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Migrar no es un delito

Migrar no es un delito, es un derecho humano reconocido en la legalidad internacional, el delito es criminalizar a los seres humanos que por condiciones extremas se ven en la necesidad de trasladarse de un lugar a otro para buscar nuevas formas de sobrevivencia; vivir no es un delito.

Las condiciones opresivas de explotación y marginación que obligan a miles de personas a migrar para poder buscar opciones de trabajo son un delito; ser un trabajador migrante no es un delito, el delito son las condiciones sobre-explotadoras en que millones de trabajadores y trabajadoras realizan sus jornadas vendiendo su fuerza de trabajo a empresas y grandes monopolios arriesgando incluso la vida por las formas extremas del trabajo.

Buscar la sobrevivencia en otras latitudes escapando de la violencia estructural del sistema capitalista y del crimen organizado no es un delito; el delito es esa violencia estructural que dibuja la pirámide de marginación que se sustenta por la división de clases sociales, otorgándole a quienes tienen en su poder la estructura estatal que les permite explotar y sojuzgar a la mayoría de la población; marchar en grandes caravanas de un lado a otro conformando un tipo de hermandad entre oprimidos que se funda en la colectividad no es un delito.

El delito es la violencia ejercida sobre esas caravanas de migrantes centroamericanas o de cualquier otra latitud, fuerza de trabajo en traslado fortalecida por su solidaridad y que no puede ser entendida por aquellos que pretenden mantener su poder; la militarización de las fronteras no es la solución a un viejo y estructural problema del capitalismo, las leyes y las fronteras discriminan y violentan los derechos elementales de los seres humanos a una vida digna en el lugar en que cada uno decida y pueda construirla; el delito mayor es la deshumanización, tan enraizada en el poder y en grandes sectores sociales, que hoy expresan su rabia y racismo contra los migrantes en el mundo.

El desprecio al migrante tiene incluso adeptos entre los propios marginados, quienes inconscientes reproducen los discursos del odio fragmentando la solidaridad tan necesaria; la idea de que la migración daña las economías y genera violencia al interior de las sociedades receptoras no es otra cosa que parte de la estrategia de difamación hegemónica realizada mediante el contubernio de los medios comunicativos serviles a los intereses oligárquicos en países como los latinoamericanos.

La crisis humana que vivimos no la producen los migrantes; los migrantes por causas económicas-sociales-políticas son efecto directo del deterioro de las sociedades que los expulsan, pero se les quiere culpar cuando ellos son una muestra del daño que se causa por las economías al servicio de los intereses privados, como en los países neoliberales y por la dependencia al imperialismo estadounidense en términos político-económicos.

Los migrantes no son una amenaza para la seguridad nacional de ningún país, son seres humanos, trabajadores desplazados por las condiciones extremas de vida que se observan en todos los continentes del planeta. Respetar el derecho a la vida que todo ser humano tiene es elemental para el mejoramiento de nuestras sociedades; pero para lograrlo, se requiere la crítica y transformación organizada de las estructuras que sustentan la desigualdad y la edificación del proyecto socialista; fundando sociedades basadas en la dignidad humana y sin la opresión que significa la explotación de unos sobre otros.

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