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La no existencia del imperialismo

El imperialismo no existe. Es lo que el propio imperialismo afirma y sus allegados reafirman con voz coral y de manera unánime. No existe.

Al parecer la idea misma de su existencia es una falacia puesta a rodar desde hace tiempo por la izquierda internacional y ahora sostenida, entre otros enemigos de las libertades, por el castrochavismo bolivariano y comunista que trata de subvertir el orden instituido y la paz de Occidente.

El imperialismo que, según Mao es tigre de papel, no existe.

El imperialismo que, según Fidel, “es fiera, picúa, tiburón, buitre, todas las alimañas juntas”, no existe.

El imperialismo, ese “diablo” que lo es, según Chávez, no existe.

De modo que prepárate.

Porque lo más terrible es que desde la paradoja estructural de su existencia-inexistencia, él imperialismo ha diseñado un mundo en donde tú estás a su servicio. Y para lograr la mejor concreción de ese diseño, ha puesto en práctica la buena política de la zanahoria y el palo. Donde la zanahoria es el palo, y el palo ni se diga, es retorcerle el brazo y la vida a las naciones díscolas. Incluso hasta llevarlas casi hasta el exterminio si hace falta.

A tal efecto maneja la fórmula siguiente, que aunque no es gramaticalmente un imperativo, lo es geopolíticamente: O le entregas el alma y las materias primas y le alabas las gracias, o debes atenerte a las consecuencias.

¿Te das cuenta? ¿Se entiende bien ese concepto? El imperialismo no existe. Está perfectamente demostrado, según doctos autores y grandes medios, que no existe tal cosa.

Pero tú por si acaso, pórtate bien y no cultives ninguna idea de soberanía, no dejes que fluya por tus venas ni una sola gota de sangre emancipadora, no te alces sobre las cadenas que te oprimen, no hables de amor, de justicia, de dignidad o de independencia, ni te conectes con el flujo rebelde de la historia insurgente.

Porque entonces te convertirías en un “régimen” y eso está muy mal visto.

Salvo que quieras ser tú mismo. Y eso tiene un precio.

Precio que muchos pueblos dignos han pagado con creces y siguen creyendo que vale la pena.

(Publicado originalmente en Correo del Orinoco)

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