Venezuela, 10 de enero de 2019
(Texto leído en el acto del de apoyo a la asunción del presidente Nicolás Maduro. Acto convocado por el FAI, Casa de Vacas del Retiro)
Dos sucesos apenas separados por unas horas ilustran este momento histórico. Dos hechos que muestran dos concepciones del mundo: una supremacista, racista, imperialista, justificada por la mentira y la manipulación, es la declaración del presidente de EE.UU., Donald Trump, sobre las razones que justifican la construcción del muro en su frontera con México; otra que reclama la paz, la igualdad de los seres humanos y la soberanía de los pueblos, es el nombramiento como presidente de la República Bolivariana de Venezuela de Nicolás Maduro.
Hoy, celebramos aquí esta toma de posesión que está respaldada por más de un centenar de países en los que viven miles de millones de personas. Sin embargo, este acto será una vez más motivo para que arrecien las agresiones que forman parte de la alianza imperial occidental bajo mandato de los EE.UU. Decimos motivo porque cada caso que consolida el orden institucional, la paz y la soberanía venezolana, es una derrota del imperio.
La clase política del bloque occidental, las instituciones bajo su control, la clase empresarial y sobre todo los medios de comunicación ya han anunciado una vez más que no considerarán legítimo este mandato, pero olvidarán hablar, una vez más, de injerencias, de agresiones externas, de la propia existencia del imperialismo. Los adalides del conocimiento, la cultura y la libertad de expresión jamás hablan de imperialismo, término que ellos mismos definieron en el siglo XIX, como si hoy no existiera el dominio por la fuerza de unos países sobre otros, como si el relato histórico de los dos últimos siglos no fuera el relato de esos procesos de dominación y las luchas de resistencia, tal y como hoy ocurre en Venezuela, pero también en Nicaragua, en Bolivia…. y más allá en Palestina, en Siria, en Yemen o en Corea.
En el continente americano, las trece colonias originarias multiplicaron por cinco su territorio inicial y lo hicieron a través de tratados y de compras, pero sobre todo y mayoritariamente a través de la violencia, la conquista, la ocupación, el saqueo y la guerra. Más allá de las fronteras conquistadas entre Rio Grande y la Patagonia, EEUU ha mantenido un régimen permanente de agresiones por más de 200 años. Están registradas más de 64 intervenciones trascendentes en más de 20 países en América Latina. Se trata de guerras, de ataques, de conquistas, de ocupaciones, de invasiones, de acciones encubiertas, de golpes de estado y hoy de nuevas formas de intervención: golpes parlamentarios, golpes blandos, nuevas formas de guerra, o formaciones militares de coyuntura para organizar invasiones armadas de otros países en este momento sobre Venezuela. También ha aumentado la escalada militar en la región al incluir a Colombia en la OTAN.
Todos estos sucesos presentados como respuestas de coyuntura fueron ideados, planeados y organizados y en gran medida anunciados. James Monroe lo hizo en 1823, “América para los americanos” y aunque se refería a la no intervención de Europa en el Continente Americano le servía para atribuirse el derecho a intervenir en cualquier lugar del continente si se consideraba que los intereses estadounidenses estaban en juego. Esta declaración se constituyó en doctrina en 1850.
Del cinismo de estos discursos da cuenta la declaración británico-norteamericana de 1823: “No pretendemos nosotros la posesión de ninguna de ellas”, refiriéndose a las colonias españolas. Veintitrés años más tarde invadían México y le arrebataban más del 50% de su territorio.
Desde su nacimiento, EEUU tuvo un sentimiento supremacista en el que encontraban razones teológicas para dominar y saquear a los demás. Ese discurso “de pueblo elegido por Dios” es muy semejante al sionista. Los puritanos ingleses y escoceses invocaban al “designio especial del cielo” para justificar el genocidio indígena que exterminó a los que quedaban en las colonias británicas.
La expresión formal corría a cuenta de J. L. O’Sullivan en 1845: “Nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la providencia”, y ha sido punto de apoyo ideológico de la política exterior de EEUU en todo el mundo y especialmente en América Latina, tal y como lo recordaba Ronald Reagan en los años 80 cuando justificaba el apoyo a la Contra Nicaragüense. El supremacismo, corolario del destino manifiesto, también es constante: en 1912, durante la ocupación de EEUU a Nicaragua que duraría 21 años, William Taff, presidente de EEUU, declaró: “el hemisferio completo de hecho será nuestro en virtud de nuestra superioridad racial como ya es nuestro moralmente”. Declaraciones de la misma índole se han sucedido hasta este momento cuando Donald Trump hace alardes ostentosos de supremacismo, racismo y latinofobia ante el silencio de sus aliados cuando no con su eufórica complacencia como es el caso del notorio fascista Bolsonaro.
Esta forma de hacer público su destino imperial ha sido expresada en el documento Venezuela Freedom 2 en el que se detalla con precisión todos los procedimientos que serán puestos en marcha para lograr el sometimiento de Venezuela. Este documento del Comando Sur de EEUU está firmado por el almirante Kurt W. Tidd el 25 de febrero de 2016, y en su resumen ejecutivo podemos encontrar sin la más mínima ambigüedad todos los elementos que se pueden dar en la injerencia sobre un país: La utilización de la “oposición” (MUD), del Secretario General de la OEA, de la Asamblea Nacional…. Para “la salida rápida del régimen”, “haciendo ingobernable la situación”. Así mismo, se cita a los países que hoy integran al autodenominado Grupo de Lima como “países bajo influencia del Comando Sur”.
En el 2018, el Relator especial de las NNUU, Alfred-María de Zayas, concluyó en su informe que en Venezuela no existía crisis humanitaria y que su situación correspondía a la de una guerra económica desencadenada extraterritorialmente.
La academia, los intelectuales, los políticos, una gran parte de las instituciones y la práctica totalidad de los medios de comunicación hacen un denodado esfuerzo por ignorar estos hechos, por ignorar la historia y por ocultarla si es que emerge. Aceptan el “de eso no se habla” cuando del imperialismo se trata, miran para otro lado cuando un organismo tan poco sospechoso como NNUU declara que no hay crisis humanitaria en Venezuela, y niegan que exista una guerra económica de EEUU contra Venezuela.
Occidente decae, su producto estrella, el Estado de Bienestar, está desapareciendo para no regresar, la crisis ha aparecido para quedarse, su hegemonía está en el ocaso y su propia barbarie lo devora, las resistencias continúan y Venezuela es uno de los ejemplos más admirables.
10 de enero de 2019