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Humanismo o humanitarismo

La guerra que se abate contra Cuba desde hace más de 60 años es una guerra contra la humanidad, contra el sentido mismo de humanidad, que es exactamente lo contrario del “humanitarismo” esgrimido para invadir, bombardear, destruir y saquear a los pueblos. El concepto de humanidad martiano pone en cuestión el sistema capitalista mismo porque atañe al sentido profundo de lo que significa ser un ser humano: existir para la vida (colectiva), con la historia como espejo de futuro, o existir para la destrucción de la vida.

Aquí, en los países que forman parte del arco imperialista, resulta difícil imaginar un ser humano que rompa con el egoísmo y que priorice lo colectivo a la mezquindad individual, a esa forma de esclavitud obligada y consensuada que está destruyendo nuestro planeta. ¿Es acaso posible que el ser humano sea solidario, consciente de su ser social, responsable, equitativo y justo? ¿Es posible lograr una sociedad humana liberada de la explotación económico-política y cultural a la que el capitalismo nos somete? ¿Es posible que seamos capaces de ser nosotros —y juntos— más humanos?

Sí, Cuba ha dicho que sí y lo ha dicho en voz muy alta y en los peores momentos, cuando se nos hundió la URSS, no sólo por la larga y cruel “guerra fría”, sino por haber abandonado ese concepto comunista de Humanidad y por haberse enfriado hasta perder la batalla ideológica, la batalla de ideas de la que tanto nos habló Fidel.

Sí, el pueblo cubano ha demostrado muchas veces cómo resistir y vencer los constantes ataques del imperialismo y también de aquellos que, desde posiciones socialdemócratas —o pseudodemocráticas—, hacen de eco plañidero cuando lo esencial y relevante es que la fuerza de la Revolución Cubana reside en la construcción de ese Hombre Nuevo —como decía el Che— capaz de imaginar otra humanidad, otra forma de relación humana, liberada de toda explotación. Es un tema crucial y es una lucha profunda en el campo del lenguaje, por la verdad y contra la mentira y con la fuerza de los que decimos sin medias tintas que apostamos por la construcción de una humanidad diferente, de un mundo socialista.

Y decía que esta guerra es contra la humanidad entera porque nos abarca, nos compromete y muestra claramente que la barbarie imperialista necesita destruir eso que es lo propiamente humano: la dignidad, la equidad, la cultura solidaria, el internacionalismo y la justicia. Eso es Cuba y eso es intolerable para las oligarquías imperiales y sus tristes marionetas que han salido a la calle empujadas por redes mercenarias, que saben aprovechar el dolor infligido por el bloqueo, sumado ahora a la situación pandémica.

Hace unos días hubo más de cuatrocientas personas en la embajada de Cuba en Madrid apoyando al pueblo cubano y su revolución. Afuera, una pequeña horda descerebrada dirigida por la señora Monasterio —de origen cubano, hija de esclavistas y dirigente del partido fascista Vox— vociferaba, y era triste verlos gritar a favor del verdugo, con el lenguaje inhumano del odio y la irracionalidad propia del totalitarismo nazi.

Mientras esto sucedía, un compañero cubano me comentó que “nosotros no somos un número, nosotros somos familia y cada uno cuenta, cada muerto por el covid nos pesa en el alma y lo vamos a vencer”, y al escucharlo sentí la grandeza de esa humanidad que ha forjado la Revolución. Basta escuchar cómo habla el ministro de sanidad cubano, el presidente Díaz-Canel, los médicos, los periodistas, los estudiantes, la gente en la calle, etc., para saber que su lenguaje mismo es completamente diferente a la cháchara del pan y circo de los medios de desinformación españoles y europeos. Y si —haciéndole caso a Brecht— nos distanciamos lo suficiente de este discurso mediático envilecido, entendemos que su función es oscurecer, embrutecer; que no hablan para seres humanos, sino para consumidores, con un lenguaje pobre, brutal, emocional —por no decir amarillo— y donde la mentira manda.

Sin duda, y a pesar de la dura situación que les impone el bloqueo, la conciencia y la cultura del pueblo cubano están en el futuro, en el futuro que tanto deseamos para el mundo entero. Alguien me dirá que en Cuba hay hambre y responderé que «millones de niños en el mundo mueren de hambre, pero ninguno es cubano», y reconoceré que el bloqueo provoca escasez y sufrimiento y que ese es su objetivo: asfixiar, sitiar y destruir el socialismo. Es tan sencillo como criminal: el país que ha producido sus propias vacunas, el que menos casos de covid tiene, no puede comprar jeringuillas porque los señores de la guerra controlan el mercado y bloquean esas transacciones.

Y no podemos olvidar que, en esa institución llamada ONU, 184 países votaron en contra del bloqueo; pero que una vez más, dos estados delincuenciales —USA e Israel— se opusieron y hasta ahora parece que pueden más que el mundo entero. ¿Es esto la tan mentada democracia occidental? ¿Es esto la democracia española que condena la supuesta violencia en Cuba, que reconoce al mafioso Guaidó y hospeda a sus secuaces y calla sobre los crímenes de lesa humanidad en Colombia, en Chile, en Palestina, en Yemen y en tantas otras partes del mundo donde los negocios son suculentos y la ética demócrata es repugnante?

Nacimos y crecimos en una América Latina alumbrada por la Revolución Cubana, y digo alumbrada porque fue la luz que nos marcó el camino y nos sostuvo en tiempos muy sombríos de crimen institucional y terrorismo de estado. Y seguimos creciendo en las dificultades que implica todo proceso revolucionario, atacado permanentemente con un bloqueo genocida. No hubo castigo que nuestra isla no haya recibido: atentados, intento de invasión, intentos de magnicidio, bio-terrorismo, bloqueo, campañas mediáticas bestiales para hundir el espíritu que la Revolución sembró hace más de medio siglo. Y esta barbarie se ejerce contra la humanidad misma, decía, porque necesitan destruir la posibilidad de un futuro justo para el ser humano y saben perfectamente que esa condición solo es posible en un mundo de iguales, sin explotación, sin acumulación de capital y sin destrucción del hombre y la naturaleza, características inevitables del capitalismo, por más que cacareen lo contrario los demócratas de la OTAN, la NED, la CIA, la Unión Europea, que es decir el banco mundial y el FMI con sus vastos tentáculos.

Acumular capital implica destruir vidas humanas y destruir el planeta, lo estamos viendo y viviendo cada día. No basta que intenten tapar con eufemismos, tales como “cambio climático” (+“derechos humanos”, +“libertad de expresión”, etc.), lo que es la intensiva y siniestra explotación del planeta —sin ley ni límite— porque los señores de la guerra capitalista dictan las leyes mientras engañan a las grandes mayorías del planeta para robar mejor y cuentan con un inmenso aparato cultural que potencia este festín caníbal —verde, morado, naranja y tecnicolor— que después vota a la podrida democracia que los señores de la guerra controlan desde sus entrañas. Nos venden toneladas de basura cultural para convencernos del peligro que entraña la existencia de otra alternativa, de otra forma de vida, de otro concepto de humanidad: una humanidad socialista.

Es gracioso, hay un detalle significativo que aprendí estudiando ruso. Hay una letra que no existe en nuestro abecedario —z rusa— a la que llamamos «la z del ruso malo de las películas». Miles de películas de malvados rusos terminaron por hacer que ese sonido sea fácilmente reconocible, malvados rusos atacando siempre al buen occidente con un sonido de víbora cascabel. De la misma manera constante, inoculan la propaganda contra cualquier país que sea capaz de desafiar la férrea ley del mercado. Pasó con la URSS, atacada hasta ser minada por dentro; pasó con Vietnam, triunfante, a pesar de la destrucción brutal de la guerra; pasa con China, que los ha superado con creces con otro modelo de producción y gestión; pasa con Corea y con Irán, demonizados; pasa con la Siria atacada que los ha vencido; pasa con Venezuela, con Nicaragua, con Bolivia; y pasa, y sigue pasando, con la Cuba.

Todas estas reflexiones para llegar a lo que hoy me parece esencial: recuperar y renacer con firmeza en la defensa y construcción del mundo nuevo, del Socialismo que Cuba significó y sigue significando.

Necesitamos unir fuerzas internacionalistas contra la barbarie y organizar, en cada lugar de esta Europa a la deriva —que ha perdido la fuerza que tuvieron los partidos comunistas antes de la catástrofe eurocomunista—, para seguir construyendo el Socialismo y luchando por él. En este camino siempre Cuba nos seguirá alumbrando, de allí que sea imprescindible derrotar el bloqueo y unirnos en la exigencia de que se cumpla lo que se ha votado en la ONU. Esa es la tarea urgente en Europa, debemos exigir a cada uno de los gobiernos que votaron contra el bloqueo en la ONU, cumplir y hacer cumplir esa decisión. Basta de papeles mojados, los ciudadanos de los países que están representados en esa votación deben exigir que lo votado se cumpla ahora.

Ahora, más que nunca, hay que llamar a la unidad y a la organización internacional contra el bloqueo a Cuba. Es una obligación no solo moral, sino una urgencia para la supervivencia misma de la especie humana. No actuar es dejar que el crimen de lesa humanidad campe a sus anchas y lleve a las masas desorientadas hacia lo que dolorosamente conocemos: el fascismo. De nuestra voluntad depende detenerlos y transformarnos.

Nada más lejos de la Humanidad que el Humanitarismo: son antagónicos.

La “intervención humanitaria” que los señores de la guerra y sus acólitos promueven ha sido siempre la misma: crear el caos, debilitar al estado, destruir/endeudar e intervenir militarmente. Son expertos en la técnica de creación del caos y pagan a mercenarios que piden —sin vergüenza— invasiones a su propia patria. Este “humanitarismo” se apoya en la ley que llamaron “responsabilidad para proteger” (RP), que consiste en crear el caos (bloquear-asfixiar-armar grupos mercenarios) dentro de un país para justificar después la intervención militar y la destrucción de millones de vidas humanas. Basta recordar lo que hicieron en Yugoeslavia, Irak, Afganistán, Libia, Siria, Panamá…

La única Humanidad posible es la de la igualdad de derechos y la no injerencia. Nuestra humanidad es “la humanidad que ha dicho basta y ha echado a andar” contra las artimañas y la crueldad del imperialismo. Queremos paz, queremos desarrollo social y democracia de verdad; por eso, una vez, más exigimos el fin del bloqueo a Cuba (y a Venezuela, a Nicaragua y a todos aquellos países que sufren las consecuencias devastadoras de esta guerra no declarada llamada “bloqueo”).

¡No al bloqueo genocida!

¡Patria o muerte! Venceremos.

(Publicado en La Comuna, el 14 de agosto de 2021)

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