No vengan. Farruco Sesto
No piensen en Europa, como aguardando algo bueno de ella. No miren hacia acá. Este lugar está vacío. Europa ya no está. Se fue. Es así de simple.
Realmente, ignoro si ella por casualidad tenía algo que hacer o que aportar de interés para el mundo, pues la verdad es que, con tanta historia colonial sobre sus espaldas, quiero decir sobre las espaldas de sus estructuras de poder, y tanta guerra desalmada emprendida y tanta soberbia opresora acumulada a lo largo de siglos, no era demasiado lo que cabía esperarse de Europa.
Nosotros, sin embargo, todavía manteníamos. con relación a ella, una esperanza viva. (Esperancita que vienes, pero que luego te vas, cantaba un poeta amigo). Y la manteníamos, no tanto por esas estructuras de poder anquilosadas, sino por el recuerdo de sus luces, que también las tenía, o mejor dicho, que también las tuvo, pues supo tenerlas y desarrollarlas en los mejores momentos de sus contradicciones internas.
Y también por sus pueblos, en su unidad y su diversidad, que como todos los pueblos del mundo, cargan siempre, como una posibilidad contenida, la luz contra la sombra. Ustedes me entienden, estoy seguro de ello.
Pero esa esperanza habría de ser demolida, como de hecho lo fue.
Pues ocurrió que la auténtica historia de la balsa de piedra no fue como la contó el profeta Saramago. No fue que la Península Ibérica se desprendió del resto de su continente y se fue flotando sin rumbo, a la deriva, o quien sabe si hacia América Latina. Ojalá hubiera sido así. ¡Ah, estos benditos escritores, de cuanta imaginación disponen a la hora de elaborar sus crónicas! Y mucho más cuando ellas encierran poderosas metáforas. Pero la verdad es mucho más amarga, mis amigos. Sépanlo bien. Y anótenlo en sus vidas.
Fue toda Europa la que, como conjunto, se desprendió y se fue flotando directamente hacia las costas de la Norteamérica atlántica donde, según puede observarse, se quedó arrimada para siempre, anclada. interconectada, políticamente sometida, culturalmente amalgamada, para formar un único territorio imperial, triste, solitario y final. Y que así fue como la perdimos, me dicen. Y así mismo lo digo yo también: adiós, Europa. A ella sí que se le acabó la historia. Tal vez a esto es a lo que se refería Fukuyama.
Adiós a su existencia real. Adiós como proyecto. Todo esto está vacío.
(Publicado en Correo del Orinoco, el 21 de abril de 2022)