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La trampa ucraniana. Luis Gonzalo Segura

El gran éxito de la contraofensiva ucraniana es gastar miles de millones de euros en la guerra de Ucrania con el beneplácito de los ciudadanos, que pierden ese dinero para Sanidad, Educación o Investigación.

Han pasado casi 18 meses desde la invasión rusa de Ucrania y algo más de 2 meses desde el comienzo de la contraofensiva ucraniana. En este tiempo muchos han vaticinado el resultado final de la guerra, el momento en el que concluiría o las consecuencias que tendría. Para el recuerdo, las predicciones de Francis Fukuyama el pasado otoño sobre un inminente colapso militar ruso (que no se produjo).

Por desgracia, salvo aquellas predicciones hechas a corto plazo o las que se realizan en fases muy avanzadas de un conflicto, lo cierto es que el número de variables y posibilidades es tan alto que resulta muy complejo predecir el resultado final de una guerra.

Pero, como esta evidencia no se puede trasladar a los ciudadanos que están pagando el conflicto, recordemos que Ucrania ya ha recibido más de 200.000 millones de euros desde el comienzo de la invasión rusa, los grandes medios de comunicación crean relatos ficticios para que el enorme esfuerzo económico que supone esta guerra pueda ser aceptado por la ciudadanía.

Ciertamente, si a los ciudadanos les explicas que habrá que recortar en Sanidad o Educación o que la cesta de la compra se va a encarecer porque hay que costear el envío de armas a Ucrania para que combata en una guerra en la que realmente nadie sabe lo que va a suceder, sería muy difícil conseguir que estos aceptasen de buena gana estos recortes o dificultades diarias. Si se les explica que una parte de ese dinero servirá para bombardear zonas civiles y que ello provocará la muerte de civiles, niños incluidos, sin que ello garantice el final de la guerra, sería, con mucha probabilidad, imposible. Y si se les explica que esta guerra se libra para que Estados Unidos pueda mantener su hegemonía mundial y que la democracia importa tan poco que Turquía forma parte de la OTAN, sería todavía más complicado.

Por ello, en primer lugar, se demoniza al enemigo y se crea un relato que permita justificar la guerra. En este caso, ‘Putin es un dictador, Rusia quiere expandirse, es una gran amenaza y la guerra de Ucrania es una guerra de las democracias contra las autocracias’. Pero si se analizan las alianzas occidentales, lo cierto es que Marruecos, Turquía o Arabia Saudí ni son ni parecen democracias. Y, en el caso de emprender una guerra de las democracias contra las autocracias o defender los Derechos Humanos o el Derecho Internacional, ¿por qué no se defienden a los saharauis, palestinos o yemeníes? Para defender a estos últimos, por cierto, bastaría con no venderle armas a Arabia Saudí y sus aliados (que son también aliados de Occidente). Para el recuerdo, cómo Margarita Robles o Josep Borrell defendieron la venta de bombas ‘inteligentes’ a Arabia Saudí después de un bombardeo que terminó con la vida de casi medio centenar de niños en Yemen.

En segundo lugar, hay que hacer creer a los ciudadanos que la guerra se va a ganar y que, además, esta va a durar poco. La victoria es, siempre, inminente. Tanto para la construcción del relato anterior como para la creación de esta ilusión resultan esenciales los medios de comunicación. O mejor dicho, la desinformación de los medios de comunicación.

En el caso de la guerra de Ucrania, la ilusión de la inminente victoria se ha creado en múltiples ocasiones y ha adoptado formas muy variadas. Una de las primeras ilusiones fue el ‘botón nuclear bancario’, una especie de artilugio que, una vez pulsado, destruiría la economía rusa. Cuando lo ‘pulsaron’ no pasó nada.

Después, el final de la guerra era inminente gracias a las sanciones internacionales. Más de diez paquetes se implementaron. Sin embargo, uno tras otro no consiguieron destruir la economía rusa.

Durante varios momentos de los últimos dieciocho meses se advirtió de la inminencia de un golpe de Estado en Rusia, de una enfermedad letal o en fase terminal de Putin y hasta de la propia muerte de este. La ‘solución interior’ pretendía hacer creer que la guerra de Ucrania terminaría gracias a un factor interno ruso. De momento, no ha acontecido y, al menos mientras se escriben estas líneas, Vladimir Putin sigue vivo. No solo eso, sino que la realidad es que la caída de Putin pudiera terminar con la guerra en Ucrania… o agravarla. Y mucho.

Aunque la inminencia del colapso militar ruso fue otra de las predicciones que se repitieron en varias ocasiones, la ilusión más exagerada de todas fue la de dotar de ‘poderes mágicos’ a determinado armamento. Esta ilusión no solo permitía que el ciudadano aceptase gastar en armas lo que debería gastarse en sus centros de salud o en el colegio de sus hijos, sino que provocaba que lo hicieran con la creencia de tratarse del esfuerzo final. Los carros de combate Leopard son el paradigma de este engaño. Un arma que, con su sola presencia, cambiaría para siempre el curso de la guerra. Sin embargo, una vez en el campo de batalla no han sido capaces, al menos hasta ahora, de ganar la guerra por sí mismos. Los aviones de combate serán el próximo ‘artilugio mágico’ con capacidad para otorgar la victoria a Ucrania.

Y, claro está, la ilusión de la contraofensiva ucraniana, como ‘operación relámpago’ que otorgaría a Ucrania una victoria definitiva, permitió a los grandes medios de comunicación apoyar los interminables, y cada vez más costosos, envíos de armamento. Lo hicieron durante meses. La contraofensiva debería haber comenzado en primavera, pero no llegó hasta principios de junio y cabría cuestionarse si, realmente, ha existido como tal. Todavía no se puede concluir, pero con tiempo se podrá saber con exactitud lo que ha sucedido en realidad.

En definitiva, lo cierto es que, hoy, dieciocho meses después del comienzo de la guerra y dos meses después del inicio de la contraofensiva, cabría preguntarse:

(Antes de la guerra) ¿Mereció la pena gastar más de 200.000 millones de euros, sin olvidar las decenas de miles de muertos y la destrucción que padece Ucrania, por renunciar a la entrada de Ucrania en la OTAN y otorgar autonomía al Dombás y Crimea?

(Al comienzo de la guerra) ¿Mereció la pena gastar más de 200.000 millones de euros, sin olvidar las decenas de miles de muertos y la destrucción que padece Ucrania, por renunciar a la entrada de Ucrania en la OTAN y aceptar que Rusia se anexione Crimea y territorios en el Dombás?

(Hoy) ¿Merece la pena seguir gastando miles de millones de euros por renunciar a la entrada de Ucrania en la OTAN y aceptar que Rusia se anexione Crimea y territorios en el Dombás sin ni siquiera tener la certeza de conseguir una victoria militar?

Los propietarios de bancos, armamentistas o energéticas no tendrán duda alguna de que lo mejor es continuar la guerra. La mayoría de los ciudadanos, de no ser por el gran engaño que padecen, tampoco deberían tener ninguna de que lo mejor es detener la guerra y que el dinero que se está gastando en armas se invierta en los hospitales o colegios o sirva para ayudar a los más desfavorecidos. Y, por supuesto, los más de 35 millones de niños en situación de pobreza o riesgo de pobreza que viven en Estados Unidos y Europa, más de 2 millones de ellos en España, tampoco deberían tenerla.

Pero los grandes medios de comunicación, propiedad de las mismas élites que poseen bancos, armamentistas o energéticas, se encargan de engañar a los ciudadanos para mantener una guerra que solo les beneficia a ellos (los pobres ni siquiera necesitan ser engañados porque, en su mayoría, viven excluidos del sistema).

‘La trampa ucraniana’, desmonta el engaño.

(Extraído del perfil de tuitter del autor, el 11 de agosto de 2023)

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