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Las negociaciones entre Rusia y Ucrania revelan la falsedad del expansionismo ruso. Luis Gonzalo Segura

En la mayoría de los medios ni siquiera existió y cuando se relató, siempre fue de forma marginal, pero lo cierto es que resulta un elemento trascendental. Estoy hablando de la no oposición de Rusia a la entrada de Ucrania en la Unión Europea, una disposición que resulta esencial para comprender el origen del conflicto actual de Ucrania, aun cuando haya quedado convenientemente ensombrecida entre las condiciones que están sirviendo de base en la negociación entre Rusia y Ucrania. Quizás, por ello, ha ocupado tan poco espacio en los medios occidentales, más pendientes de reproducir, como gabinetes de comunicación, lo que sus gobiernos, élites y organizaciones interesan.

Sin duda, pocos elementos como las negociaciones entre Rusia y Ucrania nos permitirán, con mayor objetividad, encontrar el origen de un conflicto bélico. En esencia, porque cuando dos o varios países se sientan a negociar una paz, desde la perspectiva que sea, existen «líneas rojas» que definen con claridad aquello a lo que están o no están dispuestos a renunciar estos. Es el momento en el que se demuestra qué puede y qué no puede cederse, salvo derrota total. Y lo que los países en conflicto no están dispuestos a renunciar, lo último que conceden, constituye la esencia misma del conflicto. Bien, pues para Rusia, la absorción económica y la sumisión política y judicial de Ucrania no constituye uno de esos umbrales infranqueables. Tanto es así, que no ha tenido reparo en no oponerse a la entrada en la Unión Europea de Ucrania, aun con una posición obviamente de fuerza en las negociaciones.

Tengan por seguro, por tanto, que cuando los historiadores u otros especialistas analicen este conflicto, mostrarán interés en las negociaciones y en las propuestas. Y, con seguridad, tendrán en cuenta la no oposición rusa a la entrada de Ucrania en la Unión Europea, así como las décadas anteriores, el transcurso, el desenlace o las consecuencias finales, tanto para los actores como para la reestructuración de poderes en el escenario geopolítico mundial. Porque lo que vivimos es geopolítica e historia, aunque la mayoría lo hagan con la perspectiva, pobre y sesgada, de un solo bando.

De hecho, habrá libros de historia que apenas dedicarán a la guerra de Ucrania un capítulo —algunos, ni eso—, pues, salvo los clásicos trabajos temáticos, considerarán el conflicto como parte de un escenario y un periodo histórico mucho mayor. De la misma manera que cualquier libro sobre la Guerra Fría engloba las guerras de Corea o Vietnam y las contextualiza en un marco mayor.

Por qué es importante que Rusia no se oponga a la entrada de Ucrania en la Unión Europea

Por todo lo relatado, la posición de Rusia, favorable a la entrada de Ucrania a la Unión Europea en tan temprana fase del conflicto, desmonta por completo una de las teorías más repetidas en Occidente como origen de la guerra en Ucrania: el expansionismo e imperialismo ruso. Según esta teoría, ampliamente repetida y difundida —en España, por ejemplo, en las dos principales cabeceras, El País y El Mundo— Rusia es un país expansionista e imperialista que pretende recuperar el control de toda la Europa del Este, incluyendo la extinta República Democrática Alemana. Habrá que pensar en otras razones.

Porque, más allá de lo imposible en términos militares y económicos de tal teoría, a poco que se dedique unos minutos a reflexionar al respecto, resulta bastante insostenible que un país, sea cual sea, pretenda construir un imperio cediendo la soberanía política, judicial y económica de aquello que pretende conquistar a un tercero. En este caso, Ucrania. Sería, sin duda, un caso insólito en la historia: un país que pretende conquistar a otro para que los réditos económicos sean recogidos por un tercero y que, además, sometería judicial y políticamente al país conquistado a este tercero, el cual, por si no fuera suficiente, forma parte del aparato imperial del mayor enemigo del conquistador. Absurdo es poco.

¿Entonces?

Podría exponer cómo la OTAN, una organización militar, se ha expandido desde los años noventa hacia el este hasta llegar a la frontera rusa, las promesas que los principales líderes occidentales realizaron durante el proceso de reunificación de Alemania, entre 1990 y 1991, de no expandir la Organización Atlántica o cómo le molestaron a los norteamericanos, al comienzo de la década de los sesenta del siglo pasado, que misiles soviéticos fueran situados en Cuba a unos pocos cientos de kilómetros de distancia de las grandes urbes de Estados Unidos, pero creo que es más certero recordar las palabras de Vladímir Putin en la rueda de prensa celebrada el pasado 23 de diciembre. En ella, Diana Magnay, corresponsal en Moscú de Sky News, realizó tres preguntas al presidente ruso, incluyendo si Occidente no estaba entendiendo a Rusia y sus intenciones.

La respuesta de Putin dejó muy en evidencia que el mayor problema de Rusia al respecto de Ucrania es, a nivel simbólico, de respeto, y a nivel estructural, de seguridad:

«¿Qué es lo que hay que entender aquí? ¿Estamos poniendo misiles junto a las fronteras de Estados Unidos? Es Estados Unidos el que ha venido a nuestra casa. Están en nuestra puerta… ¿Es una exigencia excesiva no poner más sistemas de ataque cerca de nuestra casa?… ¿Cómo se sentirían los estadounidenses si pusiéramos nuestros misiles en la frontera entre Canadá y Estados Unidos o entre su país y México?… No somos nosotros los que amenazamos. ¿Fuimos a las fronteras de Estados Unidos o de Reino Unido? Ellos vinieron a nosotros. Y ahora dicen que Ucrania también estará en la OTAN. Habrá bases y sistemas de ataque. De eso se trata».

Ciertamente, que Rusia acepte con total naturalidad que Ucrania entre en la Unión Europea demuestra y desmonta uno de los grandes mitos difundidos por los canales de desinformación occidentales: el imperialismo ruso.

Un mito que seguirá vigente en la mente de millones de personas gracias a que los grandes medios de comunicación occidentales sostienen que la decisión rusa de oponerse a tener bases militares, ejércitos y misiles nucleares en Ucrania, fronteriza con Rusia, es una demostración imperial. Y que, claro está, la decisión norteamericana de instalar bases militares, ejércitos y misiles nucleares en Ucrania mediante su integración en la OTAN es un ejercicio de soberanía ucraniana. Pero un mito, al fin y al cabo, que no tendrá sustento alguno ni en la geopolítica ni en la historia.

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