¿Sorprendente? Para nada
El fascismo está en auge en todo el mundo. El papanatismo «progre», el constante hacer el juego al sistema, las constantes renuncias, el contentarse con las migajas…, la teoría de la conciliación de clases (Chávez dixit) es el caldo de cultivo del fascismo. Hubo un tiempo en que la oligarquía estaba tocada, Chávez se negó a hundirla y desde entonces ha ido a toda máquina: Paraguay, Honduras, Guatemala, Chile, Argentina, Colombia… solo queda Bolivia como una isla en América Latina (y veremos lo que hace López Obrador en México). Ucrania, Francia, Austria, Hungría, Polonia, Italia, Alemania… están marcando el camino del fascismo en Europa.
Brasil ha sido el último exponente, por ahora. Pero con ser importante, Brasil no es nadie comparado con Alemania. Y este domingo hay elecciones en un estado clave: Baviera. Ahora el partido de Merkel tiene la mayoría absoluta (casi el 50%). El resultado del fascismo allí será determinante para el rumbo definitivo de Europa y, de rebote, del resto del mundo. Y lo será porque todos están haciendo una especie de campaña común, implícita, contra Alternativa para Alemania. Si este partido fascista consigue más del 15% será un fracaso absoluto para el resto y su espaldarazo definitivo.
Brasil no es Alemania, pero sí es América Latina (junto con México). Al igual que Alemania es Europa (pese a Francia), aunque hoy Europa no sea más que un zombi, un muerto aparentemente vivo.
El triunfo de un fascista en Brasil, aunque haya segunda vuelta, ha sido calificado de sorprendente por sesudos comentaristas «de izquierda» brasileños. ¿Sorprendente? Para nada. Creo conocer algo Brasil y he venido contando algo. He sido siempre el Pepito Grillo, el tipo raro, el «radical»… Los «progres» me han llamado de todo. Criticar a Lula era como mentarles a la madre. Al igual que criticar a Chávez. Pero de esos polvos vienen estos lodos. A mí no me ha sorprendido el auge del fascismo. Lo esperaba. Y aún suponiendo que ocurriese en Brasil lo mismo que en Francia, que todo el mundo se unió alrededor de Macron para impedir el triunfo de Le Pen, es decir, que todo el mundo se una alrededor de Haddad para impedir el triunfo de Bolsonaro, va a ser un gobierno tan escorado a la derecha que tendrá tintes cuasi fascistas. Aquí no hay bueno, todo es malo. Mirad el espejo francés.
El exponente de lo que es la pretendida izquierda en Brasil lo ha dado el hecho de que Dilma Rousseff, la inefable Dilma, esa ex-guerrillera que pactó con los terratenientes que escupían en la cara de los indígenas y les llevó a su gobierno, ni siquiera ha sido elegida para el Senado.
La pretendida «izquierda» brasileña representada por el PT está hundida, aunque algunos exponentes muy particulares puedan salvar la cara en una o dos alcaldías de relieve. Ya se habla de reconstruir la izquierda, pero reconstruir con los mismos mimbres y sobre los mismos parámetros es más de lo mismo. Es cierto que hoy es muy difícil volver a coger un fusil, pero también es cierto que si no hay desobediencia no hay nada que hacer. Por eso es importante el ejemplo catalán, con la calle muy activa. No basta con salir a la calle, hay que desobedecer. Y en Brasil sí hay una izquierda, que no es el PT, que está en ello.
El PT se dedicó a hacer política asistencial y caritativa, huyó deliberadamente de hacer cualquier cambio estructural, cooptó a los movimientos sociales (y se dejaron cooptar) y les convirtió (y se convirtieron) en gentes imprescindibles de la política de reparto de las migajas que aceptaba dar la oligarquía. Ahora están recogiendo los frutos de su estupidez, aunque durante unos años hayan vivido muy bien; tal vez hasta se hayan asegurado una pensioncilla.
El PT ha sido en América Latina lo mismo que Syriza en Europa: dos referentes para la pretendida «izquierda» que han abonado el camino hacia el desastre. Pronto volveré a hablaros de Syriza, que es lo mismo que hablaros de cualquier otra formación «de izquierda moderada» -¡que estupidez!- y que no es otra cosa que derecha, la izquierda de la derecha.