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La guerra que no te anuncian pero se está librando. Tita Barahona

Resuenan en los medios llamamientos a la guerra. Mientras el Secretario de Estado de EE.UU, Antony Blinken, decía el pasado 2 de abril, que Rusia ha sufrido una derrota estratégica en Ucrania, el Primer Ministro de Francia, Emmanuel Macron, había insistido previamente en el envío de tropas a Ucrania para que Rusia no gane la guerra”.

Y, según el Alto Representante de la UE para asuntos exteriores y política de seguridad, Josep Borrell,

    «No podemos permitirnos que Rusia gane esta guerra, de lo contrario, los intereses de Estados Unidos y los intereses europeos se verán muy perjudicados”.

   Es evidente que, como colonia de los Estados Unidos, los intereses de la Unión Europea están supeditados a los de la gran potencia norteamericana y su brazo militar, la OTAN -que no es una organización defensiva, como nos cuentan en las colonias, sino claramente ofensiva, como se puede comprobar en sus 75 años de historia. Unos intereses que son los del complejo militar-industrial, las grandes corporaciones, los bancos y los fondos de inversión, como el buitre Black Rock, de la clase capitalista del llamado bloque “occidental” enfrentada a la clase capitalista de la Federación Rusa y el “socialismo con características chinas” del gigante asiático. La historia, los motivos reales, el grado de responsabilidad de ambos bloques y sus distintas interpretaciones los dejamos, de momento, a los buenos analistas1.

Por supuesto, los tambores de guerra también resuenan en el Reino de España, cuyo actual gobierno es, como los anteriores, fiel lacayo de EE.UU y de la OTAN. La Ministra de Defensa, Margarita Robles, ha realizado una

   “llamada de atención a la sociedad española, porque a veces tengo la percepción de que no somos conscientes del enorme peligro que hay en este momento”.

     El peligro es la supuestaamenaza rusa”, el malvado Putin, que está dispuesto a “atacar con armas nucleares”. Como en casos anteriores, los medios de propaganda demonizan a quien desean destruir y tratan de justificar la destrucción con bulos (No creo que se haya borrado de nuestra memoria el de “las armas de destrucción masiva” en el caso de Irak).

En realidad, de lo que no es suficientemente consciente la mayoría de la población a la que va destinado este bombardeo de mensajes belicistas es que llevamos tiempo siendo objetivo de una guerra no declarada pero no menos real y sentida por quienes dependemos de un salario o una pensión mínima para subsistir, que es la del capital contra el trabajo. O, para ser más exactos, una guerra de clases silenciada que, desde la década de los 70 del siglo pasado, con la ofensiva neoliberal, va ganando el capital con la inestimable colaboración de una “izquierda” que se volvió “compatible” con los intereses de aquél.

Las bajas que esta guerra produce son numerosas, en ascenso progresivo y de distinta consideración. La caída de los salarios reales está aumentando los índices de pobreza entre la masa asalariada. En España, un 26% de la población vive en riesgo de pobreza o exclusión social. La reciente subida del salario mínimo ha quedado por debajo de la de la inflación. Comer bien, calentar la casa en invierno o disfrutar de unas mínimas vacaciones están fuera del alcance de multitud de hogares. La mitad de las familias pobres atendidas por la ONG Save de Children en 2023 percibían dos sueldos cuyo monto total no sobrepasaba los 1.000 euros. El famoso Ingreso Mínimo Vital, anunciado a bombo y platillo por el ex-vicepresidente del gobierno español, Pablo Iglesias, ha resultado ser un auténtico fiasco.

Lo público, lo que es de todos, lo que pagamos con nuestras cotizaciones e impuestos (el grueso de lo cual lo aportan las rentas del trabajo) se lo va comiendo el capital mediante las privatizaciones más o menos encubiertas de la sanidad, la educación, las prestaciones sociales (salario indirecto) y las pensiones (salario diferido), gracias a la operación de los partidos que se alternan en el poder, algunos de cuyos gurús económicos nos quieren trabajando hasta los 70 años o hasta que el cuerpo aguante, como en siglos pasados.

Por no tener pólizas de sanidad privada, en la Comunidad de Madrid, su presidenta, la ultraliberal Isabel Díaz Ayuso, dejó morir durante la pandemia de COVID a más de siete mil ancianos en las residencias, sin atención médica y en condiciones angustiosas que podríamos calificar de tortura. Los homicidios, cuando se realizan en masa y por parte de un cargo público, quedan impunes, especialmente con un poder judicial que actúa de parte.

Los millones derivados de los recortes en los servicios públicos van en buena parte a engrosar y engrasar la maquinaria bélica llamada “presupuesto de Defensa”, que “el gobierno más progresista de la historia” aumentó en un 26% en 2023 y, junto al gasto oculto, asciende a 57.000 millones. Otra parte se la llevan las empresas con las que subcontrata el Estado determinados servicios que debería prestar directamente, como la ayuda a domicilio, entre otros.

Pero no debemos olvidar que también con dinero público se mantienen esos parásitos sociales, la mayoría políticos de turno y sus clientelas, que, mientras se oponen a las prestaciones sociales que llaman despectivamente paguitas, arañan sustanciosas cantidades del erario público, como la “comisión” de 234.000 euros que se llevó el hermano de la presidenta de la Comunidad de Madrid de la compra de mascarillas durante el COVID (2). En verdad que hay “paguitas” y “pagotas”, sólo que las primeras son legales; las segundas, delictivas2.

Entre recortes en gasto social, desvío de fondos para armamento, evasión fiscal de las grandes fortunas y otros desfalcos, la riqueza que sólo la clase trabajadora genera ya no se redistribuye, sino que se distribuye hacia arriba. Los más de 60.000 millones con que el Estado español “rescató” a los bancos tras el pinchazo de la burbuja inmobiliaria en 2008, que no han devuelto, es un claro ejemplo de que, mientras las ganancias de los capitalistas son suyas privadas, sus pérdidas, por el contrario, se socializan (las pagamos entre todos), no así las pérdidas de las familias asalariadas.

Lo que en el papel son derechos humanos y derechos constituciones se están convirtiendo en privilegio. Lo es ya, de hecho, para buena parte de la juventud de clase trabajadora el acceso a la educación superior, con el espectacular aumento que han experimentado las tasas en las universidades públicas en los últimos años y los recortes en becas.

Privilegio es también el acceso a una vivienda, sea en compra o en alquiler, no sólo por los precios inasumibles para un salario medio, sino también por la escasez de oferta pública. Los gobiernos permiten a los fondos de inversión -o fondos buitres– así como a las empresas dedicadas al arrendamiento turístico a hacerse con el grueso de los inmuebles, expulsando a los inquilinos por la subida de los alquileres. Por otro lado, el incremento de los tipos de interés ahoga a muchas familias hipotecadas, mientras los grandes bancos, que exprimen a las rentas más bajas con las comisiones, baten récords de beneficios.

En ambos casos, estamos presenciando un aumento exponencial de los desahucios y de personas que, a consecuencia de ello, se suicidan, sin que ningún cargo público ponga una triste nota de condolencia en sus redes sociales. Son asesinatos y lo saben. Otras víctimas mortales silenciadas están produciendo en número creciente los accidentes laborales, la desidia de las administraciones en los casos de violencia machista y vicaria o el llamado bullying escolar.

La acumulación de capital ya no se realiza sólo mediante la extracción de plusvalía a la fuerza de trabajo, sino también mediante el simple despojo de lo que es nuestro y de la tierra que habitamos. Dicho de otro modo: la apropiación privada de la riqueza social acumulada acentúa la desposesión social.

Con empleos cada vez más escasos y precarios, jornadas de trabajo extenuantes, casi el 50% de horas extras no pagadas, buena parte de la clase trabajadora no es dueña de su futuro. El valor de la fuerza de trabajo ha caído por debajo de lo que es imprescindible para su reproducción. Esto es evidente para cada vez más sectores de la clase trabajadora, especialmente para las nuevas generaciones.

Los estados de angustia y ansiedad que estas situaciones provocan, a falta de unos sindicatos verdaderamente de clase, se tratan de aliviar mediante ansiolíticos y antidepresivos -somos, al parecer, el país donde más tranquilizantes se toman-, o a través de la adormidera de la telebasura, que, mientras nos idiotiza con trivialidades, no desaprovecha la ocasión para inculcarnos la idea de que vivimos en el “mejor de los mundos posibles”, ese mundo, que según Borrell, es unjardín rodeado de una “jungla” amenazante, y trata de desviar la atención de nuestro principal enemigo, el sistema capitalista, para dirigirla hacia el más pobre que tenemos al lado, especialmente si es inmigrante.

Divide y vencerás es un lema muy antiguo, pero para el capital sigue siendo muy funcional. La guerra no es sólo material, contra nuestras condiciones de vida, sino también cognitiva, es decir, para que nos sintamos contentos de ser esclavos.

La maquinaria propagandística no deja de funcionar por TV, radio, prensa y redes sociales. Las “democracias” que, según el ínclito Borrell o el Ministro de Exteriores español, Manuel Alvares, hay que defender, han censurado medios de comunicación, han instaurado los llamados “delitos de odio”, las leyes mordaza, encarcelado periodistas y todavía tienen la desfachatez de acusar de “crímenes de guerra” a Rusia, ponerle sanciones, prohibir a sus atletas participar en competiciones, mientras silencian los verdaderos crímenes de lesa humanidad cometidos por el Estado de Israel contra el pueblo palestino y el genocidio que está llevando a cabo en Gaza.

Para los “demócratas” y charlatanes de los derechos humanos, el sionismo, íntimo aliado de EE.UU, no merece sanciones económicas, ni bloqueos, ni condenas abiertas, ni expulsar a sus deportistas de las competiciones o a sus cantantes de Eurovisión (por cierto, creación de la OTAN), ni prohibir sus medios de comunicación. Con tibias reprimendas verbales y propuestas caducas, pretendidamente equidistantes, trata de solventar la faena ante el público el sociolisto presidente del gobierno de España, Pedro Sánchez.

Ahora nos quieren preparar para una posible guerra, en la que el capital industrial-militar se llevará pingües ganancias, mientras nuestros hijos e hijas pondrán la carne de cañón 3. Aprendamos de la historia, de cómo en 1914, inicio de la I Guerra Mundial, el discurso nacionalista logró que los partidos socialistas que colaboraban en el gobierno alemán y los obreros dejaran el internacionalismo a un lado para enfrentarse en los campos de batalla contra otros obreros (muy recomendable el libro de Jacques Pauwels, La Gran Guerra de Clases, 1914-1918).

De hecho, aún tímidamente pero suenan al fin y al cabo las sirenas que anuncian una previsible reinstauración del servicio militar obligatorio en los países de la OTAN. El Ministro de Defensa de Alemania, Boris Pistorius, ha lanzado ya varias andanadas en este sentido.

Si no nos organizamos y pasamos a la acción contra este nuevo intento de utilizarnos, de poner en riesgo nuestras vidas, de enfrentarnos a nuestros iguales en pos de los intereses del capital, cuyos cuarteles generales están en Washington, Londres, Bruselas y Tel Aviv, estamos abocados a otra catástrofe de la que, de nuevo, los escombros caerán del mismo lado. Socialismo o barbarie. En esta última ya estamos.

Ni Rusia, ni China, ni Irán son nuestros enemigos, menos aún sus clases trabajadoras. Ninguno de estos países tiene interés alguno en invadir Europa, una Europa desprovista hasta de fuentes de energía, pues cuentan con recursos naturales y humanos suficientes para hacer prosperar sus economías. Quienes nos hacen la guerra son los capitalistas de nuestros propios Estados y los gobiernos que operan en defensa de sus intereses. Contra ellos y sus alianzas belicistas, debemos dirigir nuestra lucha y alzar la voz:

 NO A LA OTAN, NO A LA GUERRA, POR LA PAZ MUNDIAL Y EL INTERNACIONALISMO PROLETARIO.

(Publicado en Canarias Semanal, el 7 de abril de 2024)

 


  1. Véase, por ejemplo, https://canarias-semanal.org/art/33639/el-asedio-a-rusia-dentro-de-la-guerra-total-ciertos-pasos-decisivos, https://canarias-semanal.org/art/34789/son-china-y-rusia-paises-imperialistas-una-pregunta-equivoca, https://canarias-semanal.org/art/33703/por-que-las-batallas-de-la-guerra-total-no-son-una-lucha-entre-imperios-1 https://canarias-semanal.org/art/35923/los-capitalistas-de-ambos-lados-del-conflicto-se-enriquecen-mientras-miles-de-jovenes-mueren-en-la-guerra-de-ucrania  

  2. En el Reino de España, el robo de dinero público por parte de los dos principales partidos (PP-PSOE) y sus socios nacionalistas representa una cantidad astronómica. Sin ánimo de ser exhaustivos: Caso Nóos: 2.300.000€; Caso Palau: 25.000.000; Caso Púnica: 7.500.000; Caso Gürtel: 120.000.000; Caso ERES: 152.000.000; Tarjetas Black: 15.000.000; Caso Castor: 1.350.000.000 

  3. En este mes de abril, la OTAN ha aprobado un fondo de 100.000 millones de euros para hacer la guerra en el Este. La UE llegará a un gasto militar de 350.000 millones, la cifra más alta desde la II Guerra Mundial. La industria armamentista de EE.UU absorberá más de la mitad de estas partidas 

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