Arriba y abajo
Arriba, la aristocracia; bajo, la servidumbre. Esta era, en síntesis, la trama de una exitosa serie de televisión británica de los años 70 que llegó al estado canalla (más conocido como España) más de diez años después. El relato de una sociedad obsesionada con la clase social, esa que hoy dicen ha desaparecido y que la pretendida izquierda ha arrojado al baúl de la Historia. Pero no. Hay muchos ejemplos de ello, pero en la Francia de hoy es donde hay que fijarse.
Algún imbécil ha tenido el atrevimiento, y la ignorancia, de decir que los «chalecos amarillos» de Francia son como los «indignados» del 15-M en el Estado canalla. Nada que ver. Ni parecidos. Porque los famosos «indignados» eran clase media acomodada (o sea, arriba) que reclamaban su cachito de poder -y lo tuvieron, por lo que desmovilizaron- mientras que los «chalecos amarillos» son claramente los de abajo. Véase si no dónde están unos, y lo que duraron, y dónde están otros y lo que duran.
Yo vivo en una pequeña ciudad (40.000 habitantes) que hasta hace dos años no tenía hospital (ahora es privado aunque pagado con fondos públicos) y muchas de las gestiones habituales había que hacerlas en otras ciudades más pobladas. Es decir, que hay, todavía, que desplazarse. Por lo tanto, entiendo perfectamente la rebelión de los «chalecos amarillos» contra los impuestos de los carburantes, que fue lo que dio origen a toda esta historia. Fue un movimiento descalificado por los mal llamados «progres» franceses -y no digamos los españoles, que se han mantenido en un silencio nada sorprendente no vaya a ser que cunda el ejemplo y queden mal parados con sus manitas y demás- y estigmatizado, como hizo también el gobierno, como de extrema derecha.
El movimiento ha cumplido sus sexta semana de movilizaciones, sin que haya decaído en exceso. Es más, esta navidad las rotondas se han vuelto a llenar y lo más significativo, en varias ciudades (Montpellier o Toulouse, por ejemplo) los «chalecos amarillos» se manifestaron con los nombres de los 8 muertos que van ya y recordaron a los más de mil heridos. Tal vez las fotos más significativas sean estas, y hay vídeos circulando sobre cómo la policía se regocija con la represión.
O sea, democracia en estado puro. Valores occidentales en acción. Como cuando se ha vuelto a detener a algunos de los más destacados activistas «de forma preventiva». Vamos a ver si recordáis cómo los medios de propaganda retrataron el caso Navalny, el niñato ruso -estilo Rivera en el Estado canalla,- protegido por Occidente en pleno como «demócrata» cuando el año pasado fue detenido antes de una manifestación en Rusia. Su caso llegó hasta el Parlamento Europeo, que condenó la «represión» de Putin contra un «demócrata». Este hombre en Francia se llama Eric Drouet y tuvo la decencia de negarse a ir al Palacio del Elíseo para una reunión y, por el contrario, hizo un llamamiento a acudir al Acto VI del sábado pasado. Pero él no pudo porque fue detenido «preventivamente». Las ONGs que estuvieron tan activas con Navalny han estado calladas ahora, la Comisión Europea de Derechos Humanos que estuvo muy activa con Navalny ha estado en silencio y al Parlamento Europeo no le interesa un «palurdo» francés, conductor de camiones, que pone en jaque todo un andamiaje que hace aguas por todos los lados, tanto en Francia como en la moribunda Europa.
Arriba y abajo. Incluso los «progres» se indignaron porque en Rusia no se respeta el derecho de manifestación (sic) pero aquí han estado callados como muertos. Y es que los «progres, la pretendida izquierda, desde hace mucho tiempo ha abandonado cualquier pretensión no ya emancipatoria sino simplemente lógica. Pese a todo el discurso de «defensa de las cuestiones sociales» está ubicada, de hecho y de derecho, en el liberalismo económico, político y cultural. Ya no se lucha contra un sistema económico y social injusto basado en la acumulación infinita de capital, sino que espera que este capital muestre un poco de humanidad y acepte conceder algunas migajas.
La pretendida izquierda es hoy una fuerza contrarrevolucionaria, por eso ve con estupor movimientos como los «chalecos amarillos» y eso hace que se ensanche la brecha con las clases trabajadoras, esas que viven en la periferia o en los barrios populares de las ciudades a donde no llegan los «progres», clases medias urbanas cuyo único objetivo es beneficiarse de la globalización capitalista. Hay un hecho cierto: los «chalecos amarillos» han logrado más en un mes que todas las burocracias sindicales y partidarias en un par de décadas. Por eso centrales como la CGT han ido a remolque, sumándose en un sí pero no y bajo la presión de las bases. Por eso La Francia Insumisa se ha sumado después de un duro debate.
El próximo sábado habrá un Acto VII. El ánimo no decae y empieza a ser un movimiento generalizado contra el sistema, contra la confiscación del poder de la ciudadanía por parte de políticos profesionales, jueces y demás. Jueces que ya están condenando a los más de cinco mil detenidos a penas de un año de cárcel por tirar piedras, dicen, a la policía. El régimen fascista de Israel considera «terroristasª a quienes tiran piedras a los soldados ocupantes. En Francia ya se ha dado un pasito para lo mismo.
Por cierto, ¿os acordáis de Fiorina, la chavala de 20 años herida? Pues ha perdido el ojo derecho por un disparo de pelota de goma hecho por la policía. En Catalunya también ocurrió algo parecido y los «progres» miraron para otro lado. Como en Francia con Fiorina y muchos otros. Pero con una diferencia: los «chalecos amarillos» han organizado una caja de resistencia para Fiorina y otros casos similares y sólo desde el lunes, cuando se conoció la noticia, ya se han recaudado 50.000 euros. Esta fue una iniciativa que comenzó esta navidad en las rotondas, que todavía siguen ocupadas y ya se ha superado el mes desde que se hizo con la primera.