¿Se puede censurar la historia? Sara Rosenberg
Al censurar la cultura rusa, se censura una gran parte de la historia de la humanidad.
No sólo se censura la cultura, los medios informativos, los vuelos y transportes, los bancos y hasta a los gatos, sino que se intenta suprimir la historia y la memoria de los pueblos del mundo.
Un censor tan cruel como estúpido proclama: no existió Shoshtakovich ni el sitio a Leningrado, no existió Gagarin ni la luna, no existió Lenin ni la gran Revolución de Octubre…el gran inquisidor no sólo es torpe sino que en su afán por borrar la memoria pone en evidencia su barbarie, esa ignorancia programada que es el núcleo del sistema político y cultural del capitalismo. Lo conocemos y lo sufrimos, aunque las distracciones que usa el dios con cara de hamburguesa parezcan infinitas.
¿Por qué Occidente censura la cultura rusa? ¿La censura aparece recién ahora o estaba implícita en la vieja paranoia anticomunista de Occidente? ¿Quizás la censura y la tergiversación aparecieron mucho antes, cuando aconteció aquel hecho histórico que cambió para siempre el destino de la humanidad: la Revolución de Octubre de 1917? ¿Cuál es el motivo de esta censura tan pertinaz y que a lo largo del tiempo ha ido adquiriendo diversas formas? ¿La censura actual es parte de la guerra total contra Rusia, el aspecto cultural de esta guerra?
Este año 2022 se han caído muchas máscaras y el gobierno de Occidente no ha sido nada sutil; su guion anti-ruso más bien ha resultado grotesco y dirigido a masas previamente intoxicadas de miedo, un miedo difuso pero ubicuo que fácilmente se transforma en odio irracional. ¿Os suena?
Los medios occidentales han hecho bien su trabajo y mienten sin vergüenza porque previamente han ido creando al “ciudadano mas-mediado”, obediente e incapaz de hacer preguntas. No es tiempo de dudar, es tiempo de alinearse y repetir el mandato. El miedo manda, miedo al futuro, miedo al presente, miedo a imaginar, miedo a perder si pierden los que mandan, aunque sea en contra de si mismo.
Sin duda esto es una pérdida del sentido de lo que es -o se suponía que era- el tan mentado ciudadano del “Occidente libre”. Aquel que era capaz de gritar aunque no supiera bien a que se refería, aquella famosa consigna del 68 “prohibido prohibir”, que tampoco ocultaba su tufo contra la URSS y los malos malísimos totalitarios estalinistas. La confusión entre libertad y liberalismo no es inocente, es un programa posmoderno, de relativización, de derrota social, de perdida de horizonte histórico y político. Y de eclosión de las más extravagantes identidades “libres” cada vez más fragmentadas, más útiles al victimismo y la inacción, salvo dentro del marco del sistema que siempre, como un buen papá, otorga algo, permite una migaja menos peor, regala pedacitos y conserva lo esencial: el poder.
Ahora, con absoluta impunidad y sin vergüenza -la vergüenza es un sentimiento humano y a veces revolucionario- las estúpidas elites de Occidente prohíben la cultura rusa. Aterrada, la estúpida elite estadounidense y europea se hunde en su propia ideología apocalíptica (saben mucho de la muerte y de la peste fabricada) y hoy más que nunca temen el contagio. Siempre han temido que los pueblos del mundo se contagiaran del valor y de la fuerza de aquellos que supieron construir el primer país socialista del mundo y poco tiempo después vencer al nazismo.
Desde 1917 esta idiota y cruel elite occidental ha intentado derrotar la Revolución de los soviets y destruir Rusia. Ejércitos reaccionarios hegemonizados por los anglosajones apoyaron a los reaccionarios “blancos” en contra del pueblo soviético y no dudaron en invadir y desatar una guerra civil, que por supuesto perdieron. La revolución de los soviets se consolidó y en poco tiempo el país avanzó y se fue trasformando en una gran potencia.
Todos estos hechos en Occidente fueron narrados al revés y con muy mala fe. La fe anticomunista es una fe anti-histórica. Un inmenso aparato propagandístico se dedicó a igualar comunismo con prohibición, persecución, gulags, espías y eso que se dio en llamar totalitarismo. Y una triste casta intelectual conversa fue contratada para proclamar su arrepentimiento de las ideas comunistas. Recibieron grandes premios, mucha publicidad y dinero.
Occidente se presentaba como la tierra de la libertad mientras masacraba a los pueblos que se atrevían a seguir el mal ejemplo de la URSS en Asia, África y América Latina. Y mientras expandía su maquinaria de muerte proclamaba que en Occidente está “prohibido prohibir” y acuñaba los mantras de la “libertad” y la “democracia”, tan gastados ya en nuestros días. Mantras que chorrean sangre. Guerras, cárceles y crímenes crecieron de manera proporcional a ese concepto libertad, no solo en Asia, África y América Latina, sino también en Europa y en Usa. En nombre de la libertad y la democracia expandieron su cultura de la muerte, como buenos vástagos del colonialismo y el nazismo.
Contaron con el apoyo de las burguesías colonizadas y fueron imponiendo la “gran cultura americana” la del vaquero, chicle, sexo- drogas-rock and roll, hamburguesas-pollo frito, coche, gánsteres y bombas. Una cultura bestial y bestializante, que jamás se preocupó por la verdad ni por la vida humana y que hizo de la mentira ley, tanto que convenció al mundo de que “civilizaron” a indios y negros (esclavizados y asesinados sin piedad) o que ganaron la segunda guerra mundial (que ganó la URSS) total que más da, en la cultura del supermercado puedes vender basura si la etiqueta tiene colores bonitos. Y en eso fueron muy hábiles, la guerra cultural e informativa idiotizó y corrompió a las grandes masas explotadas.
Esa cultura de la infamia se fue imponiendo en Occidente y construyó paso a paso esta especie de sinrazón en que vivimos. Un horizonte bajo, donde el ser humano es un consumidor, un esclavo sin voz, un suicida o un asesino. Es el modelo que se impuso y hay que reconocerlo: cultura de la muerte y de la deshumanización. Si te sientes mal, tu médico siempre al servicio de la gran empresa química te recetará un buen dopaje.
Creo que el viejo temor a la cultura rusa -y a cualquier otra cultura- que no se somete y tiene otro proyecto de humanidad se censura porque están desesperados y en franca decadencia. Su antiguo aparato propagandístico tan repetitivo como pobre se ha gastado.
La colonizada -y endeudada- Europa obedece al “american-anglo way of life”, pero no puede ocultar el costo que paga por la crisis estructural de USA, con su senil traficante de armas. Un país sin ningún servicio social, con millones de pobres en las calles, con la mayor población carcelaria del mundo y con una lista de crímenes históricos pendientes hasta que la humanidad entera un día los juzgue (Hiroshima, Nagasaki, Corea, Vietnam, Guatemala, Irak, Libia…etc . etc.)
Por eso, es curioso como aquellos que decían “prohibido prohibir” para propagandizar las virtudes occidentales, hoy tiemblan y prohíben, aun sabiendo que Chejov, Dostoievski, Gorki, Block, Mayakovski, y tantos no pueden prohibirse porque saltan por encima de esos podridos muros occidentales que solo están dedicados a la muerte, al crimen ya naturalizado como el que acaba de ocurrir este mes en la valla de Melilla. Rachmaminof, Shostakovich saltan esas infames vallas de la decadencia occidental y lo hacen inaugurando una nueva humanidad, como lo hizo también el pueblo revolucionario en 1917.
De allí que la pregunta sobre la censura a la cultura rusa me lleva a preguntar algo esencial y urgente:
¿Cómo y qué hacer para que nuestros pueblos despierten de la pesadilla imperialista?
¿Cómo activar la memoria casi plana del ciudadano mas mediado de Occidente?
¿Cómo sufrir un buen contagio, este si, de curiosidad, capacidad de imaginar, sentido profundo del amor y la solidaridad, es decir, cómo humanizarnos antes de que sea tarde?
Ojala los pueblos de Europa algún día suelten la mano del amo y no sigan participando en las guerras que benefician sólo a la poderosa mafia financiero militar globalista, que dirige este pequeño continente peninsular tan militarizado y colonizado. La historia avanza en otra dirección y no hay censura capaz de detenerla.
El sistema imperialista está herido de muerte y nos ha colocado en la encrucijada: o nos levantamos contra él o nos destroza, y ese es el papel que le ha tocado una vez más al pueblo ruso, y una vez más aunque pretendan censurar esta tendencia de la historia que ellos tanto han tergiversado, está ahí, está viva y es clara: la victoria de la vida sobre el imperio de la muerte.
Y esa es la gran apuesta. Y esa será la gran Victoria, la del inminente fin del imperialismo y sus necesarias y constantes guerras.