracias a ese miedo orwelliano, nos paraliza y no deja que esta se pueda expresar ni siquiera como duda, siendo demasiado real para negarla.
A estas alturas, ya todos deberíamos saber la respuesta a esas dos preguntas, si estoy en lo cierto, y la mayoría las estará ya negando por la cuenta que les tiene:
¿De qué sistema estamos hablando y de qué poder? Pues del SISTEMA CAPITALISTA y del poder criminal y genocida del IMPERIO y del imperialismo.
Aunque lo sabemos, lo negamos. Los automatismos culturales y mediáticos nos hacen rechazar que la raíz de los grandes problemas reside en este sistema destructor que es el capitalismo, legitimado por gobiernos de una democracia burguesa que se deja secuestrar por el capital, ocultando el hecho de que democracia y capitalismo son antagónicos. Ya lo demostraron intelectuales de grueso calibre como Herbert Marcuse, Atilio Boron o el alemán André Gunder Frank. De Marx ni hablemos para evitar revanchismos.
La democracia capitalista es un oxímoron de manual, pues en sus premisas no hay prioridad del ser humano sino del capital. Hicieron suya la herramienta democrática para que pareciera propia y la vaciaron de contenido de principio a fin. Y ahora nadie puede hablar ni siquiera de su antídoto, pues el antídoto al veneno capitalista se llama socialismo. Por su puesto eso ha sido debidamente negado y denostada su base fundamental filosófica marxista y su mejor versión comunista. Ese odio a muerte al comunismo es de facto la mejor demostración de su capacidad antígena contra el capitalismo.
Pero “hay capitalismo bueno”, dicen por ahí con el mayor cinismo. No hay versión buena de un cáncer. Lo que hay, en todo caso, son versiones peores constitutivas a su naturaleza, a su ADN, y acechan silenciosas con metástasis totalitarias que tan cómodas se encuentran en su seno.
Pero… ¿Cuál es ese poder omnipresente que nos invade, limita y aturde? Que contamina todos y cada uno de los espacios que van conquistando el valor y la dignidad de los pueblos. Es el poder del IMPERIO, el imperialismo que todo lo pervierte, lo controla o lo permite, si es para beneficio de sus intereses.
Y el imperio hoy es uno, por más milongas que nos cuenten los que siempre legitiman las distintas herencias coloniales o sus propios pasados imperiales. Estos conservan hoy sus rentas. Siempre con el permiso y sostén de ese criminal suelto e impune que es el Gobierno de los Estados Unidos y sus lacayos.
La memoria histórica ayuda a no repetir errores y por eso hay que recordar. Ejercitar la memoria, leer los vestigios del pasado que esculpen con su cincel de hierro este presente. Debemos recordar los crímenes continuos de este imperio, ininterrumpidos desde hace más de un siglo. Genocidios brutales, a cual más cruento y perverso. Y sumarnos a la campaña del 9 de agosto, como Día Internacional de los Crímenes Estadounidenses Contra la Humanidad es una forma eficaz de no ser cómplices pasivos. Hacerlo en voz alta y desde todos los frentes antiimperialistas. Con confortables silencios jamás venceremos al tumor capitalista y a la pandemia imperialista que nos está quitando utopías y grandes logros de la humanidad mientras sus crímenes y vocaciones antihumanistas sigan impunes e invisibles.
La libertad de expresión en este imperio y en estos medios llega a donde llegan los pasos que Assange puede dar en su celda. Su “democracia” alcanza hasta donde sus golpes de Estado en Bolivia o en Brasil, en Colombia o en el propio Estados Unidos, lugares algunos que viven en un continuo totalitarismo con ropaje de democracia, a veces con títeres tan burdos como Trump, pero con la misma capacidad de matar –o mayor aún– como con el hipócrita Obama.
Ya está bien. La madre África, Nuestra América la soñada por Bolívar, la Siria milenaria, la Palestina eterna, y tantos otros pueblos nacidos para ser libres deben alcanzar por fin su derecho y soberanía rompiendo para siempre el esternón de la bestia imperialista y proclamando LIBERTAD y JUSTICIA.
Hay infinidad de estudios y pruebas documentales de estas verdades enunciadas, pero al fin creo que el primer yugo que impide ver la verdad no es el desconocimiento, sino la negación. La confianza en esos medios que nos mienten cada día, y el rechazo a una realidad tan trágica y tan presente tras la pandemia global del COVID19, que se debe gritar que hay que recordar, despertar, y sacudir todo prejuicio a decir radicalmente que el capitalismo mata y que el imperialismo quiere seguir matando.
Uno de los más grandes revolucionarios de nuestra historia al que tuvimos la suerte de escuchar en vida decía BASTA, y nos advirtió que “aquí huele a azufre.” Porque si observamos bien la realidad de nuestras hipotecadas soberanías, veremos que Hugo tenía razón y que esa realidad huele a azufre. Y no solo en los foros secuestrados por el imperio como la ONU, donde pronunció su histórica frase en 2006. Huele a azufre en casi cada esquina de los países que niegan el imperialismo.
Concluyamos con la entrañable y eterna sonrisa de Hugo Chávez diciendo: “¡Aparten las manos de nuestra tierra yanquis de mierda, que aquí vive un pueblo digno!
(Artículo aparecido en Correo del ALBA el 8 de agosto de 2020)