África y el genocidio oculto a plena luz del día. Agustín Velloso
Rosa Moro ha escrito un libro -tan esclarecedor como desolador- sobre un horrible crimen contra la Humanidad que empezó hace 30 años en el corazón de África, que hoy continúa porque no se ha hecho justicia aún y además comenten nuevos crímenes los mismos autores principales: Paul Kagame, presidente de Ruanda, sus sicarios y otros colaboradores africanos, las potencias occidentales más implicadas, Estados Unidos y Reino Unido, con España como lacaya del imperialismo.
En realidad hay otro crimen contra la Humanidad previo planeado en la segunda mitad del siglo XIX, protagonizado por el rey belga Leopoldo II, que se apoderó de las incalculables riquezas del Congo entre 1885 hasta 1908, año en que pasó su ‘propiedad personal’ a Bélgica, que colonizó el Congo hasta su independencia en 1960. Después llegó una guerra intestina planeada por las potencias citadas en unión con Bélgica, con un final acorde al crimen: una dictadura militar controlada por ellas.
Un siglo largo más tarde, en 1994, tuvo lugar lo que se conoce como el Genocidio de Ruanda, después lo que se conoce como la Primera Guerra del Congo entre 1996 y 1997, cuando el país se llamaba Zaire, posteriormente la Segunda Guerra del Congo, ya rebautizado como República Democrática del Congo, entre 1998 y 2003, en la que intervinieron nueve naciones africanas. Solamente en esos últimos 30 años la cifra de muertos ronda los diez millones de personas.
Creo que el principal propósito y mérito de Rosa es el de (empeñarse en) mostrar en España y otros países hispanohablantes, que semejante matanza no solamente es un holocausto, con el doble de víctimas mortales que las causadas por el nazismo, sino que también sus perpetradores -tutsis congoleños y de países periféricos- salgan a la luz, ya que su segundo crimen es haber ocultado el primero, acusando a sus víctimas -hutus y también tutsis- y persiguiendo a todos los que les han denunciado públicamente.
Primera contradicción: los nazis fueron juzgados y condenados por jueces de Estados Unidos, Reino Unido, Francia y la Unión Soviética. Sin embargo, los tres primeros países son los arquitectos -en beneficio propio- de las guerras del Congo, por lo que -junto con Ruanda y otros países africanos que intervinieron también en la guerra- son los responsables de este holocausto.
Además, los gobernantes occidentales han maniobrado de todas las maneras y con todas las armas -ilegales e ilegítimas- para evitar ser considerados responsables del crimen, hasta conseguir que algunos congoleños, ruandeses y otros solidarios internacionales pasen a ser los responsables. El resultado es que no ha habido un juicio de Nuremberg para aquellos, tampoco justicia para las víctimas y sus deudos, mientras que el resto del mundo no conoce la verdad de lo ocurrido.
Se puede decir que Rosa, como periodista y solidaria con las víctimas africanas, hace lo único que se puede hacer en la actualidad: resucitar la verdad de lo ocurrido para dar algo de paz a los familiares, advertir a los responsables de que no podrán estar tranquilos y educar al resto para que no caiga en el olvido lo sucedido y se repita. No es tarea fácil porque ha tenido que dar la vuelta a lo que se ha dicho y publicado hasta hoy, es decir, testimonios, juicios, informes, etc.
Afortunadamente Rosa ha podido apoyarse en víctimas, testigos e investigadores del holocausto que le han precedido en esta misma empresa: tres españoles y tres congoleños, es decir, seis personas solidarias, entregadas y completamente comprometidas con la Humanidad. Apenas se puede creer que tan pequeño número de justos, con sacrificio y perseverancia, haya conseguido que no triunfe, al menos no totalmente ni para siempre, el segundo crimen: ocultación y tergiversación.
Junto con esa vocación humanitaria, Rosa aporta su profesión de periodista, de forma que el texto sobre ‘el genocidio que no cesa en el corazón de África’ es además una ‘historia de desinformación’. En sus propias palabras:
“Lo peor no es este bloqueo de los medios y las agendas políticas, lo peor es que los asesinatos continúan a día de hoy, mientras usted lee esto, en pleno 2022, y el mundo no se digna ni a mirarlos. ¿Cómo vamos a dejar de denunciarlo?” (página 9)
“Uno de los mayores expertos, Charles Onana, que ha pasado años, si no décadas, investigando en los países afectados, en archivos de la ONU, archivos de Estados Unidos, otros países como Francia, el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, los tribunales españoles y los franceses, entre otros (afirma que los responsables) han organizado ‘una de las operaciones de propaganda más exitosas de finales del siglo XX (…) Una obra maestra de la desinformación, una intoxicación perfecta’.” (p.20)
¿Quién podría beneficiarse de un holocausto causado por verdugos africanos contra víctimas africanas, seguido de una intoxicación informativa perfectamente maquinada entre verdugos occidentales y verdugos africanos? Rosa apunta al principal y más persistente sospechoso:
“En 1939 Albert Einstein advirtió al presidente norteamericano Franklin Roosevelt que si quería la bomba atómica solo para los Estados Unidos, mantuviese alejados a los alemanes de la mina congoleña de Shinkolobwe, de donde salió el uranio para las bombas que lanzó sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945.”
“La gigante belga Union Minière era propietaria de la mina y se lo vendía a Estados Unidos en un plan ultrasecreto con la colaboración de Gran Bretaña.”
“En 1993, el subsecretario de Estado para Asuntos Africanos con el presidente Clinton declaró ante el Senado estadounidense: debemos asegurar nuestro acceso a los inmensos recursos naturales de África […], no debemos seguir dejando África a los europeos. […] contiene el 78% de las reservas conocidas de cromo, el 89% del platino y el 59% de cobalto’.” (pp 27 y 28)
Es legítimo asociar la rapiña del Congo por parte del soberbio y matón gringo con otras: Venezuela, Iraq, Siria, Libia y la actual intentona contra Rusia, una pieza demasiado grande con la que ya se ha atragantado.
Escribe Rosa al respecto de esta fina ‘política internacional’ explicando a la vez el pasado y el presente del imperialismo: “Hoy quiere impedir a toda costa el acceso a estos recursos por parte de China, principalmente, también de Rusia.” (p. 29) Es evidente que en el Congo emplea este patrón de comportamiento en el mundo como Estado canalla, agresor, criminal de guerra y contra la Humanidad, que declara enemigo a un país cuando en realidad piensa en el botín de guerra y también cuando emprende guerras con cualquier otro motivo, sea el ‘humanitario’ o el ‘democratizador’ y especialmente el de ‘libertador de mujeres musulmanas’ cuando en realidad piensa en el sometimiento del resto de países, incluidos sus propios aliados.
Añade Rosa: “Según Julian Assange, fundador de Wikileaks encarcelado por sacar a la luz pública los crímenes cometidos por los estados, principalmente Estados Unidos, «Prácticamente, todas las guerras que han comenzado en los últimos 50 años fueron resultado de las mentiras de los medios de comunicación. Los medios podrían haberlas impedido si hubieran investigado lo suficiente, si no se hubieran limitado a reproducir la propaganda gubernamental. ¿qué significa eso? Bueno, por lo general a las poblaciones no les gustan las guerras, y tienen que ser engañadas para ir a la guerra, porque no irían por voluntad propia. (p. 42).
La pregunta a estas alturas es obligada: ¿qué es lo que no ha hecho Estados Unidos para apropiarse de la inmensa riqueza de la República Democrática del Congo, la nación que sufre desde la colonización belga lo que se conoce como ‘la maldición de la riqueza’:
“El FPR (Frente Patriótico Ruandés, NdE) quería conquistar el poder en Ruanda, exterminar a todos los hutu posibles para redefinir el mapa étnico de la región y ocupar, para anexionarse, dos provincia del Congo, los Kivus. Estados Unidos tenía como objetivo final el gran Congo, el control de primera mano de todas sus riquezas y de su posición estratégica en el continente. A partir de este momento, la deriva de Zaire fue de caída libre. De la pobreza causada por siglos de sobre-explotación de la que venía, pasó a la desestabilización por acoger en unos meses a millones de personas, y finalmente al caos como estrategia de balcanización o debilitamiento programado desde el exterior. Y todo, como de costumbre, ante la mirada impasible de la comunidad internacional.” (p. 67)
Todo significa un plan bien diseñado y puesto en práctica con diligencia y organización:
Estados Unidos proporcionó financiación, armamento e instructores, el edecán Tony Blair y su esposa Cherie Blair se encargaron de las empresas de relaciones públicas, es decir, los cipayos, y también están los traidores congoleños en el poder (pp. 69, 80 y 81 a 83 respectivamente)
Días muy felices y muy remunerados para los Blair y sus socios, por ejemplo, el grupo israelí NSO, propietario del programa de espionaje Pegasus, cuyo lema es: “tecnología que ayuda a las agencias gubernamentales a prevenir e investigar el terrorismo y el crimen para salvar miles de vidas en todo el mundo”.
Al mismo tiempo el de los Blair es: “Apoyemos a Ruanda. Ahora no es el momento de cortar la ayuda a Kigali”. (p. 80)
Rosa no deja de exponer y denunciar a todos los responsables, sus maniobras, engaños, asesinatos, presiones, ataques, etc. y por ello añade junto a los anteriores las organizaciones gubernamentales e internacionales, la más despreciable la ONU, que “lamenta que no tuvo conocimiento del verdadero alcance de las masacres y por eso no intervino a tiempo” (p. 80)
Dejo ya de lado la ‘cuestión política’, que más bien es la acción genocida del cártel mafioso citado, cuya descripción es más de lo que un ser humano puede soportar sin que se le encoja el alma. Por eso quiero al menos llamar a la reflexión sobre el tremendo dolor que este infierno organizado en tantos países de África por los habitantes del jardín, según la canallesca mente de un tal Borrell, ha debido causar en tantos millones de seres humanos inocentes para que algunos monstruos en occidente puedan engordar su tripa. Rosa señala al respecto:
“La más brutal de todas las guerras es la de la invisibilidad. La invisibilidad deshumaniza. El resto del mundo normaliza y tolera el sufrimiento de las víctimas africanas, como si no alcanzasen la categoría de seres humanos.” (p. 113).
También dejo que el lector descubra en el texto otras enseñanzas además de las políticas expuestas en estas líneas someramente. Me refiero a interrogantes y respuestas que Rosa se plantea a lo largo de su relato, tanto sobre su experiencia personal como de otro tipo. También resulta de mucho interés sus conclusiones sobre relevantes cuestiones: intelectuales, profesionales, ideológicas y emocionales, que salpican el texto aquí y allá, creo que sin ser consciente, por no explicitarlas y porque no las presenta al final.
Rosa pone por delante a las víctimas, lógico, puede decirse, pero también se expone con su posición en la tragedia, política y humanamente. Describe la maldad, siendo tan sangrienta y cruel y es capaz de aguantarla durante años con entereza. No pide nada a cambio, al contrario, se dedica por entero a exponer esta tragedia interminable y se considera una colaboradora de sus colegas, las fuentes congoleñas, ruandesas y españolas para las que reclama todo el mérito y aparecen continuamente en su texto.
Por ello el lector africanista o el interesado en la política internacional, en geoestrategia, en el mundo de la comunicación y las relaciones públicas, tiene mediante el texto de Rosa la explicación veraz, sentida y humanista de este genocidio sin juzgar, abandonado, distorsionado y sin que se vislumbre un cambio en estas circunstancias.
Rosa y sus colegas que aparecen en su libro son la única esperanza de que se haga justicia.
Rosa Moro, El genocidio que no cesa en el corazón de África. Una historia de desinformación, Editorial Umoya – La Federación de Comités de Solidaridad con África Negra – umoya.org, 2022, ISBN: 978-84-09-41658-5
(Publicado en Rebelión, el 7 de noviembre de 2022)
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