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López Obrador y el parecido con Dilma

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Jano era un dios romano de dos caras, el pasado y el futuro. Tal vez eso mismo se pueda decir de López Obrador, el flamante nuevo presidente de México.

Su triunfo ha sido arrollador, con independencia del porcentaje final que saque en todo el país y que ahora está en más del 53% con la mitad de los votos contados. No es probable que la tendencia disminuya mucho más ese porcentaje. Sin embargo, con ser interesante este dato queda empequeñecido con lo ocurrido en estados emblemáticos como Tabasco (81%), Chiapas (66%), Campeche (64%), Baja California y Baja California Sur (62%), Colima (58%)…

El apoyo social con que cuenta es de los que hacen época, y eso hay que hacérselo saber. Tiene todos los mimbres necesarios para realizar un cambio profundo en México. Otra cosa es que quiera, y digo «quiera» y no «pueda». Su partido ha ido en coalición con una formación de derechas y otra de izquierda. Pero lo más importante: los principales cargos de los que se ha rodeado en la campaña, y que muy probablemente le acompañarán en la presidencia, son o están vinculados al empresariado mexicano. Algunos de ellos son de lo más rancio, por mucho que ahora se autocalifiquen de «centro» y muestren su preocupación por las «desigualdades».

López Obrador ha recorrido el mismo camino que hizo Dilma Rousseff en Brasil, optando por ir de la mano con los empresarios. Y supongo que la historia de Dilma es conocida y cómo terminó. Pues bien, los de siempre, esos con los que ahora va de la mano, están a punto de aprobar en el Senado una Ley de Seguridad Interior que va a hacer posible que en México se recorra el mismo camino que en Brasil: el golpe interno para deponer a quien esté en la presidencia. Porque en México hay una guerra no reconocida contra la propia población y en la que la plutocracia se asienta para ir controlando más y más recursos geoestratégicos, dentro o fuera de las ciudades. Y la preocupación por la seguridad ha sido uno de los factores por los que la gente ha votado a López Obrador y a los candidatos de su coalición Juntos Haremos Historia.

López Obrador no es un revolucionario, es un reformista. No va a tocar prácticamente nada de lo que se ha hecho a nivel macroeconómico, sobre todo en cuestiones energéticas que comenzó a privatizar Peña Nieto. No es probable que se oponga al Tratado de Libre Comercio con EEUU y no hará nada que choque con EEUU en este ámbito aunque sí puede que lo haga con la emigración. Ese es un caballo de batalla fácil para unir a la gente.

Pero López Obrador ha devuelto, al menos momentáneamente, algo de aire a la progresía latinoamericana, prácticamente asfixiada por la ola neofascista que recorre el continente americano del norte al sur.

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