ArtículosVíctimas y Resistencias

La belleza del porvenir

Para ti, que tanto me diste

Hoy escribo frente al mar y no sé a dónde han de llevarme estas palabras, si al rincón oscuro y profundo del alma o a la evocación estética de tan inconmensurable belleza, y es que los anhelos literarios asaltan en estas horas del alba. El año comienza a marcharse siendo inevitable el recuento de los hechos sin importar lo aciago de los días, el gélido viento reconforta la mirada cansada y el temblor de los huesos arremete contra la estabilidad en apariencia inquebrantable del ser, son los instantes de soledad los que nos permiten adentrarnos en las heridas por cicatrizar, no se piense que las lágrimas de una despedida han de servir como pretexto para arrojarse al abismo inamovible de la desolación, pues a pesar de las pérdidas queda aún mucho por andar.

Las olas rompen en la orilla ofrendando el milenario sonido de los secretos resguardados en la inmensidad de un universo todavía incomprendido y el sol enrojece al horizonte, aún hay esperanza para la humanidad. Sobreponiéndonos a lo adverso de los actos irracionales de la soberbia y la vanidad, las guerras e injusticias, al igual que la violencia sistémica y la explotación, si bien son continuos históricos en el registro de los daños, también representan expresiones superables de los desvíos inhumanos que transitamos.

La seducción que produce la inmensa belleza transporta a la caricia amada de las noches inconclusas en un azar desnudo entre brisa, licor y sal. Los errores y desvíos nos pusieron en la encrucijada que vivimos ¿cuándo entenderemos que lo relevante habita en los sentimientos y en las acciones sinceras desprovistas de solemnidad? El camino recorrido nos advierte la fragilidad de la existencia y la necesidad de la conciencia como elemento emancipador de la esencia humana, las cadenas impuestas a las formas diversas simulan al ancla que, estática, contradice la razón de las embarcaciones; las rupturas sociales y culturales requeridas son la flama que alumbra en las tormentas, el clamor de los pueblos y de sus mujeres y hombres resignifican la utopía en la alborada de la tercera década del siglo XXI, porque lejos de las formas bien portadas de la sociedad, la reivindicación de lo verdaderamente humano aguarda intranquila la llegada del tiempo presente.

Pensar frente al mar es reconocerse casi inexistente, el culto a las inmaculadas formas de la sacralidad social sirven únicamente a quien busca definirse entre elogios provocando la visión placentera del confort y los sitios laudatorios de la autoconsagración. En cambio, asumiendo las tempestades como el resurgimiento de los desposeídos, ya sea como bruja o caliban, sin temor a las desventuras de lo profano y con los pies descalzos sobre la tierra o la arena, mirar al horizonte que celebra a la noche es un acto de rebeldía reconfortante para los espíritus taciturnos que sostienen la esperanza por encima de todo lo mundano.

Los saberes conjugados con la acción y la conciencia germinarán el fruto de la belleza social venidera, porque pasados los días adversos del infortunio, todo lo que nos fue prohibido y señalado como pecado ante los dioses se derrumbará dando paso a las nuevas concepciones de lo humano. Frente al mar, despojado de la grandeza del engaño y deshabitado por la sustracción de la espiración hermana, escucho al silencio que al nombrarlo reverdece similar a la esperanza, endeble y fragmentada, pero enraizada en quienes apostamos por un mejor porvenir para la humanidad.

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