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¿Para qué queremos un Juan Guaidó si tenemos a un Volodimir Zelenski? Christian Cirilli

Artículo publicado en la página de Facebook de Christian Cirilli el 28 de diciembre de 2022:


«¿Para qué queremos un Juan Guaidó si tenemos en plena vigencia un Volodimir Zelenski?» parece estar diciéndonos la cruda realidad a través de su batería de noticias.

Mientras Zelenski adopta sin chistar los mandatos de sus amos de Washington, enviando generaciones enteras de compatriotas a la muerte por una guerra adaptada perfectamente al guión de la RAND Corporation, el monigote venezolano, que no pudo imponerse a pesar de tener todo el apoyo material, financiero, propagandístico y político del Imperio y sus vasallos europeos y latinoamericanos, tuvo esta semana su escena final para su infausta caída en el olvido.

Recordemos que la «oposición», esa que actúa como «reflejo de Pavlov» a las directrices emanadas del norte del continente (como en toda Latinoamérica, dicho sea de paso) había proclamado como «presidente encargado de Venezuela» en enero de 2019 al lacayo «formato Miami» Juan Guaidó, quien se autoproclamó así luego de asumir como presidente de la Asamblea Nacional (Parlamento).

Guaidó es (supuestamente) un ingeniero civil (😉) que, aprovechando una libre interpretación del artículo 223 de la Constitución Bolivariana, realizó un golpe palaciego al reciente estilo peruano, casualmente, con los mismos apoyos que hoy recibe la usurpadora Dina Boluarte.

Sí, nada nuevo bajo el sol en los refritos del subcontinente. Los apoyos de Guaidó fueron los mismos que Boluarte, que a la vez fueron los mismos que obtuvo Jeanine Áñez en Bolivia, lo cual marca que ya sea bajo la gestión de Donald Trump o del «progresista bueno que no es racista ni homofóbico» Joe Biden, el Estado Profundo funciona bajo una misma idéntica lógica.

Esos apoyos inmediatos a Guaidó (Añez y ahora Boluarte) fueron de la Organización de los Estados Americanos (OEA), el Parlamento Europeo, Reino Unido, obviamente Estados Unidos, y los (entonces gobiernos pro-imperialistas latinoamericanos) de Argentina (con Macri), Bolivia (con Añez)​, Brasil (con Bolsonaro), Canadá, Chile (con Piñera), Colombia (con Duque), Costa Rica, Ecuador (con el traidor Lenin Moreno), Guatemala, Perú y Paraguay. Capítulo especial para España y Francia, países europeos con históricas relaciones con Venezuela, que fueron fervientes difusores del mantra «Maduro debe irse» (al estilo Cartago delenda est).

Sin embargo, hubo países que no forman parte de la sacrosanta «Comunidad Internacional», que son usualmente definidos como «autocracias», que se negaron a reconocer a Guaidó, como Nicaragua, Rusia,​ China, Irán, Cuba y Turquía, manteniendo su apoyo al gobierno legítimo de Nicolás Maduro.

Países como México y Uruguay​ se mantuvieron «neutrales», a través de los llamados «grupo de contacto», posición que tomó Argentina también con Alberto Fernández.

Sin embargo, todo el apoyo internacional de las potencias europeas y norteamericana, más el aislamiento internacional de las naciones «hermanas» latinoamericanas no fue suficiente para hacer caer al gobierno chavista de Maduro, pues su fortaleza se fundó, fundamentalmente, en una alianza sólida y soberana con las Fuerzas Armadas y las bases ‘ideologizadas’ populares.

Conscientes de esta circunstancia, (los patrocinantes de) Guaidó intentaron socavar los lazos de lealtad entre el movimiento chavista y la órbita castrense. Por ello, apenas asumió anunció una «ley de amnistía» para policías y militares, a quienes convidó ser parte de su gobierno con diversos «planes» de colaboracionismo disfrazados de «misión nacional».

Guaidó llegó a acumular tal confianza por parte de Estados Unidos y la UE que se le dio el absoluto control (bueno, el figurado control absoluto) de las cuentas financieras de Venezuela en ese país y ese bloque, teniendo las llaves para asfixiar económicamente a su propia nación, mientras organizaba cínicamente la desfachatada mímica de la «ayuda humanitaria» desde la fronteriza Cúcuta (Colombia) – con la prédica de artistas musicales populares, mayoritariamente colombianos, que montaron la fantochada del Aid Live «Libertad para Venezuela» – para «auxiliar» al sufrido pueblo que él mismo contribuía en empobrecer.

https://www.wsj.com/articles/venezuelan-spring-11548624135

Guaidó llegó a conseguir «100 millones de dólares en 60 días», que no era ni un 1% de los fondos soberanos venezolanos bloqueados, bajo su gestión, en los bancos estadounidenses y europeos. Y ni que hablar de los 1200 millones de dólares en oro retenidos ¡hasta hoy! por el Banco de Inglaterra.

Personalidades notables como Roger Waters, ex miembro de la banda Pink Floyd, calificó al concierto de «injerencista», mientras el menos notable Diego Torres, cantante argentino, sostuvo que estaban allí «sin banderías políticas». Lo cierto, es que poco después del escandaloso Aid Live, encima, se descubrió una malversación de la recaudación del concierto.

No obstante esas gruesas irregularidades, 2019 fue un año pivote para Maduro, que luchó intensamente por la preservación de su mandato, por la estructura orgánica de la República Bolivariana, y en definitiva, por la democracia como institución vigente.

Fue un año en donde «el dictador» Maduro y su «régimen» tuvieron que lidiar con:

[1] La cancelación de todas las órdenes de compra a PDVSA por parte de Estados Unidos, y la cesión del control de CITGO – la refinadora venezolana en territorio texano – al Gobierno de Transición de Guaidó. Esto traería la paradoja increíble de que Venezuela se quede prácticamente sin gasolina para mediados de abril y deba recurrir a India e Irán para refinar petróleo.

[2] Acciones «blandas» de desprestigio como el comentado Aid Live y la «misión humanitaria», que vino casi simultáneamente con la llamada «Operación Libertad» (siempre tan ingeniosos con los nombres), una insurrección cívico-militar (bah, un golpe) que se dio el 30 de abril para derrocar a Maduro.

[3] Violaciones continuas del espacio aéreo y marítimo por parte de fuerzas colombianas y estadounidenses, estas últimas con base en Curazao y Panamá, en ejercicios simulados de ataque o invasión.

[4] Sanciones financieras personales contra el gobierno venezolano y sus altos mandos militares.

[5] Del 7 al 10 de marzo, ocurre un apagón total en todo el territorio venezolano, ocasionando una pérdida de más de 1000 millones de dólares, aparte de un malestar general que contribuye a la sublevación. Se cree que fue producto de sabotajes coordinados en las centrales eléctricas, complementado con un ataque de pulsos electromagnéticos. Especialistas rusos contribuyen a reconstruir el sistema eléctrico dañado.

[6] La ex presidenta de Chile, Michelle Bachelet, en tanto Alta Comisionada de la ONU, denuncia torturas y otras vulneraciones de los DDHH para propiciar una intervención internacional por parte del Consejo de Seguridad. Rápidamente, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA se suma al pedido.

[7] En agosto, Donald Trump firma la Executive Order N° 13.884 por la cual autoriza sanciones a ¡cualquiera! que apoye a Maduro, decretando un embargo económico.

[8] El infame y específicamente creado Grupo de Lima, esto es, un grupo golpista de gobiernos de derecha latinoamericanos supervisados y guionados por Estados Unidos, respaldan a Juan Guaidó y exigen la «resolución pacífica» (o sea, la salida de Maduro y su enjuiciamiento bajo cualquier cargo humillante) del conflicto.

[9] Ya para 2020, la DEA puso como recompensa 15 millones de dólares para detener a Nicolás Maduro bajo supuestos cargos de narcotráfico, un esquema similar al empleado contra el (ex agente de la CIA) presidente panameño Manuel Noriega en 1989.

Y eso, sin comentar los cientos de casos de infiltración para ocasionar caos, saqueos programados, terrorismo, intento de magnicidio de Maduro mediante drones en un desfile militar, desabastecimiento, corrupción de militares, bandas de narcotraficantes cooptadas para provocar ingobernabilidad, guarimbas organizadas y operaciones psicológicas de descontento civil; y eso sin contar el escandaloso secuestro del diplomático Alex Saab.

Sin embargo….

En julio de este año, el archiconocido golpista secretario general de la «administración colonial» (alias OEA), Luis Almagro, sostuvo que: Definitivamente, Maduro fue subestimado en muchos casos respecto a sus capacidades de supervivencia, de manejo político y de habilidades diplomáticas y fue consolidando su fuerza aun desde un origen con muy poca legitimidad.

Por supuesto, esto es un reconocimiento del fracaso estadounidense – de eso se trata la OEA, de fingir que habla por sí misma cuando habla por Estados Unidos – en la enorme profusión de métodos de desestabilización y golpe; en una verdadera Guerra Híbrida montada contra Venezuela.

Maduro, subestimado como incapaz e incluso ignorante, ha sobrevivido a los juegos maquiavélicos de desestabilización política (internos y externos), a las claras amenazas internacionales y al bloqueo casi total de la economía. No solo eso, ahora está reactivándola, lentamente.

Este reconocimiento es la puerta de entrada de una acción política evidente por parte de Occidente, ahora ávido por fuentes de petróleo baratas: si no pueden destruirlo, entonces negocia y súbete a su barco.

En ese plano, el monigote impresentable de Juan Guaidó comienza su camino de salida, que en realidad empezó con las elecciones parlamentarias de 2020, cuando el Gran Polo Patriótico Simón Bolívar (la coalición chavista) obtuvo 256 escaños, arrasando en la Asamblea Nacional y poniendo fin a todos aquellos diputados que pusieron en funciones al «gobierno paralelo».

Por increíble que parezca – dado que estamos acostumbrados a la propaganda occidental de demonización y descalificación – Maduro se alzó con varias victorias estratégicamente diseñadas:

1) El «memorándum en México» sembró las bases de un «entendimiento» entre gobierno y oposición, que en el fondo, fue un reconocimiento de la legitimidad de Maduro, y el levantamiento de las sanciones económicas.

http://mppre.gob.ve/2021/08/18/an-aprueba-unanimidad-memorando-entendimiento-mexico/

2) Tras años de capear como equilibrista la caída de los precios del petróleo y una inhumana guerra económica internacional, que provocaron recesión e índices inflacionarios delirantes, con el consabido descontento traducido en perturbación política, Maduro pudo establecer las bases de un plan de recuperación menos dependiente de la renta petrolera, bloqueada por donde se la mire por el embargo estadounidense. Ejecutó medidas para eliminar las restricciones al mercado de divisas, al estímulo de la actividad privada y las inversiones extranjeras, y recompuso los ingresos fiscales con tributos internos en sustitución de las retenciones a las exportaciones, algo que contradecía el dogma pero era pragmático.

3) Derribó las fronteras del aislamiento internacional fomentadas por el Grupo de Lima (hoy inactivo) y el «proyecto Guaidó» a través de la resistencia diplomática y el reforzamiento de las alianzas tácticas con Eurasia, fundamentalmente, la tríada Moscú-Beijing-Teherán. Simultáneamente, se retiró de la OEA en 2019, y se hizo adalid del multilateralismo (más que del ‘socialismo’). En el plano de conflicto hegemónico internacional, donde la situación energética tiene especial preponderancia, Maduro supo aprovechar la COP27 – donde se relanzó en el plano internacional – para entrevistarse con Emmanuel Macron y con John Kerry, algo impensado apenas un año antes.

En vistas a estos elementos, NO SORPRENDE que 3 de los 4 partidos de oposición venezolana – que componen el Grupo de los Cuatro (G4) – soliciten el fin del (fallido) «gobierno interino» de Juan Guaidó y lo hundan en la ignominia, como uno de los capítulos más detestables de la historia reciente.

No fue el primero ni será el último, pero Guaidó pasará a los anales como un sinónimo de títere ambicioso, apátrida e inescrupuloso.

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