LAS RAZONES HISTÓRICAS DEL PROGRESISMO Y DE SU (ESTAFADORA) IMPOTENCIA. Andrés Piqueras
El progresismo postmoderno o tardocapitalista tiene tres fundamentales razones históricas que confluyen para posibilitarle y explicarle:
- La incorporación de la socialdemocracia clásica al círculo de poder por delegación de la clase dominante.
- La descomposición y adhesión al Sistema de buena parte de los partidos de la III Internacional, especialmente en Europa.
- La propia crisis degenerativa del Sistema.
Las comentamos brevemente por separado.
1.
El movimiento de la humanidad hacia su liberación de la opresión y de la explotación, así como por la eliminación de las desigualdades, o movimiento comunista de la humanidad, pudo empezar a coagular ideológicamente y adquirir efectiva fortaleza universal, según precisamente la clase más universal o clase trabajadora, iba resultando organizada por el propio medio de producción dominante, el capitalismo de la primera y segunda revoluciones industriales, que socializaba la producción aceleradamente.
La socialdemocracia se llamó así por buscar la democracia social, de base, más allá de las recetas y posibilidades que de la “democracia” hacía el capitalismo liberal para que se pudiera elegir entre sus élites. Se concebía a sí misma como opción organizada para el socialismo (que tenía como reivindicación y objetivo básicos la socialización de los medios de producción), una alternativa obrera al capitalismo que con ese fin quiso cuajar en una Internacional proletaria mundial1.
Sin embargo, cuando en el último cuarto del siglo XIX, en Europa occidental, este modo de producción empezó a agotar su ejército laboral de reserva, y teniendo al frente un proletariado cada vez más organizado, tuvo que comenzar a cuidar en cierta medida de su fuerza de trabajo, que no podía ser sustituida tan fácilmente en el caso de ser explotada hasta la extenuación, así como por enfermedades o accidentes.
Por otra parte, el desarrollo y paulatina preponderancia de la plusvalía relativa fue facilitando la desconcienciación de la clase trabajadora, su pérdida del sentido de explotación, pues la mejora de la productividad que procura el cambio técnico permite la desvalorización de los medios de vida de los trabajadores (y por tanto el abaratamiento de la fuerza de trabajo) sin afectar especialmente a su situación material, lo que permite aumentar la tasa de explotación en su modalidad intensiva sin acentuar el conflicto social.
Los primeros seguros sociales, la entrada de los partidos obreros en los parlamentos, la lenta pero sostenida elevación de la calidad de vida de la fuerza de trabajo, la sensación de poderío de una clase trabajadora crecientemente organizada, generó la ilusión de conquistas indefinidas dentro del capitalismo, hasta el punto de que llegó a hacerse común que este Sistema se podría superar a sí mismo, sin rupturas de clase, digamos que “pacíficamente” (lo que marcaría a la II Internacional en adelante).
Esa socialdemocracia cada vez más acoplada a las reglas de juego del capitalismo, terminó por hacerse capitalista.
En la I y II Guerras Mundiales mostró a los cuatro vientos que en adelante su “patria” era la del capital. No sólo no se opuso a la guerra, sino que se manifestó en contra de los procesos revolucionarios (renegando de la URSS), para sustituirlos por los parlamentarios electoralistas.
Sería en los años 30 del siglo XX, y sobre todo en la post-guerra keynesiana (con el protagonismo del capitalismo reformista, posible gracias a la URSS), cuando pasó directamente a formar parte de la agencialidad política de la clase capitalista. El congreso de Bad Godesberg (1959), en Alemania, marcaría el momento emblemático de esa deriva.
Tras la caída de la URSS, la globalización neoliberal de la ley del valor que entrañó una brutal ofensiva de clase a escala planetaria, tuvo ya de cómplice directo a la socialdemocracia capitalista, por más que se intentara auto-otorgar un toque de legitimidad bajo la pantalla de una Tercera Vía que nunca tuvo contenido práctico alguno.
La concomitante destrucción de conquistas históricas, acelerada con la posterior degeneración sistémica que se ha ido acentuando en las primeras décadas del siglo XXI, no haría sino hacer cada vez más indistinguible su papel dentro de las diferentes versiones del capitalismo.
2.
Con la Revolución Soviética y su III Internacional el movimiento comunista de la humanidad experimentó un acelerón y una gran acumulación de fuerzas.
Acumulación que sufriría sus primeros bandazos con la división bolchevique en tres tendencias: la estalinista (que llevó al éxito de la URSS contra las monstruosas agresiones externas y procuró un desarrollo social y humano sin precedentes en la historia de la humanidad), la trotskista y la bujarinista2.
Más tarde, esa acumulación de fuerzas del movimiento comunista comenzaría a perder parte de su impulso en 1956, con el XXº Congreso del PCUS y la “desestalinización” de la URSS, cuando empezó una deriva hacia la “reconciliación” con el capitalismo y a abrir crecientes espacios al revisionismo interno.
La ruptura entre la URSS y China, precisamente a raíz de ese proceso soviético (que la China de Mao no aceptó, y que sin embargo más tarde, cuando la revolución china se hizo bujarinista con Deng Xiaoping, la alejaría aún más de la URSS, apartándose también del internacionalismo y del enfrentamiento al capitalismo, patrones estos últimos que todavía la caracterizan en la actualidad), fue otro mazazo para el movimiento comunista3, que recibiría el golpe más duro con la caída de la URSS. Golpe del que todavía no se ha recuperado la humanidad, al perderse en gran medida el proyecto, la praxis y el horizonte socialista para la mayor parte de las sociedades del mundo desde entonces.
En esa pérdida hay que contar también con que casi todos los partidos herederos de la III Internacional, que otrora se guiaron por la URSS, no sólo quedaron huérfanos de dirección estratégica o en la práctica imposibilitados de ella (la estrategia precisa de fuerza para poder llevarse a cabo), sino que a gran velocidad se fueron socialdemocratizando o aceptando el marco del capitalismo como incuestionable, esto es, el único posible (en Europa este proceso se dio bajo el nombre de “eurocomunismo”4; en otros lugares la entrega de los PC no fue tan rápida ni manifiesta, como mostraron algunos significativos casos de compromiso revolucionario en África, mientras que en NuestraAmérica esa resistencia fue apagándose más lentamente en favor del neodesarrollismo y diversos populismos que empezaron a sacudir al subcontinente. En todos lados se crearon fuertes tensiones internas que conllevaron a menudo la división de los PC y la creación de nuevos de ellos, bastante más minoritarios).
La deriva de la gran mayoría de partidos comunistas y organizaciones crecidas bajo el ala de la III Internacional, les llevaría en Europa a posiciones cada vez más conniventes con el capitalismo salvaje de la globalización unilateral comandada por Estados Unidos. Llegando a formar parte incluso de gobiernos de la OTAN y de la UE -por lo que han recibido la designación de “izquierda otanista” o, como la propia CIA la bautizara, “izquierda compatible” con el Sistema-. Igualmente, las organizaciones sindicales que nacen ante la absorción de las centrales clásicas por el Sistema, no van más allá de éste, no son capaces de cuestionar el relato global del capitalismo, especialmente por lo que se refiere a su división imperial del mundo, ni a trascender, por tanto, un accionar economicista, en el mejor de los casos con algunos tintes sociales siempre dentro del orden del Sistema.
Resulta obvio decir que con esa deriva los PC no pueden sino dejar de perder militancia (que no sólo es una cuestión de afiliación), presencia social y algo que proponer a las sociedades, haciéndose por el contrario parte del problema. Ello se evidenciaría aún más según avanzaba la decadencia capitalista y su brutal ofensiva de clase contra las poblaciones del mundo.
3.
Crisis capitalista
Las condiciones de degeneración del modo de producción capitalista se han ido agudizando desde finales del siglo XX hasta hoy.
A partir del último cuarto de aquel siglo cada vez ha sido más difícil ocultar que el menguante desarrollo de las fuerzas productivas ha ido dando paso a cada vez más fuerzas destructivas, con el consiguiente declive del conjunto de la civilización a que dio lugar. Ello radica en toda una cadena de razones, como la dilución del valor y mengua del plusvalor parejo a la tecnificación de los procesos productivos, la galopante reversión del capital a su forma simple de dinero (cada vez como elemento de especulación y ganancia rentista, y no tanto de inversión productiva), un endeudamiento público y privado insostenible, una economía crecientemente ficticia, un acuciante estrés climático, el manifiesto agotamiento de materiales y energía fósil, así como la imparable expansión de un “valor negativo”: plagas, epidemias, deterioro de recursos, saturación de sumideros, contaminación generalizada, pérdida de fertilidad de los suelos, salinización, estrés climático, desaparición de nitratos y de fósforo, sobreexplotación, sobre-empobrecimiento y extenuación de las poblaciones…
Todo ello da como resultado lo que algunos autores han señalado como una “tormenta perfecta”, pues la hipotética solución a uno de esos factores significaría el agravamiento inmediato de otros. La destrucción social y ambiental, el desmoronamiento de las sociedades en la casi totalidad del mundo, así lo testimonia.
Sin embargo, a falta de sepultureros o agentes colectivos organizados por el socialismo, el capitalismo ha podido rescatarse a sí mismo, especialmente inventándose dinero de la nada para hacer como que su economía sigue funcionando, pero también, obviamente (cualquiera de sus crisis lleva a ello) aumentando la explotación de la fuerza de trabajo, apropiándose de su patrimonio colectivo, llevando la sustracción del salario a cotas más altas, según mercantiliza más aspectos de la vida y la encarece en su conjunto.
El progresismo o nueva izquierda del Sistema
Es en este contexto histórico de orfandad, desorientación de clase y mortífera ofensiva capitalista, en el que en el siglo XXI (y sobre todo tras la crisis de 2008) aparece o cobra más cuerpo -aprovechando el nicho político dejado por la neoliberalización de la socialdemocracia clásica y la socialdemocratización-liberal de los partidos comunistas mayoritarios-, un progresismo como una suerte de neosocialdemocracia que “vende” de nuevo la idea de que el capitalismo puede ser reformable y hacerse “justo”, “democrático” e “igualitario” a poco que se voten sus opciones (lo de tener arraigo obrero-trabajador y bregarse en las luchas sociales en general, pugnar por erigir pueblos auto-organizados y estructuras políticas resultantes de ello, ni se considera). En adelante, no se hablará de “clases” ni de sus luchas, ni de “socialismo” y mucho menos de “tomas del poder”.
Términos como “gente”, “99%”, “los de arriba y los de abajo”… van sustituyendo aquella conciencia de clase trabajadora por un neolenguaje deliberadamente vago e impreciso, con intención de “atrápalo todo”, que no dice nada sobre la raíz de las cosas, al tiempo que congruentemente con ello se hace gala de reivindicar ante todo políticas de identidad, particularistas, o se enarbolan luchas parciales, segmentadas e incomunicadas entre sí (cuando no directamente corporativas y exclusivistas), en vez de universales y con proyección común hacia una sociedad que pueda satisfacer el conjunto de luchas y reivindicaciones.
Ni que decir tiene que la toma del poder y la desarticulación de los elementos básicos del capitalismo ni pasa por su imaginación. Se opondrán, además, a cualquiera que lo intente, pues parte de su función sistémica (tanto de la vertiente política como de la sindical del progresismo) consiste en frenar esas posibles iniciativas, así como encauzar la rebeldía por los conductos institucionales electoralistas.
Es por eso que a esa nueva ola no le sería problemático subirse a la vieja socialdemocracia, que encuentra en ella un punto de reenganche en la atracción del electorado, dado que nada puede ofrecer en cuanto a modificar las claves de la explotación o sobreexplotación de clase y las dolorosas secuelas que el capitalismo va dejando en sus poblaciones. También, por supuesto, las organizaciones socialdemocratizadas de la III Internacional se incorporarían a la cola de esa tendencia, pasando de supuestas “vanguardias” a retaguardias de la misma, a remolque de las neoizquierdas.
Sin embargo, la clase capitalista transnacional sí ejerce una rotunda política de clase, y desde 2008 intensifica los mecanismos de explotación, desposesión y dominación para intentar sostener el crecimiento. Entre los más destacados:
a. El pillaje y saqueo de las finanzas públicas: se da una transferencia de riqueza sin precedentes del ámbito público a las arcas del capital transnacional. Se socializan las pérdidas en un momento en que las grandes empresas transnacionales registran niveles récord de ganancias. Los Estados extraen también cada vez más excedente de las sociedades para entregárselo a las finanzas globales, mientras se mercantiliza el conjunto de actividades de la vida social y natural. Todo vinculado también a una montaña de deuda que ya supera el 365% del PIB mundial.
b. La especulación financiera (ya en 2008 los mercados de derivados alcanzaron los 2.3 billones de dólares al día) y la masiva emisión de dinero sin valor, primero a tasas de interés cero o incluso negativas y después alzadas bruscamente en el camino de arruinar a buena parte de los actores económicos (incluida la mayor parte de la población) y quedarse aún más deprisa con sus activos, propiedades y patrimonio. La mercantilización de lo público, del conjunto de actividades que sostienen la vida y la inflación de precios de productos básicos (alimentación, vivienda, motorización…) van también en ese camino.
c. Frente a la crisis de sobreacumulación, la economía de guerra se vuelve también eje central de crecimiento en la economía global, un crecimiento militarizado o exacerbación bélica de la Desposesión de las poblaciones del mundo, con la consiguiente reordenación de todo el entramado sistémico del capitalismo hacia su vertiente más postdemocrática y autoritaria, que da pie, entre otras muchas consecuencias, a que vaya calando estructuralmente de nuevo una cultura de disciplina y mando.
Todo esto da como resultado el aumento de la explotación de la fuerza de trabajo y la pérdida de su poder adquisitivo, deterioro acelerado también de los salarios indirecto y diferido, empobrecimiento generalizado de la población y un exacerbado crecimiento de la desigualdad, entre otras muy duras consecuencias. Lo cual provoca un creciente hastío de las poblaciones, que, sin alternativas reales a lo que ocurre y sin organización ni cauces políticos y sociales para rebelarse de forma eficaz, comienzan a ver a las distintas versiones electorales del Sistema como parte de lo mismo.
Es en ese deterioro social que el propio Sistema pergeña su “versión antisistémica”: opciones proto-fascistas (listas para dar paso directamente al fascismo -o neofascismo- si las condiciones sociales lo requieren, con versiones más o menos duras según vaya la correlación de fuerzas entre las clases).
Es decir, que la falta de respuestas reales para las condiciones de vida de la población, el vacío de alternatividad (que no de alternancia), la nula proclamación (ni intento de erección) de un proyecto socialista superador del capitalismo, lleva, una vez más en la historia, a las izquierdas clásicas y a las neoizquierdas a ir dejando el paso franco a las ultraderechas proto-fascistas. Más aún según el Sistema se hace irreformable y deteriora machaconamente las condiciones de vida de las poblaciones del mundo, en una creciente espiral de explotación, empobrecimiento, guerra, muerte y caos.
Como quiera que las izquierdas del Sistema (auto-confinadas en la institucionalidad burguesa) ni tienen ningún programa o proyecto ni pueden nada contra todo ello5 (al tiempo que su impotencia las hace perder aún más sus posibles bases), las salidas autoritarias-neofascistas para las poblaciones comienzan a verse por cada vez más sectores sociales sin memoria histórica alguna (porque nadie tampoco se la proporcionó) como “alternativa” a seguir. El Sistema ya se encarga de promocionar y sustentar ese señuelo de alternativa con todos sus medios y aparataje.
¿Y entonces?
Ante ello, frente a la dinámica de todo o nada en la que entra el modo de producción capitalista, a las fuerzas altersistémicas que aún pugnan por enfrentar el capitalismo no les queda sino descolonizar las propias conciencias (desparasitarlas de la ideología de la clase dominante), luchar por recuperar la idea y meta del socialismo entre la población, marcar con claridad lo que es un auténtico programa alternativo, implicarse en la miríada de luchas que la sociedad lleva a cabo de forma segmentada y desarticulada entre sí, para darlas una proyección común hacia un objetivo de sociedad también común.
Los partidos comunistas de la III Internacional que no se entregaron con la caída de la URSS, entre otras fuerzas comunistas, tienen esas grandes tareas por delante. Fortalecerles será imprescindible.
Reconstruir la III Internacional (a falta de que alguna fuerza mundial pudiera convocar una V) -y por tanto reincorporar a la militancia descontenta o desactivada por los PC integrados, así como recuperar para el socialismo a tantas otras fuerzas combativas, al tiempo que se forman y forjan nuevas-, deviene asimismo una tarea perentoria. La cual bien puede empezar por la articulación de un Frente Internacionalista (Antimperialista) Mundial.
(Publicado en el blog del autor, el 23 de diciembre de 2025)
En ese proceso internacional la escisión anarquista que se dio porque no contemplaba la necesidad de organizarse a través de un partido de clase ni la de la toma del poder estatal para defenderse de las agresiones de la clase dominante en el proceso de superación del capitalismo y reorganizar la sociedad entera con base en principios radicalmente alternativos al orden del capital, así como tampoco, por tanto, la exigencia de fases intermedias para ejercer una “dictadura de clase” (es decir, la democracia de todo el pueblo) contra la clase capitalista y sus órganos armados, judiciales, ideológicos e institucionales-sociales en general, en el logro de la total emancipación humana o comunismo, camino en el que el Estado se iría diluyendo según se desarticulaban las fuentes de dominación de la clase capitalista, se eliminaba la ley del valor y se socializaban en el bien común las nuevas generaciones. Obviamente, las premisas anarquistas de revolución por contagio y comunión de crecientes masas del pueblo, sin desarticulación de las estructuras de poder socioeconómico del enemigo de clase, no han podido exhibir ningún resultado o “éxito” social a media o gran escala, más allá, en forma parcial, de situaciones de contingencia extrema, señaladamente en la guerra española contra el fascismo. Lo cual no quiere decir que sus principios de democracia de base y asamblearia no deban fungir de referentes en la construcción socialista hacia el comunismo ↩
El trotskismo (mal integrado o nunca bien avenido entre sí en una IV Internacional sin ninguna plasmación socioestatal) ha venido posicionándose en contra o, cuanto menos, muy poco a favor de todos los procesos reales de transición al socialismo. Al protagonizar gran parte de la elaboración teórica del “marxismo occidental” o marxismo del “Primer Mundo”, el trotskismo determinó la posición contraria de aquél respecto de las experiencias de toma del poder que el “marxismo oriental” o del “Tercer Mundo” iba logrando (China, Corea, Cuba, Vietnam, Laos…), e incluso del progresismo nacional-desarrollista antiimperialista de Bandung, la OLAS y la Tricontinental. Por su parte, el bujarinismo (del bolchevique Nikolái Bujarin), no siempre necesariamente de forma justa se confundiría pronto con las tendencias reformistas (incluso revisionistas) del movimiento comunista, en cuanto a su contemporización con el capitalismo y su apuesta por la convivencia relativamente pacífica con él ↩
La ruptura por parte de la Albania de Enver Hoxha “contra el revisionismo de la URSS”, siguiendo a China, el enfrentamiento entre Vietnam y China, así como la locura de los jemeres rojos camboyanos que obligó a la intervención vietnamita, fueron otros tantos puntos de debilitamiento del movimiento comunista mundial ↩
La “svolta di Salerno” italiana en 1944, el abandono del partido comunista griego en su lucha por el socialismo en la Grecia ocupada por las potencias anglosajonas (1946-1949), constituyen puntos en los que la entente de repartición de zonas de influencia entre el capitalismo y los procesos de transición al socialismo ya había comenzado a dejar al movimiento comunista de Europa occidental bastante debilitado, a costa de la supervivencia de lo ya logrado en el Este. La ruptura con la URSS de Yugoeslavia (1948), no está, sin embargo, por ello, inscrita en ese proceso ↩
Atención, no es que no haya que seguir luchando por arrancar reformas básicas o recuperar las que se le conquistó al capitalismo, lo que no lleva a ninguna parte es que esas reformas se conviertan en el objetivo final, sobre todo en tiempos de decadencia capitalista ↩









