Capitalismo en derrumbe. Geoestrategia del caos
Por su enorme interés, reproducimos íntegro el artículo de nuestro compañero Andrés Piqueras, publicado en tres partes por «Observatorio de la crisis» y que contiene un extenso análisis sobe la crisis del capitalismo y sus previsibles consecuencias:
PARTE I
1.La globalización estadounidense
Tras la Segunda Gran Guerra, EE.UU. pergeña un orden mundial con unas instituciones globales encargadas de gestionarlo bajo su control (ONU, FMI, Banco Mundial y el embrión de lo que sería una organización mundial del comercio, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio o GATT, por sus siglas en inglés). Su ambicioso proyecto de construcción del capitalismo global a imagen del propio estaría imbricado en esa suerte de “imperialismo por derrame” o anegación que trataba de trasladar la jurisprudencia USA al resto del planeta, y con ella después su conjunto de dispositivos y medidas tanto tendentes a procurar la acumulación global de capital como también, ante la creciente obstrucción de ésta, el crecimiento por desposesión o apropiación de la riqueza colectiva que las sociedades se habían dado a sí mismas hasta ese momento. Este último factor, especialmente, pasaría a blindarse a través de toda clase de Acuerdos y Tratados de comercio e inversiones.
Una vez eliminado el enemigo sistémico soviético, en los años 90 se terminaría de crear un sistema legal supranacional que consagraba un creciente peso o dominio del capital globalizado sobre las dinámicas de territorialidad política de la mayor parte de los Estados. De hecho, quedaría abolido de facto el sistema internacional basado en el principio de soberanía de los Estados nacionales heredado de Westfalia (mientras que la “soberanía popular” era en la práctica imposibilitada en casi cualquier lugar del mapa), que se sacrificaba al objetivo de proteger todas las formas de acaparamiento y propiedad privada del gran capital, especialmente las rentistas. Es así que un aspecto importante de los “Tratados de Libre Comercio e Inversiones” es que han venido creando un “derecho internacional” informal que en realidad está basado en las leyes y la jurisprudencia de EEUU (porque ningún Tratado o Acuerdo con este país puede contradecir las leyes o el Congreso de EEUU, ni EE.UU. acepta ninguna decisión de organismo multinacional que le contravenga).
Es decir, que todos los Tratados firmados por este país institucionalizan de jure la aplicación extraterritorial de las leyes de EEUU. La “liberalización comercial” potencia esa operación a escala mundial que, como no podía ser de otra forma, resultaba altamente simbiótica con la militarización de las relaciones internacionales, de cara a acelerar la apropiación de recursos mundiales y el control agresivo de mercados1.
Se trataba de una globalización unilateral que ungía la extraterritorialidad global de las leyes estadounidenses, mientras que EE.UU. se eximía a sí mismo de cumplir convenios internacionales (Ver Cuadros 1 y 2). Es decir, se trataba de un orden cuyo cumplimiento desde entonces exige EE.UU. a todos los demás, pero sin carácter recíproco.
Cuadro 1
Convenciones, Protocolos y Acuerdos no firmados por EE.UU. (lista no exhaustiva)
Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW) (sólo Santo Tomé y Príncipe y Afganistán tampoco lo firman);
Convenio para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena;
Protocolo de Kyoto;
Convenio sobre la Protección y Utilización de Cursos de Agua Transfronterizos y Lagos Internacionales;
Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar;
Estatutos del Centro Internacional de Ingeniería Genética y Biotecnología;
Convención sobre la Prohibición del Empleo, Almacenamiento, Producción y Transferencia de Minas Antipersonal y sobre su Destrucción (Tratado de Ottawa);
Segundo Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, destinado a abolir la Pena de Muerte;
Convención Internacional sobre la Represión y el Castigo del Crimen de Apartheid;
Pacto Mundial para la Migración, de Marrakech;
Resoluciones condenatorias de la violencia neofascista en Europa (sólo EE.UU. e Israel se niegan sistemáticamente a suscribir esas condenas);
Convención sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de los crímenes de lesa humanidad;
Convención Internacional contra el reclutamiento militar, la utilización, la financiación y el entrenamiento de mercenarios …
Cuadro 2
Pactos firmados por EE.UU. pero no ratificados, por lo que se exime a sí mismo de su cumplimiento (lista no exhaustiva)
Convención sobre los Derechos del Niño (sólo EE.UU. y Somalia no lo han ratificado);
Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la participación de niños en los conflictos armados;
Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la venta de niños, la prostitución infantil y la utilización de niños en la pornografía;
Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes;
Convenio de Basilea sobre el control de los movimientos transfronterizos de los desechos peligrosos y su eliminación;
Convenio sobre la diversidad biológica;
Tratado de prohibición completa de todos los ensayos nucleares;
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales;
Convenio relativo a la libertad sindical y a la protección del derecho de sindicación;
Convenio sobre el derecho de sindicación y de negociación colectiva;
Convenio sobre la edad mínima de admisión al empleo;
Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados;
Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional…
Tuvieron que pasar 4 y 2 años respectivamente, para que EE.UU. ratificara el Convenio Internacional para la Represión de los Atentados Terroristas y el Convenio Internacional para la Represión de la Financiación del Terrorismo, en junio de 2002, a pesar de que lo acaecido desde entonces muestra que nunca ha tenido intención de cumplirlos.
Además, el 7 de octubre de 1985, los Estados Unidos declararon que en lo sucesivo no acatarían las decisiones de la Corte Internacional de Justicia de la ONU y suspendieron su adhesión a la Declaración por la que se reconoce como obligatoria su jurisdicción. También el 6 de mayo de 2002 declararon que dejaban de considerarse obligados por el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (llegando incluso recientemente a retirar la visa de entrada a su fiscal general por intentar juzgar los posibles crímenes de guerra cometidos por ellos en Afganistán).
2. El resurgimiento de Asia[-la irrupción de China] desestabiliza el capitalismo global
Sin embargo, todo ese entramado mundial unilateral de (menguante) Acumulación y (mayor) Crecimiento por Desposesión, comenzaría a debilitarse con la confluencia de dos procesos decisivos:
1) la crisis mundial del capitalismo y del Sistema Mundial generado por él, así como la decadencia económico-política de su potencia hegemónica;
2) la emergencia de China como potencia mundial y la recuperación de soberanía nacional con cada vez más presencia internacional por parte de Rusia; formaciones sociales que poco a poco se han ido aproximando entre sí para generar un tándem muy difícil de enfrentar, abriendo las posibilidades de un nuevo orden mundial (ya veremos si de un nuevo modo de producción de parecidas dimensiones).
Sigamos brevemente en qué consiste el desafío.
1. Los últimos anclajes de EE.UU. como hegemón son el dólar como moneda de cambio y de reserva del valor a escala internacional, y el Ejército, que a su vez está vinculado al avance tecnológico estadounidense. Uno y otro de esos dos pilares se sustentan mutuamente: el dólar puede cumplir tales papeles globales porque su confianza es sustentada en la fuerza de las armas del hasta ahora ejército más poderoso del planeta; mientras que éste ha podido seguir siéndolo hasta el momento gracias al papel global del dólar y a la consiguiente posibilidad de emitir dinero de la nada y de contraer deuda incobrable (lo mismo se aplica a su complejo tecnológico que, por otra parte, está en gran medida militarizado).
Pero la previsible decadencia de un dólar sobrevaluado y sin respaldo en el valor (que para el caso podríamos traducir como sin sustentación en ganancias productivas), no dejará pronto mucho margen para seguir manteniendo el monstruoso complejo militar estadounidense. Con ello, la primacía político-territorial del Estado norteamericano irá perdiendo fuerza.
2. La eclosión de China2 ha trastocado todas las dinámicas de la globalización unilateral estadounidense. Por ahora, el sistema financiero ha empezado a compartir la importancia del yuan (en realidad del petro-oro-yuan, dado que China es el principal importador de petróleo y el que más reservas de oro tiene del mundo), que se aprecia en la misma proporción en que el país ha comenzado a deshacerse de las reservas de moneda extranjera y de bonos estadounidenses. Dado el actual estado de cosas, la lógica sistémica llevaría a levantar un nuevo entramado financiero internacional apoyado en una bolsa de monedas en la que el dólar perdiera parte de su peso. A esto puede la superpotencia resistirse más o menos tiempo, pero tarde o temprano la tendencia “lógica”, para no terminar de desquiciar la economía capitalista, es a que primen las monedas ancladas a la energía y a la economía productiva (si es que las disparatadas sumas de capital ficticio y “dinero mágico” hoy existentes pudieran ser compatibles en algún momento con ello).
Tanto la energía como la economía productiva ya no están en el Eje Anglosajón que ha dominado el mundo desde 1700, sino en Asia, y sobre todo en el Eje chino-ruso, a partir del momento en que Rusia recobra también su papel internacional como potencia soberana. China sobre todo, pero poco a poco aunque más parcialmente también Rusia, trazan las dos únicas contra-dinámicas de recuperación de la territorialidad político-estatal frente al desenvolvimiento mundial del capital degenerativo, una territorialidad proclive por propia necesidad a sedimentar (o en el caso ruso a restablecer) pactos redistributivos y de promoción social con sus propias poblaciones.
China, como potencia emergente, está intentando construir una forma de internacionalización que comienza a despegarse de la actual globalización del capital, por lo que en vez de estar basada en el desenfreno financiero, la especulación, la apropiación por la fuerza de recursos mundiales, la multiplicación de recortes sociales y planes de ajuste, la corrupción como vía privilegiada de beneficios, “paraísos fiscales” y capital ficticio, busca proporcionar un entramado energético-productivo y comercial multipolar. Toda un área transcontinental integrada económicamente mediante una nueva “Ruta de la Seda”. En ella se intenta incluir a la Unión Económica Euroasiática, con India y su zona de influencia3, pero también América del Sur, Sudáfrica y la Unión Africana4. Una red con moneda internacional centrada en el yuan que pretende complementarse con una canasta de monedas BRICS, y que cuenta con un Banco de Infraestructura y Desarrollo, un Fondo de Fomento, un sistema propio de compensación de intercambio, un plan de infraestructura y desarrollo que muy pronto llegará a Inglaterra con un tren de mercancías de alta velocidad. Todo un entramado de cooperación entre países y presumiblemente también entre sociedades5, que necesita de la paz y del entendimiento mutuo para llevarse a cabo. Rusia está poniendo su poderío diplomático-militar al servicio de ese proyecto en el que ve la única vía de futuro, para protegerle del caos del capital degenerativo y de los coletazos destructivos de la territorialidad política imperial estadounidense.
No solamente esto debilita aún más la globalización neoliberal sino que fortalece las economías estatales implicadas, así como el proceso multilateral y regional, lo que explica que ambas formaciones sociales hayan creado a través de esta cooperación una “zona de estabilidad”6 y de previsibilidad en materia de relaciones internacionales, de relaciones comerciales, económicas y monetarias, que fortalece la lucha por un sistema multipolar basado, hoy por hoy, en el beneficio mutuo entre Estados. Ese proyecto en curso contrasta vivamente con la imprevisibilidad y arbitrariedad de las decisiones político-estratégicas estadounidenses y contribuye en la práctica a impedir que esa formación social logre revivir el mundo unipolar.
La “planificación regional” de la “zona de estabilidad” contempla al corazón de Asia como primer objetivo de desarrollo7. Se trata probablemente de la última posibilidad para poder hacer una transición más o menos “suave” al post-capitalismo. No sabemos si China será capaz de lidiar con los enormes problemas que enfrenta y si podrá conseguirlo, en cualquier caso, antes de que le estalle irreversiblemente la sobreacumulación y el fin de los recursos planetarios.
Hoy por hoy es la formación social con mayores condiciones (quizás la única) de emprender una vía real de salida de la periferización y de proporcionar la apertura a un orden internacional de otro tipo. De hecho, la “emergencia” de los restantes países se debe en gran medida a que son proveedores de la enorme demanda china de recursos. Además de su planeación estratégica a largo plazo, China ha mostrado a través de su especial combinación de regulación estatal y mercado, ser bastante menos vulnerable a las crisis cíclicas. La única que ha realizado una ingente acumulación exclusivamente a escala interna, esto es, sin recurrir históricamente ni al colonialismo ni al imperialismo, basada fundamentalmente en sus recursos naturales, sociales y humanos, promovidos de manera eficaz a través de un proyecto socialista que aglutinó las energías populares tras él. Sólo ahora comienza este país a expandirse económicamente por el mundo, pero lo hace en claves muy distintas a como lo hicieron las potencias centrales capitalistas a través de la conquista, la colonización, el imperialismo y la neo-colonización. China, por el contrario, está tejiendo toda una maraña de intereses comunes y mutuo beneficio.
En el cómputo global, aunque las formaciones centrales han aceptado el determinante papel de China en la contrarresta del actual régimen de inestabilidad mundial, eso no quiere decir necesariamente que entremos en una nueva fase de acumulación centrada en China. Para empezar porque este país depende todavía del crecimiento (y del propio avance tecnológico) de los centros del Sistema Mundial (las corporaciones transnacionales daban cuenta de alrededor del 87% de las exportaciones chinas de alta tecnología a comienzos de 2006), sobre los que continúa bastante rezagada, y no olvidemos que nunca una economía tecnológicamente menos desarrollada ha sustituido como hegemón a otra más desarrollada en ese sentido.
Además, una acumulación china basada en su propio mercado doméstico requeriría de drásticos cambios en su estructura productiva, lo que entraría en contradicción no sólo con sus actuales tasas de crecimiento sino probablemente con el propio crecimiento mundial, pues una profunda transformación sociopolítica para construir una demanda doméstica compensatoria del decline de las economías centrales, arrojaría serias dudas sobre si permitiría crecer al país lo suficiente para estimular una recuperación mundial dentro de los parámetros del capitalismo, es decir, sustituyendo a EE.UU. como el gran comprador del mundo e invirtiendo el actual partenariado chino-norteamericano (lo que quiere decir que China se tendría que hacer, entonces, necesariamente, el principal deudor del mundo, con el lastre que ello le acarrearía).
Pronto alimentaría, además, la tendencia a reproducir aceleradamente el proceso de sobreacumulación. De hecho, quizás el problema económico más grave que enfrenta este gigante hoy mismo sea su altísima tasa de inversión (que pasó del 43,8% del PIB en 2007 al 48,3% en 2011), en un contexto de desaceleración económica mundial (el ‘stock’ de capital fijo en este país se incrementó al vertiginoso ritmo del 11,8% por año entre 1995 y 2001, mientras que la tasa de crecimiento de empleo bajó de 2,4 a 1,2% en el mismo periodo). Lo que conlleva un enorme peligro de sobreacumulación de capitales y sobreproducción de mercancías.
Está por ver, además, si con el megaproyecto de la Ruta de Seda, impulsado a fuerza de deuda, se logre una reactivación de la acumulación de capital en la economía real.
En resumidas cuentas, lo más probable es que China sólo pueda tener futuro como “potencia” (que es tanto como decir como sociedad, porque si no logra fortalecerse será muy probablemente despedazada) fuera del capitalismo, lo que implica comenzar a construir relaciones sociales de producción socialistas a escala internacional. Las luchas de clase internas en esta formación social tienen que ver precisamente con eso, y con los diferentes intereses de sus élites al respecto. El resultado de las mismas será decisivo no sólo para la propia China, sino para el decurso de la humanidad.
Pero si China es también el único Estado emergente con proyecto geoestratégico propio, hay una reciente y cada vez más posible excepción: la de Rusia, que conserva amplificado el poder militar de la URSS y cuenta con la vastedad de su territorio y fuentes energéticas, y que tras el fallido intento de aproximación a Europa, está buscando un nuevo rumbo como potencia (a pesar del permanente acoso político-militar a que es sometida en sus diversas zonas de influencia directa por EE.UU.).
La derrota en la Guerra Fría dejó desvalidas a las poblaciones del conjunto de territorios que componían la URSS, incluida Rusia. La ONU calcula en más de 10 millones las muertes prematuras y los niños muertos en el pre-parto debido al deterioro de la sanidad pública, la malnutrición, el alcoholismo y la tensión asociada a la falta de recursos. Un rápido deterioro se experimentó en diferentes indicadores de desarrollo humano: educación, salud, esperanza de vida, investigación y cultura, áreas en las que la URSS había alcanzado cotas muy altas. La riqueza que había sido creada casi de la nada por el esfuerzo conjunto de toda la población soviética8, fue parcelada en unos pocos años y acaparada por individuos que se convirtieron en oligarcas enormemente ricos de la noche a la mañana, y de la que también de una u otra forma se beneficiaron las transnacionales extranjeras y el propio FMI. Entre 1992 y 1998 el PIB ruso cayó a la mitad, lo que no había ocurrido ni durante la invasión nazi9.
Fruto de esas circunstancias, Rusia arrastra en su interior formas de capitalismo salvaje y de desprotección de la fuerza de trabajo que el capital global reserva para sus zonas periféricas; pero gracias a sus enormes recursos energéticos y a haber conservado los avances técnicos de la URSS en campos clave, como el militar y hasta cierto punto la investigación científica, ha podido recuperarse como formación social emergente e incluso convertirse en un referente mundial de la re-soberanización, la desglobalización y el multilateralismo. Estas condiciones le han permitido comenzar a intervenir con éxito en algunos lugares donde EE.UU. y su brazo armado global, la OTAN, había irrumpido para destruir, y muy especialmente en Siria.
Al igual que China, Rusia enfrenta fuertes luchas internas de sus élites, pero aquí sin la garantía y consistencia de un partido comunista hegemónico detrás. En esa pugna será decisivo conseguir en lo inmediato algún tipo de “capitalismo de Estado” para que pueda Rusia tener posibilidades de futuro ya no sólo como “potencia”, sino como sociedad10. A medio plazo, muy probablemente sólo le vaya quedando también emprender una vía postcapitalista. ¿Uniéndose a China en ese proceso?: aquí radica una de las claves más decisivas del enorme desafío que está en juego para la humanidad.
PARTE II
3. EE.UU.: la guerra como política y como mecanismo privilegiado de crecimiento agónico
Ante la mera posibilidad de un nuevo entramado mundial productivo-energético que, paradójicamente, podría prolongar la propia vida del capitalismo, la territorialidad política del hegemón en declive opone una tenaz resistencia. EE.UU. no parece dispuesto a dejarse relevar sin destruir. Su peligrosidad es mayor si tenemos en cuenta que su zona de seguridad energética (y la de sus subordinados imperiales) está precisamente en Asia Centro-Occidental. Allí está en estos momentos el nudo gordiano entre sus intereses y los del “cinturón” de conexión mundial chino (“Un Cinturón, una Ruta”).
La capacidad de destrucción de EE.UU. es varias veces planetaria. Tiene alrededor de un cuarto de millón de efectivos del Ejército, la Marina y las Fuerzas Aéreas, en el 70% de los países del mundo, con más de 450 bases militares extraterritoriales11. Con más de 600.000 millones de $ de presupuesto militar declarado, ha llegado a sumar casi tanto como el gasto militar de todo el resto del mundo junto.
Es por eso que a la “zona de estabilidad” multipolar chino-rusa (que sus respectivos mandatarios llaman de “estabilidad estratégica”), EE.UU. (y sus aliados) le ha opuesto desde el principio una política de caos y desestabilización. Ha sido EE.UU. quien bajo la llamada«guerra contra el terrorismo» ha arruinado países y destrozado sociedades enteras desde hace más de dos décadas: Afganistán, Somalia, Irak, Libia, Siria… Además, esa especial guerra perdura y se extiende hoy por más de 60 países, principalmente a través de operaciones secretas y ya se ha cebado en la propia Europa a través de la destrucción de Yugoslavia12. De hecho, se ha convertido en la forma en que la principal potencia tiende a implantar su particular visión de un «dominio total» («Full-spectrum dominance», como fue definido en el clave informe del Pentágono titulado Joint Vision 2020). Es su estrategia para devastar territorios, hacerlos ingobernables, agujeros negros de caos, sin autoridad central, y así sabotear la zona de estabilidad chino-rusa, poniendo socavones en la autopista de la seda. Destrucción y barbarización social13 es lo que queda de los lugares donde interviene militarmente EE.UU., sea sólo o acompañado por la OTAN.
En esa estrategia del hegemón tiene mucho que decir la paramilitarización de la guerra y la interposición de redes terroristas globales creadas ad hoc, “guerras de 4ª generación” en las que la construcción de mentiras y el control de las conciencias, la provocación de estados de ánimo masivos, el previo bombardeo mediático contra el enemigo a batir, los levantamientos de población teledirigidos y el control de masas, los golpes de efecto, atentados y golpes judiciales y de Estado, se combinan de forma mortífera. Ese tipo de guerra se desarrolla en cualquier medio, desde los campos abiertos de batalla, a las calles de cualquier ciudad, desde los bombardeos celestes, a las arenas del desierto, desde las trincheras convencionales a las salas de baile, una cafetería, un vagón de metro o la cabina de un avión. Bolsas y monedas, alimentos y operaciones financieras, todo forma parte de la guerra total. Su objetivo, la destrucción de territorios, la promoción bélica del desorden, la conversión de países en ruinas. El planeta entero forma parte de esa guerra.
Pero para impedir que China se pudiera alzar como nuevo hegemón, EE.UU. tiene primero que quebrar a Rusia. Desde la Revolución Soviética esta formación social no ha dejado de estar asediada militarmente y sometida a cruentas sanciones y bloqueos. EE.UU. no se contenta con haber deshecho a la URSS, desde su caída pretende también desmembrar Rusia y arrebatarla su poderío energético-militar. Lo ha intentado por diferentes puntos de lo que fuera la Unión Soviética, entre otros Chechenia, Georgia –que está lista para entrar en la OTAN y ser desestabilizada de nuevo-, Osetia, Azerbaiyán, y finalmente Ucrania14 (ahora parece que aprieta también a Moldavia en la Europa del Este), y ha empujado a la OTAN hasta sus mismas fronteras, acosándola también por el Báltico y el Mar Negro.
Del antiguo Bloque Socialista o Segundo Mundo hoy integran la OTAN: Croacia, Bulgaria, República Checa, Hungría, Rumania, Polonia, Albania, Montenegro, Eslovenia, Eslovaquia, Estonia, Lituania y Letonia.
Entre los planes estadounidenses está igualmente la infiltración en territorios rusos del terrorismo en su versión “islamista” (como ha hecho ya en algunas repúblicas exsoviéticas). Todo eso además de haber invadido militarmente a los antiguos aliados de la URSS en Asia centro-occidental y África del norte.
Especialmente, y como pasos previos y necesarios en esa ofensiva contra Rusia (y detrás de ella, contra China y su Ruta), EE.UU. perpetra agresiones continuas contra Irán y Siria. Ahora con peligro inmediato de nuevo de traspasar todas las barreras en el primer caso, pues Irán es uno de los puntos nodales donde se juega el destino de los Ejes y sus proyectos para el mundo.
También en África tiene USA desplegadas tropas propias o mercenarias, que bajo la bandera de la defensa de la paz o la lucha contra el terrorismo, son parte de una desestabilización planificada del continente (con infiltración terrorista incluida)15.
No pensemos que por ello descuida la presión militar a la propia China. Además de la desestabilización continental que provoca en su entorno, hoy la rodea por el Pacífico y por el propio mar de Malaca. Sin embargo, hasta ahora toda su secuencia de intervenciones en Asia no han deparado a los EE.UU. ninguna ventaja para su supremacía. Antes al contrario, su destrucción de Irak no ha hecho sino aumentar la importancia de Irán en la región, no consiguen nada positivo en el caos que provocaron en Afganistán más allá de hacer un agujero estratégico en la Ruta de la Seda, y han sido frenados en seco por Rusia en Siria. Por eso ocasionaron tanta controversia las declaraciones de su presidente Trump cuando anunció que retiraría a sus tropas de esa zona de Asia.
Aunque no sea así, hay una clara tendencia de repliegue forzado de EE.UU., que le está obligando poco a poco a encastillarse en su propio continente y a hacer del mismo su bastión (USA y su hinterland no dejan de ser una isla muy lejos del “Centro del Mundo”, es decir, Eurasia, donde se dirimen sobre el terreno las batallas por los recursos y las geoestratégicas; lo cual le resulta cada vez más costoso). Por eso también emprende una poderosa contraofensiva en toda América, con una cadena de golpes de Estado y agresiones económicas y de bloqueo al conjunto de países que habían emprendido vías de reforma social y de cierta voluntad de constitución de una autonomía regional.
Especialmente virulentos han sido los ataques contra Venezuela, pero también contra Nicaragua y de nuevo contra Cuba. Esa contraofensiva ha tenido también a Brasil como objetivo especial, para apartarle de los BRICS. Además, se ha hecho adherirse a la OTAN a un campeón olímpico en la violación sistemática de derechos humanos, con asesinatos masivos y permanentes a su propia población, como es Colombia. Circunstancia que disparará el riesgo de que Sudamérica se convierta en un nuevo escenario bélico. Mientras la OTAN -o ejércitos bajo su dirección- se podrá encargar en adelante del orden externo, las fuerzas militares son cada vez más llamadas a mantener el orden interno de los países, como en los casos de Brasil, Paraguay y Argentina, ejemplos todos ellos de la contra-ofensiva golpista del Imperio frente a las aproximaciones de Unidad de la que fuera llamada “Nuestra América” por Martí y otros libertadores16.
Una particular modalidad de guerra que practica EE.UU. es la de la sanción económica contra países (que también obliga a los demás a seguir). Hoy agrede así nada menos que a:
- Bielorrusia,
- Burundi,
- Corea del Norte,
- Cuba,
- Irán,
- Libia,
- Nicaragua,
- República Centroafricana,
- República Democrática del Congo,
- Rusia,
- Siria,
- Sudán,
- Venezuela
- y Zimbabwe;
entidades soberanas a las hay que agregar las Repúblicas Populares de la región de Donbass (en Ucrania), el Hezbollah libanés y los huthis (en Yemen), entre otras.
Estas acciones constituyen actos de guerra condenados por la ONU, que causan indescriptibles sufrimientos y mortandad en las poblaciones afectadas, a menudo más que los ataques militares, pero pasan mucho más desapercibidas. Sólo son visibles para las poblaciones centrales del sistema sus efectos en forma de crecientes migraciones masivas (batiéndose ya el récord de refugiados en el mundo), que lejos de sensibilizar sobre sus causas, desatan un círculo vicioso de mayor apoyo a las opciones de fuerza de las clases dominantes, incluida la represión de las propias migraciones, provocadas precisamente por aquellas políticas. Los grandes flujos migratorios se contemplan también como una opción estratégica para desestabilizar terceros países e incluso suscitar cambios de gobierno alineados con el Eje del Caos.
Las políticas de guerra económica contradicen además el “libre mercado”, pues EE.UU. se reserva a sí mismo el derecho de aplicarlas a su antojo, arbitrariamente. Y es que el “libre mercado” sólo les sirve a los poderosos cuando son ellos los que ganan a los demás porque no tienen competencia17. Por eso hoy EE.UU. ha emprendido el camino del proteccionismo y una guerra económica contra su principal adversario en esta primera mitad del siglo XXI: China. Las veredas de esta geoeconomía pueden desembocar en el intento de implantación de un nuevo telón de acero por parte de EE.UU. contra el gigante asiático18.
Ya previamente USA había hecho abortar la Ronda de Doha tocando de gravedad a la propia OMC (que está prácticamente desaparecida). En general, la incapacidad de lograr la globalización unilateral absoluta mediante el avasallamiento consensual, debido a la profundización de la crisis estructural, la agravación de las crisis sociales y el surgimiento de las potencias emergentes, ha llevado recientemente a la metamorfosis final de todo el imperialismo incapaz hasta ahora de acomodarse a su inevitable decadencia. Una nueva Guerra Fría contra Rusia y una severa Guerra Económica contra China son sus inmediatas respuestas, que ponen al mundo en un inminente y gravísimo peligro.
4. La descomposición del mundo que salió de la postguerra mundial. El fin del largo siglo XX.
La globalización unilateral implosiona, y con ella todo el entramado socio-político-institucional que conocimos desde la Segunda Postguerra Mundial y el fin de la Guerra Fría. El largo siglo XX llega a su fin, aunque pueda hacerlo de la manera más dramática. Con ello, las instituciones heredadas de ese período son cada vez más ninguneadas o descartadas.
Sólo desde 2017 hasta aquí EE.UU. ya ha desmontado diferentes pactos o espera romperlos. El 1 de junio de 2017, anunció la retirada de su país del acuerdo climático de París, firmado en 2016. El 23 de enero de 2017 se retiró del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés); un pacto suscrito en febrero de 2016 por 12 países que, juntos, representan el 40 % de la economía mundial y casi un tercio de todo el flujo del comercio internacional. USA también se ha salido del Pacto Mundial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre Migración y Refugiados, así como de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Además ha modificado a su antojo el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN), un acuerdo comercial entre este país, Canadá y México. Y aun así, amenaza constantemente a México con imponer aranceles a sus exportaciones, presionándolo para acentuar la represión migratoria19.
En 1994, el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, firmó un acuerdo con Corea del Norte para desmantelar el programa nuclear de este país asiático. Casi una década más tarde, al cambiar el mandato, el presidente George W. Bush, calificó a Pyongyang de eje de mal y preparó el terreno para romper el acuerdo. También asistimos en los últimos meses a la profundización del desconocimiento y hasta el repudio de las decisiones de Naciones Unidas (y del Consejo de Seguridad) que constituyen la legalidad internacional.
En un proceso lento pero seguro de desconstrucción del derecho internacional y de la propia ONU, EE.UU. reconoció a Jerusalén como capital de Israel (otro país que se jacta de saltarse a la torera cualquier resolución de la ONU). Seguidamente, anunció que se retiraba del Plan Integral de Acción Conjunta firmado con Irán, así como también del Tratado sobre armas nucleares con Rusia. Además, el pasado 26 de marzo, Estados Unidos reconoció la “soberanía” de Israel sobre el Golán ocupado, lo cual equivale a aceptar la adquisición de territorios mediante la guerra. Por si fuera poco, todo indica que últimamente no se detiene ni ante la violación de embajadas, como la norcoreana en Madrid o la de Venezuela en Washington.
Se trata, en suma, de un trabajo de demolición sistemática de las instituciones internacionales, del sistema de relaciones y compromisos multilaterales (e incluso de los sacrosantos y ancestrales principios de inviolabilidad diplomática). Con ello, el mundo que salió de la Guerra Fría llega a su fin. Muere definitivamente el largo siglo XX, y con él muchas de sus certezas. La excepcionalidad de Israel, la alianza energético-militar de EE.UU. y Arabia Saudita, la singularidad de Corea del Norte, la subordinación continental de Europa y América Latina a EE.UU., pueden estar viendo el principio de su fin, al menos bajo la forma en que se han manifestado hasta hoy. Por el contrario, la apertura de los mares del Pacífico en torno a China, el surgimiento de una nueva África interconectada y con voz conjunta, y el nacimiento de nuevas instituciones económicas y políticas internacionales, van cobrando cuerpo o cuanto menos, mayor posibilidad. De momento, y en el curso de la transición, China intenta sostener las instituciones globales, incluso ocupando los vacíos que va dejando EE.UU.
A todo ello, se enfrenta el hegemón en decadencia, que en su desesperación, da muestras de estar empeñado en soltar coletazos contra todo y contra todos. Las luchas literalmente “a muerte” entre las facciones de poder estadounidense ponen al mundo en un riesgo sumamente grave, como posiblemente no ha conocido hasta ahora. La facción guerrerista unipolar (que en contra de lo que las opiniones públicas creen, está encarnada sobre todo por la facción demócrata), busca el enfrentamiento militar (antes de que EE.UU. se convierta en una potencia mediana) y no dará cuartel. Por ahora, la impunidad y desprecio de EEUU e Israel han dañado (quizás irremediablemente) la credibilidad de la ONU y demás instituciones globales. No parece imposible que pronto estalle una grave crisis en torno a la disfunción del Consejo de Seguridad y que se plantee la disyuntiva de que sufra la suerte de la Sociedad de Naciones.
En todo caso, el sabotaje de lo que resta de mecanismos globales de “gobernanza” implica asimismo una redefinición de la OTAN: ¿aceptarán la UE, Japón, Canadá y Australia que la OTAN pase a ser el principal instrumento para que EEUU, Israel y Arabia Saudita sigan actuando con total impunidad y en contra de sus intereses? ¿O por el contrario pueden presionar para que la solución bélica en Asia Occidental sea una en la que todos puedan ganar algo?
Entramos, en definitiva, en una nueva era de inestabilidad, incertidumbre y riesgo sistémico, de destrucción de sociedades y franco peligro para todo el hábitat planetario, de desmoronamiento económico del capitalismo y consiguiente derrumbe de todo su orden mundial. El también inminente fin de la era neoliberal viene acompañado de la total decadencia del sistema político que la precedió: la democracia liberal.
PARTE III
5. El desgarro de la UE
La decadencia de la UE ya es un claro testimonio del declive democrático liberal, pues se concibió para puentear los parlamentos y las instituciones locales, sustrayendo las decisiones e intereses del Gran Capital a las luchas de clase a escala estatal que forjaron las distintas expresiones nacionales de la correlación de fuerzas entre el Capital y el Trabajo.
Si la “Europa socialdemócrata” fue la mayor manifestación del reformismo capitalista cuando éste todavía impulsaba con vigor el desarrollo de las fuerzas productivas, hoy la Unión Europea es el primer experimento de ingeniería social a escala regional o supraestatal en favor de la institucionalidad de las estructuras financieras de dominación. Supone en sí un cuidadoso plan de desregulación social de los mercados de trabajo (lo que significa la paulatina destrucción de los derechos y conquistas laborales) y de las condiciones de ciudadanía, que se dota de todo un conjunto de disposiciones y requisitos para hacerse irreformable.
Se trata también de una construcción supraestatal destinada a mantener relaciones de desequilibrio entre sus partes, un sistema deficitario-superavitario diseñado para trasvasar riqueza colectiva de unos Estados (la mayoría) a unos pocos (sobre todo Alemania y su “hinterland” centroeuropeo), especialmente mediante el mecanismo de la moneda única. Constituye el mayor ejemplo mundial de institucionalización del neoliberalismo a escala de un continente entero.
El proyecto de lanzar la Gran Alemania a través de la UE tuvo como primer objetivo posibilitar la reestructuración productiva germana con miras a la exportación. En las últimas décadas la vieja industria alemana se reconvirtió, renovando su perfil hasta hacerse una “arrolladora máquina de generar excedentes” (las ventas externas pasaron del 20% del PIB en 1990 al 47% en 2009).
Pero ese proceso fue acompañado de una dinámica de financiarización de la economía alemana. Con la irrupción neoliberal, la desregulada estructura financiera mundial proporcionó a su clase capitalista la posibilidad de conseguir crédito fuera de la economía productiva. Esas masas de capitales “liberados” de los ciclos manufactureros locales quedaban listas para invertirse en los mercados financieros, donde se pueden hacer ingentes beneficios sin producir la menor riqueza, y eran destinadas fundamentalmente a:
- Prestar a la Banca de las formaciones periféricas europeas (la Europa del Sur), a fin de generar un ciclo de demanda de los productos alemanes. Cuando, en plena crisis, los Bancos privados tuvieron que satisfacer la deuda alemana y no pudieron, fueron los Estados (es decir, el conjunto de la población) los que la asumieron (“socialización de pérdidas”).
- Invertir especulativamente en el sector inmobiliario de ciertas de esas formaciones y también en el de EE.UU., contribuyendo a provocar sus enormes burbujas.
- Invertir en la Europa del Este para la apropiación por desposesión y la explotación de una fuerza de trabajo que se había depreciado substancialmente con la terapia de “shock” que previamente habían aplicado en esas formaciones estatales la UE y el FMI. Esto serviría también para lanzar un ataque feroz contra la fuerza de trabajo alemana para extender su precarización (Alemania es la única formación de la OCDE en la que los salarios reales cayeron ininterrumpidamente entre 2000 y 2007).
Además, para competir con Asia oriental y especialmente con China, la Gran Alemania y la clase capitalista europea utilizan a la UE como herramienta para rebajar las condiciones laborales y salariales de la fuerza de trabajo en Europa.
No olvidemos que el macro-Estado (la UE, en el caso europeo) es una de las expresiones rectoras del capitalismo oligopólico de ámbito global en el que estamos inmersos (que tiene que recurrir a esas estructuras intermedias ante su incapacidad para conseguir un Estado mundial). Es la vía que el Capital transnacionalizado tiene hoy de destruir las conquistas que el Trabajo logró en el ámbito del Estado, que ha sido el elemento rector-coordinador de la acumulación capitalista hasta ahora. Eso pasa por un sistemático debilitamiento de las capacidades de regulación social expresadas a través del Estado, para debilitar todas las opciones democráticas que las poblaciones pudieran conseguir para defenderse. La des-substanciación de las instituciones de representación popular está garantizada desde el momento en que las decisiones parlamentarias estatales quedan subordinadas a los marcos dictatoriales dados por la UE sobre inflación, déficit presupuestario, deuda pública o tipos de interés, por ejemplo. A través de ellos desarrolla todo un abanico de intervenciones contra las posibilidades de soberanía de los países y sobre todo de las poblaciones.
Así por ejemplo en Grecia el primer préstamo y su consiguiente Memorandum supuso la renuncia firmada a la soberanía del país heleno. El Derecho según el cual fueron redactados los acuerdos relativos a la deuda fue el de Gran Bretaña. No se preocuparon ni de disimularlo, pues fueron redactados en inglés. El Parlamento griego los tuvo que aprobar sin debate previo, también en inglés. La jurisdicción exclusiva para la aplicación de los acuerdos recae sobre los tribunales del Gran Ducado de Luxemburgo. Los representantes de la Troika tienen un despacho en los nuevos ministerios, para asegurarse de que ninguna decisión política en ese Estado se toma sin la autorización previa de los acreedores. Las empresas extranjeras, sobre todo alemanas, se apropian del conjunto del país: puertos, aeropuertos, telecomunicaciones, electricidad, ferrocarriles, correos…todo está en venta. Todo está comprado. Hay territorios del Estado que han sido declarados Zonas Especiales Económicas, susceptibles quién sabe, de ser desmembradas del resto.
Hasta hace no mucho tiempo si una potencia extranjera pretendía el conjunto de la riqueza de otro país tenía que invadirlo militarmente. Hoy ya no hace falta. El capitalismo de rapiña financiero y la complicidad de las élites locales (que eso sí, se dicen “nacionalistas” y algunas incluso “de izquierdas”) se bastan. La subordinación del Derecho nacional al “derecho internacional” a imagen estadounidense sirve también para frenar cualquier intervención social en favor de las grandes mayorías. En el Reino de España, lo estamos viendo, el Gobierno está utilizando al Constitucional para ilegalizar los procesos soberanistas. Recientemente, además, ese tribunal ha paralizado medidas del Parlamento catalán contra la pobreza energética y contra los abusos hipotecarios. Los ejemplos a escala europea se multiplican.
El actual capitalismo degenerativo necesita el poder judicial fuera de la influencia y de la elección directa de los ciudadanos, para blindar en lo posible la forma neoliberal de acumulación a través del saqueo. Lejos de ser instrumento contra las corrupciones del poder ejecutivo, ese poder se convierte demasiado a menudo en ariete de las clases dominantes contra el legislativo cuando éste intenta cambios que afecten la estructura de ese saqueo. Y por supuesto es una muralla imponente contra las luchas y transformaciones sociales (incluida a menudo la propia protección de las mujeres ante la violencia machista). En definitiva, una vía para hacer de la más mínima democratización y participación de la política algo inoperante20.
En el caso de Europa, también, la moneda única, el euro, es una eficaz forma de sustraer el valor del dinero a la lucha de clases. Un potentísimo disciplinador de la fuerza de trabajo. Dispositivo sin igual para (ante la imposibilidad de realizar devaluaciones competitivas, de moneda), establecer devaluaciones internas: reducción del salario directo, indirecto (servicios sociales) y diferido (pensiones). También para ajustar a favor del Capital los mercados laborales.
En la UE, la delegación de soberanía política sucede a la monetaria. Los Estados, impotentes para realizar políticas monetarias y fiscales propias, se excusan mutuamente por verse obligados a seguir lo que dicta Bruselas. Las instituciones europeas están concebidas para estar a salvo de posibles cambios desde abajo. Lo que se vote en cada país vale tanto como que usted y yo le pidamos a la OTAN que deje de bombardear a la gente.
Por eso, hoy, ser europeísta, en contra de lo que proclaman los medios del Capital y las izquierdas integradas, pasa necesariamente por estar contra la UE y romper con su ariete en su guerra de clase: el euro. Ser europeísta, suponiendo que eso tenga algún sentido no exclusivo frente a otros pueblos, pasaría por construir una auténtica “unión europea”, frente a la UE que es en realidad la unión de las oligarquías de los distintos países europeos contra sus poblaciones. Eso pasa necesariamente por la desarticulación de los intereses de las clases dominantes a escala de cada Estado y por romper con las disposiciones y marcos normativos de la institucionalidad de la UE, y muy especialmente sus mecanismos de acreencia y “estabilidad” (en realidad, ajuste o agresión social).
Pero las izquierdas integradas devenidas izquierdas del sistema, con el eurocomunismo tardío en declive de acompañante estelar, siguen obcecadas en rescatar a la UE realmente existente (léase, reformarla). No importa el descuartizamiento social que realice en casa, ni las intervenciones militares, golpes de Estado y bombardeos de países que lleven a cabo sus miembros (Yugoeslavia, Libia, Ucrania, Siria…), sembrando de desposeídos, muertos y refugiados el mundo, a los que luego abandona a su suerte, dejándoles morir sin más en el Mediterráneo, por ejemplo (y persiguiendo a quien intenta salvarles).
Sólo las expresiones más recalcitrantes del Capital (las ultraderechas), han abierto el campo del antieuropeísmo, por lo cual tienen crecientes posibilidades de volver a ganar la partida populista a las izquierdas integradas.
Romper con el euro no es ni fácil ni indoloro. Lleva costes económicos e impactos sociales muy altos, y generará un tremendo “shock” humano. No se puede engañar sobre ello. Pero seguir en el euro conlleva a corto término la catástrofe. Sin embargo, hoy se abriría un nuevo escenario de posibilidad para unas hipotéticas fuerzas sociales capaces de concebir la Política en grande, mediante la incidencia en todos los ámbitos del metabolismo capitalista. En estos momentos la UE se encuentra seriamente tensionada internamente (el euro y la falta de mecanismos de compensación fiscales y de hacienda están destrozando a los países deficitarios, entre los que comienza a encontrarse la propia Francia), al tiempo que enfrenta una muy difícil redefinición de sus relaciones con EE.UU. por las nuevas sanciones de Washington contra Irán y las medidas contra China y Rusia, que desatarán potenciales guerras y crisis económicas, financieras y monetarias muy perjudiciales para los intereses europeos (los cuales EE.UU. ha despreciado manifiestamente).
Europa pierde peso en el mundo a pasos agigantados, pero su posición geoestratégica y geoeconómica todavía le permiten ser un actor clave en el equilibrio de fuerzas mundial. Hacia dónde se incline podrá decidir la balanza de fuerzas final. Por el momento y aceleradamente, los planes de EE.UU. pasan por enfrentarla a Rusia y que Europa vuelva a ser el campo de batalla mundial, lejos de las costas norteamericanas. Los Estados sin soberanía que componen la UE, se ven supeditados a lo que decida Alemania en adelante. La clase capitalista de este país se encuentra desgarrada entre sus compromisos de seguridad (militar, económica y de inversiones) con el Eje Anglosajón o Eje del Caos, y los intereses reales que la llevan a estrechar lazos con el mundo asiático emergente. El despliegue militar de EE.UU. en Europa oriental (poniendo ahora nuevo énfasis en Polonia) y la guerra económica contra Rusia, van destinados a disuadir a la clase capitalista alemana de escoger la segunda opción: para EE.UU. el giro de Europa hacia el Este sería sin duda el detonante de su fase de implosión.
Por ahora, el perjuicio económico para el conjunto de la UE es ya evidente. Ésta no saldrá de su crisis económico-política (por no hablar de sus atolladeros energéticos) mientras no establezca buenas relaciones con Rusia, como un país también europeo que más que amenazar puede contribuir a su seguridad energética y militar (especialmente, teniendo en cuenta que en estos momentos Rusia parece tener superioridad militar sobre la OTAN21, lo que en caso de conflicto bélico dejaría a Europa en una situación muy comprometida, por lo que ésta en realidad no tiene más alternativa a corto plazo que entenderse con Rusia). Por eso, el “aliado” norteamericano que empobrece y pone de nuevo en un riesgo atroz a Europa, puede empezar a desvelarse cada vez más para las propias poblaciones europeas como un “amigo” peligroso.
¿Es por ello que la UE ha comenzado a desplazar al dólar por el euro en sus compraventas con Rusia? ¿Es por ello que Europa en su conjunto puede haber empezado una desdolarización de su economía y que Alemania, Francia y Gran Bretaña han anunciado un mecanismo especial para negociar por fuera del Sistema SWIFT del dólar, denominado Instrumento de Soporte de Intercambio Comercial (INSTEX por sus siglas en inglés)? ¿Es por ello que distintos países europeos están comenzando a emitir parte de su deuda pública en yuanes?22.
Hay ya señales de cambio incluso en algunos de los países más subalternos, como Italia (no así en España, cuya subordinación a USA sigue, nunca mejor dicho, “a prueba de bombas”), que ha comprendido la importancia de su localización geográfica para la Ruta de la Seda en Europa. También Austria y algunos de los países del Este empiezan a mirar con más interés a Rusia. La propia Gran Bretaña no ha dudado en dejar ver su disponibilidad para aprovechar las ventajas que China pueda traer al continente (¿se deshace el Eje Anglosajón?).
En suma, de Europa depende que la emergencia de Asia sea en realidad la de Eurasia.
Para las izquierdas europeas debería quedar patentemente claro que mientras EE.UU. funja como hegemón y continúe con sus políticas globales de muerte, destrucción, desposesión colectiva y, en suma, desarrollando la expresión más cruenta del “capitalismo salvaje”, no habrá posibilidades de construir nada nuevo.
En medio de todo el marasmo mundial ocasionado por ese país, hay hoy dos formaciones estatales que han comenzado a dar los pasos para la recuperación de su soberanía y el emprendimiento de otras relaciones mundiales. China (con el apoyo de Rusia)23 muestra un camino posible de salida del capitalismo, a pesar de que sea incierto, lleno de dificultades y contradicciones, sujeto, a fin de cuentas, a las luchas de clase internas que se desarrollan y se desarrollarán en el futuro inmediato en su seno. Pero con todas esas dudas es, hoy por hoy, el único camino con alguna factibilidad o verosimilitud de abrir algún futuro mínimamente aceptable para la humanidad y darle alguna posibilidad a las sociedades e incluso al ecosistema planetario.
6. Europa: hábitat de las izquierdas integradas. Podemos e IU en el Reino de España
Pero la mayor parte de las izquierdas europeas, integradas plenamente en el metabolismo del capital, están todavía ampliamente ajenas a todo ello. Hagamos un breve repaso histórico para entenderlo.
En marzo de 1977, en su encuentro en Madrid para la legalización del PCE, Santiago Carrillo, Georges Marchais y Enrico Berlinguer (secretarios generales de los partidos comunistas español, francés e italiano, respectivamente) dieron carta de constitución a lo que venía siendo un hecho consumado: el eurocomunismo. Con este término-concepto querían indicar la independencia de los PC respecto de la URSS y la aceptación de la vía “democrático-parlamentaria” para competir por el poder institucional (es decir, el poder con minúsculas). También lo que ellos pensaban que era una ruptura con el leninismo: el descarte de la insurrección revolucionaria.
Sin embargo, lo que realmente entrañaba aquel proceso era una ruptura con Marx: a partir de ese momento no se trataba ya de llevar a cabo la “lucha de clases” con el fin de abolir la explotación humana y la opresión. Se descartaba la meta de superar el capitalismo o se la desplazaba a un tiempo indefinido en el largo futuro. Se daba, en suma, carta de recibo y legitimidad a la integración en el orden del capital que unas y otras izquierdas, como crecientes partes de las propias poblaciones, habían ido experimentando con el “Bienestar” del Estado keynesiano que comenzó a erigirse tras la Segunda Gran Guerra. En adelante se trataba de aprovechar las oportunidades que el sistema brindaba para mejorar las propias posiciones electorales. Con ello se daba prioridad también a la política pequeña, con minúsculas (la que se agota en los ámbitos institucionales).
Se rompía, además, con la milenaria tradición republicano-democrática, que siempre abogó por la igualdad como base de la democracia, y la soberanía económica (sin depender de tener que trabajar para otros) como elemento imprescindible de la libertad y la autonomía.
En lo sucesivo, la mayor parte de los PC europeos aceptaban el Estado Social capitalista como una muestra inobjetable de las posibilidades del reformismo, que se apresuraban a abrazar contra los pecados del “comunismo leninista”. Las libertades, la democracia, el consumo permanente y masivo, los derechos humanos, que eran supuestamente intrínsecos a ese Estado Social, se asumían también como compatibles con la explotación del ser humano por el ser humano, con la extracción de plusvalía y la dictadura de la tasa de ganancia, con el poder no democrático de las transnacionales, con la división sexual del trabajo y con la depredación del hábitat24.
Los cambios experimentados en la estructura de clases, ese nuevo “capitalismo de Estado” (con sus vías fuertes de integración de la población a través de la seguridad social) y el programado descrédito del Bloque Soviético en la población europea occidental habían ido preparando el terreno, a su vez, contra las “viejas” formaciones partidistas o más en general, contra las “viejas” formas de organizarse y hacer política.
Frente al obrerismo propio del capitalismo industrial-fordista, se abrió paso el movimientismo ciudadano como rechazo a ello y como forma predominante de contestación social en el capitalismo de consumo keynesiano. Recuperada de las aún más viejas luchas del pre o proto-proletariado europeo, esta forma de intervención social se expandió pronto por las formaciones centrales del sistema en su conjunto. Las reivindicaciones se habían hecho parciales, los campos de conflicto e intervención dejaron atrás lo universal para irse haciendo, por lo general, cada vez más reducidos, más sectoriales, más locales. Los logros, por tanto, también menguaron. Y unas y otros quedaban convenientemente dentro del sistema, un sistema que supuestamente lo admitía todo y era capaz de reformarse a sí mismo, con la ayuda de la ciudadanía, indefinidamente, hasta poder llegar a conseguirse a través de él cotas cada vez más altas de justicia e igualdad. Las sociedades europeas habían interiorizado la identificación del capitalismo con “bienestar”, con “democracia” y con “crecimiento”.
Pero la descomposición de los Grandes Sujetos (clases, movimiento obrero, organizaciones de masas, naciones…) que habían ido surgiendo del capitalismo “pre-democrático” de la Primera y Segunda Revolución Industriales, se extremó con el capitalismo “post-democrático” propio del nuevo modelo de crecimiento neoliberal-financiarizado. Según se fue agotando la dinámica del valor y la consecución de una aceptable tasa media de ganancia, las vías de “integración” de la población se fueron haciendo también más “blandas”, ya no a través de la seguridad social, sino del consumo a crédito y del endeudamiento masivo, de la (pretendida) revalorización financiera de los bienes inmuebles (una suerte de keynesianismo de precio de activos) que, además de “democratizar” la especulación para más capas sociales, hacía seguir manteniendo la ficción del consumo y de “clase media” de la población trabajadora, ayudada aquella ficción también inestimablemente por la entrada masiva de productos chinos ultra-baratos.
Así hasta que llegó la debacle de este modelo de crecimiento. Todos los palos de su sombrajo empezaron a caerse: crédito, deuda, solvencia, consumo, empleo, vivienda… El destrozo de la “seguridad” social ha traído una vuelta acelerada al mundo de las inseguridades: inseguridad de empleo y por tanto de vivienda, inseguridad de acceso al consumo, al crédito y a los bienes… Inseguridad del presente y todavía más del futuro.
El capitalismo empezaba a mostrar, de nuevo, sus colmillos también en el “mundo desarrollado”. Y hora que su profunda y muy probablemente irreversible crisis se está llevando por medio las condiciones que posibilitaron el Estado Social, y está poniendo en un brete la legitimidad de este modelo de crecimiento neoliberal-financiarizado (que no todavía la del capitalismo en sí mismo), la primera víctima suya ha sido, no obstante, la propia izquierda integrada. El declive de la opción reformista en el capitalismo realmente existente, deja fuera de juego y sin razón histórica a las distintas versiones partidistas de la socialdemocracia y, en general, arrastra consigo a esas izquierdas bienpensantes, moderadas y racionales que a la postre asistieron impasibles a la trasmutación del sistema: de keynesiano a fridmaniano.
El fin del reformismo se llevó también, como no podía ser de otra forma, al eurocomunismo.Sin embargo, estas izquierdas integradas han realizado el (que pudiera ser) último intento de salvarse a sí mismas y salvando al menos un reformismo ‘light’. Su última pirueta: la populista.
7. Mutilando a Gramsci. La hegemonía débil.
Son muchos los militantes que en medio de la barbarie neoliberal propugnaban la necesidad de un “populismo de izquierdas” capaz de hacer frente a través de esquemas, consignas y convocatorias simples, a todo el aparataje ideológico-mediático-cultural capitalista que destrozaba las conciencias y empobrecía las vidas de una generación tras otra de “ciudadanos”.
Parecía increíble, pero al final se consiguió. Nació el populismo de izquierdas. Y pareció extenderse como un reguero por toda Europa. Así, entre los más famosos ejemplos, Die Linke, La France Insoumise, buena parte de lo que terminó siendo Syriza, y en el Reino de España, Podemos…
El proyecto de ingeniería social populista se repite por doquier. Ha pretendido construir una hegemonía débil, es decir, sin albergar un proyecto social y económico-productivo propio, ni presentar, por tanto, una alternativa sistémica en el campo ideológico. Se trata de una búsqueda de “hegemonía” para competir en la política pequeña, en la contienda electoral.
Los procesos populistas se diferencian de los populares, entre otros puntos, en que estos últimos son construidos desde los propios sujetos de emancipación y por tanto se co-implican con una mayor autonomía de los mismos. En los procesos populistas la heteronomía (o construcción externa a esos sujetos) es la nota dominante.
“Al aprovechar, controlar, limitar y, en el fondo, obstaculizar cualquier despliegue de participación, de conquista de espacios de ejercicio de autodeterminación, de conformación de poder popular o de contrapoderes desde abajo –u otras denominaciones que se prefieran– se estaría no sólo negando un elemento substancial de cualquier hipótesis emancipatoria sino además debilitando la posible continuidad de iniciativas de reformas –ni hablar de una radicalización en clave revolucionaria– en la medida en que se desperfilaría o sencillamente desaparecería de la escena un recurso político fundamental para la historia de las clases subalternas: la iniciativa desde abajo, la capacidad de organización, de movilización y de lucha.”25.
Y eso no puede ser de otra forma, pues “con un sujeto político que alberga intereses sociales no definidos que pueden llegar a ser contradictorios, no es posible poner en marcha un frente común con objetivos claros destinado a la movilización y la conquista popular de derechos. “Lo que cuadra con un espacio político populista es la indefinición, la ambigüedad del discurso y la reducción de los antagonismos de clase en su seno (…) Lo que se puede hacer con un sujeto político así es utilizarlo para el voto y desactivarlo como elemento autónomo de incidencia social.”26. “No es hora de luchar, es hora de votar”, proclamará el principal líder de Podemos en varios de sus mítines.
Bueno, se dirá, pero todo eso servirá para ganar las elecciones, el poder institucional, y a partir de allí empezar un “programa fuerte” de reformas.
Pues no, porque en realidad con ello se difunde un discurso donde el objetivo a enfrentar no es el sistema socio-económico capitalista, sino una entidad ontológica trans-clasista (los políticos, los banqueros, los administradores corruptos, etc., a quien se puede sintetizar con una sola designación, por ejemplo, la casta), cuya expulsión del sistema restablecerá los buenos principios haciendo que todo vuelva a funcionar. Esto es, en suma, lo malo no es el sistema ni las instituciones sobre las que se levanta, sino los sujetos que las ocupan, pervirtiéndolas. Esto se conoce en la teoría marxista como personificación de las cosas, (que se acompaña siempre de una cosificación de las relaciones de producción y de sostenimiento de la vida), elemento nodal del fetichismo de la sociedad capitalista.
Por eso la llamada a enfrentar esa “personificación” de las relaciones intrínsecas de explotación y opresión capitalistas hace que éstas se sustraigan a la atención pública, mantengan su invisibilidad. De ahí que esa llamada se exprese principalmente a través del electoralismo y se dirija a un sujeto también amorfo, indefinido. Multitudes o 99%, más allá de las clases, de la izquierda y la derecha, de la ideología y de la propia Política. Como si todo ese entramado de interpelaciones políticas heredadas no estuviera sujeto a las propias luchas, y no existiera por tanto la posibilidad de contender también en torno al peso social construido, sociológico, histórico y estructural que contienen esas “etiquetas”, sino que fueran meramente superables, por arte de birlibirloque, desde su mera nominación o no.
Así hemos podido ver cosas tan lamentables como la de Syriza, aceptando la demolición de Grecia, en contra de lo que decidió en referéndum su propia población (esto prueba también la nula consideración democrática de las instituciones europeas y a la vez el hundimiento de las “izquierdas” que no se atreven a enfrentarlas); la integración de la “izquierda verde” en los gobiernos de brutal agresión social alemanes, o la lucha de los chalecos amarillos abandonada a sí misma por la “izquierda integrada” francesa, que prefiere “apoyarla” de lejos sin implicarse en encender Francia entera con aquellas luchas sociales.
Priorizar la intervención en lo institucional necesita no sólo canalizar las energías sociales hacia la micropolítica, sino succionar a los elementos más destacados de la movilización social, esto es, absorber cuadros, reclutar líderes, atraer personas organizadas. Y eso significa descabezar y desarticular movimientos27. Eso hicieron estos neopopulismos.
Todo esto en un momento histórico en que ya no se pueden aplicar programas socialdemócratas. La tasa de ganancia capitalista está seriamente obstruida en las formaciones centrales, con tendencia a decaer también en las periféricas emergentes en un plazo relativamente breve. Cuando eso ocurra el sistema entrará en modo colapso, el cual puede ser más o menos duradero, pero letal para el conjunto de la humanidad (más cuanto más dure la agonía del sistema). Por ahora lo que estamos viendo es que si decae seriamente la masa de ganancia no hay ni inversión productiva ni por tanto productividad, ni en consecuencia aumento de la “riqueza social” cuantitativa. Y sin ello el sistema no redistribuye, no hay posibilidad de mantener el “compromiso de clases”, mientras que el propio empleo y las condiciones de vida se resienten gravemente28.
El resultado de estas tendencias es irónico. Cuanto más nuestras izquierdas integradas pugnan por ser más y más respetables dentro del sistema y por reformarlo desde las instituciones prometiéndonos que es posible volver atrás, al keynesianismo, el sistema nos aboca cada vez más a una dinámica de todo o nada, en la que la clase capitalista se apropia de todo lo colectivo y extrae ganancia del conjunto de actividades que las personas realizan para sostener la vida en común, con lo que las sociedades van destruyéndose a pasos rápidos.
Todo ello es consecuencia de esa aséptica ingeniería social que tiende a hacer creer a las gentes que instituciones y poderes sistémicos son “democráticos” y dejarán llevar a cabo las grandes transformaciones sin presentar batalla. Basta con votar y salir a la calle con globos y silbatos, o bien será suficiente con conseguir “microespacios” del común, más allá de la política.
El creciente vuelco de las tendencias idealistas actuales bien hacia el ámbito “pre-político” o bien al “post-político”, ensalzando el espontaneísmo, el movimientismo y el democratismo29, tienden a centrar toda su confianza en el contagio para que el conjunto de la población se vaya sumando a las corrientes de cambio (descartándose casi siempre la transformación radical). El movimiento pasa a ocupar el primer plano de los objetivos (propio de la propuesta bersteniana de que “el movimiento lo es todo”), dado que aparentemente por sí sólo resolverá los problemas humanos, sin mediaciones ni transiciones, como si el “homo solidaris” surgiera espontáneamente del marasmo individualista y alienante que provocan las dinámicas del capital.
Estas concepciones, tanto las políticas como sobre todo las apolíticas, postulan cierta autonomía preestablecida de las relaciones humanas, cierta disposición originaria inhibida del sujeto social, de modo que para alcanzar la emancipación sólo hace falta cambiar o en su caso despojarse de las instituciones que, roussoneanamente, estropean la bondad natural, esto es, el “comunismo” espontáneo de las masas.
Es la misma suerte de ingenuidad suicida o ingenuismo funcional al capital que lleva a pensar que se pueden conseguir unas relaciones internacionales de igualdad, un mundo de justicia, un compromiso con el hábitat planetario, unos logros de desarrollo humano… sin construir fuerzas sociales organizadas y capaces de defenderse, despreciando la estrategia, apelando sólo a la voluntad, a las ganas de hacer, a los movimientos, a la democracia. Lo mismo que pensar que el capital nos permitirá hacer transformaciones radicales, ‘desbordamientos masivos’ sin contar con los medios de socialización, formación y comunicación que tienen hoy los Estados, y sin tener nada con lo que defenderte de sus guerras sociales y militares… (las sociedades catalana y vasca, por ejemplo, han aprendido bien lo que significa enfrentarse a un Estado desprovistas de esas fuerzas).
¿Acaso los agentes del gran capital global tienen que demostrar más veces que no se detienen ni se detendrán ante nada, que están dispuestos a masacrar sociedades enteras o incluso a buena parte de la Humanidad? ¿Las destrucciones de Irak, Libia, Siria, Venezuela, Yugoeslavia… no nos enseñan nada?
Cada vez que la correlación de fuerzas le empezó a ser desfavorable, cada vez que las masas sociales han conseguido algún avance significativo de cara a dar la vuelta al orden de las cosas, el Capital como clase global ha respondido con toda su furia y crueldad, con sus versiones más brutales y sanguinarias:
- comenzando por los termidores o el “terror blanco” para acabar con las revoluciones (la Francesa, 1848, Haití, Comuna de París…),
- le siguieron levantamientos militares, golpes de Estado y exterminio político de quienes emprendieron proyectos de transformación (República española, Grecia, Indonesia, Paraguay, Chile, Argentina, Brasil, Uruguay, Guatemala, República Dominicana, El Salvador…),
- la guerra total y sin descanso a las experiencias exitosas que se asentaron (URSS, Vietnam…),
- contrarrevoluciones asesinas a aquéllas que recién se instalaban (Nicaragua sandinista, Angola, Mozambique…),
- el asedio y el bloqueo económico permanente a las que no tiene facilidad de atacar militarmente (Cuba, Venezuela, Corea…)30,
- y unas u otras formas de fascismo descarnado cuando las sociedades, a través de sus movimientos y organizaciones sociales y políticas, consiguieron una fuerza significativa (Alemania, Italia…),
- también el fascismo confesional apenas disfrazado de religión de Estado (Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes, Bahreim…).
En todas ellas se da el asesinato sistemático de las poblaciones que protestan, que se organizan (México y Colombia han venido siendo ejemplos paradigmáticos de ello). Cualquier experiencia de transformación histórica, como la soviética o la cubana, no han conocido ni un solo día, ni un solo minuto de respiro; han sido asediadas militar, económica, política, cultural, ideológicamente, desde el primer instante, sin tregua. Como hoy Venezuela. No importan los millones de muertos y de pérdidas sociales que eso cause.
Es decir, siempre que ha hecho falta, el Capital ha mostrado su expresión más monstruosa, ha desplegado todo su poder de sabotaje social y de aniquilación humana. Dejando bien claro que cualquier proyecto social “bonito” está obligado a construirse en condiciones aberrantes, infernales.
Las mismas condiciones que después han hecho que las mentes puras y las “izquierdas divinas” les den la espalda. Y aquí hay que distinguir muy claramente entre criticar procesos de lucha y transformación, y oponerse a ellos, que es al final de cuentas quedarse en el mismo lado de la trinchera que el Capital. Y es que la colonización de las conciencias pasa incluso por la construcción de desiderata en su expresión sine qua non, los cuales llevan a despreciar crecientemente las experiencias de transformación de lo dado, porque no se ajustan con lo que “debería ser”. Ese ilusionismo de levantar mundos mejores sólo con ideas, acciones siempre puras y buenos deseos, deja a las poblaciones desprotegidas material e ideológicamente. Más aún cuando su desprecio afecta a la misma posibilidad de alcanzar la hegemonía.
El populismo que lleva a la “hegemonía débil” parece la clave para ganarse sectores de todos los bandos, pero a la postre lo que consigue es perder el apoyo y el seguimiento de los decaídos movimientos sociales, de la parte más concienciada y luchadora de la sociedad, cuando se alcanza el nivel institucional y apenas puede cambiarse algo. Pierden también la propia posibilidad de apoyo popular amplio, cuando las medidas económicas, político-jurídicas y represivas del Capital comienzan a golpear más. Porque lo que olvidan o no quieren mostrar los “populismos de izquierda”, es que el Poder del capital no está contenido en las instituciones, sino que las desborda ampliamente extendiéndose por todo su metabolismo (en la esfera productiva, en el moldeamiento de la propia sociedad, infraestructuras, dispositivos jurídicos, administrativos, de conciencia, de cosmovisión, en la construcción de determinados tipos de individuos, en la esfera de la circulación y reproducción social, en el mercado, en la monetarización de todas las actividades humanas, en la división social y sexual del trabajo, etc., etc.). De ahí la necesidad de la Política en grande, que llegue a lo institucional sólo después de haber dado la batalla en el metabolismo social. Sólo así, como resultado de un gran sumatorio de fuerzas, se podrán ganar también verdaderamente las instituciones. Pues no hay separación real entre lo político y lo social.
Porque la hegemonía no es una opción que nos parezca más o menos adecuada cuando se enfrenta a los enemigos de clase, despiadados y certeros: es una necesidad. Y en una sociedad de clases fuertemente dividida,ésta no radica solamente en la suma de mayorías y pactos, ni aún menos se trata de ver quién es más ingenioso para lograr sumas de adeptos, sinoque consiste en ser capaz de articular fuerzas, concitar diferentes sectores de clase en torno a un proyecto o un modo de entender y construir el mundo, y eso a la postre tienen muchas más posibilidades de hacerlo los sujetos que tienen una incidencia-proyecto holístico, que salen de, y enfrentan, los antagonismos fundamentales del sistema(y dentro de ellos, por supuesto, la clase capitalista, que de dominante ha sabido hacerse hegemónica en buena parte del mundo); no por ninguna cuestión ontológica, sino porque ahí radican las claves de las que dependen las condiciones de vida de las grandes mayorías. La hegemonía para la emancipación (o contra-hegemonía) es tan necesaria para la calidad de vida de las clases subalternas como el aire que respiran, paso imprescindible para lograr emprender cualquier proyecto emancipatorio31.
Ningún movimiento, ninguna organización social o política ha podido ni podrá transformar la realidad sin tocar las bases estructurales e infraestructurales del sistema y al menos anular sus centros de mando. Los plazos para lograrlo pasan por los tiempos largos o muy largos de formación de la conciencia colectiva (elemento altamente inestable, por otra parte). Los plazos que la barbarie capitalista nos deja son, en cambio, extremadamente cortos.
Se trata cada vez más de una perentoria cuestión de supervivencia, por lo que es imprescindible levantar proyectos claros, con objetivos a corto, medio y largo plazo coherentes entre sí, es decir, mediados por la estrategia. Necesario acertar en las alianzas y apoyos, saber con quién tenemos alguna oportunidad de avanzar y con quién ocurrirá todo lo contrario; lo que lleva a plantearse irremediablemente con qué fuerzas y cómo vamos a levantar mundos distintos en medio del caos.
Esto implica necesariamente también la realización de análisis científico-políticos rigurosos y acertados (más allá de las ilusiones que esparce el capital). No olvidemos que en términos sociales la verdadera verificación de la Teoría pasa por su capacidad de anticipar procesos y de ser efectiva en la resolución de los problemas de las grandes mayorías. Hoy apenas nos queda margen de error.
NOTAS
Tal infraestructura de Acumulación-Desposesión precisaba también de la erección de una nueva política monetaria internacional, anti-inflacionista y anti-deficitaria, para salvaguardar las acreencias de un capitalismo que se hacía crecientemente dependiente de Deudas (complementadas algo más tarde con el “dinero de magia” o inventado). ↩
“China, que había ocupado durante siglos o milenios una posición destacada en el desarrollo de la civilización humana, todavía en 1820 tenía un PIB que constituía el 32,4% del producto interior bruto mundial; en 1949, en el momento de su fundación, la República popular china es el país más pobre, o uno de los más pobres del mundo” (Domenico Losurdo, Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra. El Viejo Topo, Barcelona, 2008; pg. 328). Entre esos dos momentos históricos tenemos las guerras imperialistas contra China, conocidas como “guerras del opio” (1839-1842 y 1856-1860, como consecuencia de que China se negara a dejar circular “libremente” el opio por su país, siendo esta una de las principales mercancías del primer narco-imperio mundial: Inglaterra). En ellas todas las potencias militares del momento sumaron parcialmente sus fuerzas para reducir al milenario gigante asiático. Después, la revuelta de los Taiping (1851-1864) contra el comercio del opio, se convierte en “la guerra civil más sangrienta de la historia mundial”, estimada en alrededor de veinte y treinta millones de muertos (Domenico Losurdo, Contrahistoria del liberalismo. El Viejo Topo. Barcelona, 2005).
Las potencias “occidentales”, más la Rusia zarista y Japón, se repartirían el control de un territorio indefenso y maniatado. La gran hambruna de China del norte (1877-1878) mata a más de 9 millones de personas. Esas hambrunas, como las de India y tantos otros países, fueron la consecuencia directa de la colonización europea (véase Mike Davis, Los holocaustos de la era victoriana tardía. Universitat de València. València, 2006). El siglo XX despierta con el “levantamiento de los bóxer” (1899-1901) contra el control extranjero de la economía china. Su represión deja al país sumido en la impotencia. A principios del siglo XX el Estado está prácticamente destruido. Entre 1911 y 1928 se desarrollan 130 conflictos entre unos 1.300 señores de la guerra; el bandidaje se extiende por todo el país y la disolución de los vínculos sociales se hace galopante. Las potencias tenían planeado repartirse el control del territorio en pequeños y manejables pedazos. Al llegar el año 1949 probablemente sólo Bangladesh era más pobre que China.
Tras la revolución socialista, el país es asediado y bloqueado: alimentos, medicamentos, recambios de la maquinaria agrícola, etc., son impedidos. “El Gran Salto adelante es un intento desesperado y catastrófico de afrontar el embargo” (D. Losurdo, Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra, pg. 333; embargo del que se jactarían miembros de la administración Kennedy, como Walt Rostow, diciendo que había retrasado el desarrollo de China en decenas de años), lo que en parte vale también para la “revolución cultural” al intentar quemar etapas de desarrollo a través de puro voluntarismo. Sin embargo, la singularidad de tener un Estado volcado en la soberanía nacional y cuyo principal interés no es apoyar la ganancia privada sino la calidad de vida de su propia población, lograría finalmente hacer remontar todos los indicadores económicos y sociales de China, cuyo único parangón se encuentra en las proezas realizadas por la Unión Soviética (ver más abajo, nota 8). Hoy, de la mano de una economía planificada, y a pesar de haberse visto forzado a la apertura económica para dar participación al capital extranjero, el Partido Comunista ha logrado conservar el poder de decisión final en cada renglón de la economía, con el objetivo de asegurar un mínimo de equilibrio social, pilar fundamental desde la revolución, para enfrentar el enorme desafío de elevar los niveles de vida, de garantizar un mínimo de calidad de la misma, a más de 1.300 millones de personas.
De más está decir que estas políticas reflejan culturas, experiencias políticas y maneras de ser y de organizarse muy antiguas. Así lo refleja el académico británico Peter Nolan, en un artículo sobre China en donde comienza diciendo que “las desastrosas consecuencias que vivió Rusia con la desaparición del PCUS y del bienestar social fue un factor que fortaleció la determinación de Pekín de resistir la presión externa e interna que le exigían cambiar hacia una democracia liberal de origen occidental” (“El PCCH y el ‘ancien régime’”, en https://lahistoriadeldiablog.wordpress.com/2019/06/02/peter-nolan-el-pcch-y-el-ancien-regime-descargar/ pg.1). ↩
Las decisiones que tome India sobre ese proyecto pueden frenarle o bien darle un impulso importante. De momento ese país está siendo utilizado por EE.UU. para buscar roces con China y entorpecer su zona de estabilidad. Sin embargo, el parcial fracaso del sector financiero indio y de su “desmonetarización”, las repetidas quiebras en cadena de negocios, la crisis del sector de la construcción, el enorme peso del cambio climático sobre su agricultura, la perspectiva de un éxodo rural de unos 600 millones de personas (GEAB, GlobalEuropeAnticipationBulletin, nº124), las crecientes e insoportables desigualdades y un sistema de castas todavía vigente, el domino de unas reducidas oligarquías sobre la economía de ese país que nuestros media se empeñan en llamar “la democracia más grande del mundo” (donde muere un niño cada 30 segundos por desnutrición, 200 millones de personas pasan hambre y se dan las mayores tasas de suicidio por deudas e inseguridad económica vital), no auguran un buen futuro a la India (que pronto superará a China en población) fuera de la zona de estabilidad, ni le permiten, en ningún caso, convertirse en una nueva economía “emergente” ↩
África, junto con Asia, puede empezar a romper los lazos con el necolonialismo norteamericano-europeo gracias a este macro-proyecto. La Unión Africana está dando sus primeros pasos orientados a este fin. La desvinculación del franco de algunos de sus países centrales, y el comienzo del establecimiento de su propia moneda común, marcan un principio necesario en ese camino ya iniciado. ↩
Así, la Organización para la Cooperación de Shanghái, en la que participan ya China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, India y Pakistán (y cuya presidencia le toca por turno ahora a Rusia). ↩
Así lo indica el Global Times: “The trade volume between China and Russia in 2018 reached $100 billion, the highest in history. The political, diplomatic, economic and military cooperation between China and Russia are consistent with the long-term interests of their people and the world. Additionally, the two countries are stepping up people-to-people exchanges, thus further narrowing the cultural gap. China-Russia relations and their cooperation mechanism are significant to both countries and regional stability and development. This new type of major country relations has been demonstrated under the framework of the BRI”, en http://www.globaltimes.cn/content/1153153.shtml. Xi y Putin han descrito su política común como de asociación y cooperación entre iguales, basada en el respeto mutuo y la prosperidad pacífica. ↩
A finales de diciembre de 2017 y al nivel de ministros de Relaciones Exteriores, se llevó a cabo el “diálogo Pakistán, Afganistán y China”, que además de buscar la paz para Afganistán bajo el lema “proceso de paz dirigido por Afganistán y propiedad de Afganistán”, abre vías para la incorporación de Afganistán y Pakistán en el proyecto de la “Ruta de la Seda”. Si esta iniciativa ruso-china se desarrolla según lo previsto, incorporando a Irán, Siria y otras formaciones sociales de Asia Central y Occidental, esta será, como hubiese dicho Brzeziński, la derrota final para la ambición de supremacía global de Washington, al quedar muy reducida su influencia en Asia. ↩
“La noción de una economía sin mercado – basada en la propiedad común de los medios de producción- era un aspecto central de la ideología del Partido Comunista en la Unión Soviética. Se puso en práctica durante el periodo del comunismo de guerra, entre 1918 y 1921, y gracias a ello se logró levantar un formidable baluarte industrial que veinte años más tarde detendría el avance nazi en Eurasia” (Peter Nolan, op.cit., pg.3). La guerra de exterminio que emprendió la Alemania nazi con el apoyo más o menos velado del conjunto de potencias “occidentales” contra la URSS, dejó más del 80% de sus infraestructuras arrasadas, la mitad de su industria aniquilada y alrededor de 28 millones de personas muertas (de las cuales sólo unas 8 o 9 millones eran militares).
A pesar de ello y del permanente asedio económico-político-militar y del aislamiento tecnológico por parte del mundo capitalista, la URSS se alzó de las cenizas incrementando rápidamente los niveles de vida de la población, combinándolos con muy altas cuotas de justicia social. La colectivización (que si bien fue emprendida con muchas dificultades, sufrimientos y errores, terminó posibilitando un desarrollo equilibrado de las vastísimas zonas rurales de la URSS, con calidad de vida y alto apoyo de sus poblaciones), la industrialización del país, la construcción de un excelente sistema educativo y de formación, una nueva escuela y universidad populares, un sistema científico de nuevo cuño que nada tenía que ver con el capitalista, enormes logros en investigación cósmica y atómica, el desarrollo de unas fuerzas armadas capaces de defender esas conquistas de los todopoderosos enemigos externos… todo eso fue conseguido prácticamente de la nada y en el contexto de guerra (caliente o fría), acoso y exterminio en el que tuvo siempre que desenvolverse la URSS.
Aun así, todavía hoy una buena parte de las “izquierdas occidentales” prefieren renegar de esa experiencia, de ese monumental esfuerzo de ruptura con el capitalismo, por construir una sociedad y un mundo nuevos, porque no se ajustó a los parámetros “democráticos” asumidos. Los juegos de salón de democracia que practican esas “izquierdas” tienden a contemplar los procesos sociales como dados en un ambiente de laboratorio, en condiciones asépticas. Si los resultados no son los óptimos, esos procesos quedan descartados. Pero ni los procesos sociales ni la democracia son ajenos a las circunstancias históricas de las que parten y en las que se desenvuelven, ni a las correlaciones de fuerza que los posibilitan u obstruyen, y deben considerarse también en función de la satisfacción de necesidades populares, desarrollo social y avances humanos alcanzados dentro de esas circunstancias.
A diferencia de lo que impusieron las formaciones capitalistas centrales tras la Segunda Gran Guerra Interimperialista, no hay un conjunto de recetas invariables sobre democracia para cualquier situación, y cualquier vía democrática comienza por la satisfacción de las necesidades básicas de las poblaciones, en su conjunto, por la elevación de su calidad moral y desarrollo social. Ver sobre todo esto para la realidad de la URSS, Antonio Fernández y Serguei Kará-Murzá, La revolución de los “otros”. El imperialismo, octubre, los bolcheviques y la ética soviética. El Viejo Topo. Barcelona, 2018.También de Antonio Fernández, Octubre contra El Capital. El Viejo Topo, 2016. ↩
Es de gran interés consultar la obra de Batchikov, Glasev y Kará-Murzá, El libro Blanco de Rusia. Las reformas neoliberales (1991-2004). El Viejo Topo, 2007, para calibrar las vertiginosas y catastróficas consecuencias económicas y sociales de esa caída para Rusia, sin precedentes para un país en tiempos de paz. Ese fue el resultado de la derrota y de la consiguiente imposición del capitalismo en ese territorio (ver también al respecto Noemi Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Paidós. 2011, Barcelona). Para una visión en cierta forma coincidente, pero desde diferente perspectiva, Alexandr Zinoviev, La caída del imperio del mal. Edicions Bellaterra, 2000, Barcelona. La caída de la URSS significó, de paso, el golpe de gracia al “capitalismo social” en las formaciones centrales, así como el colapso del “capitalismo nacional” de las periféricas (la involución de todo el proceso de Bandung). Hay que recordar, en este último punto, que la URSS llegó en algún momento a gastar la mitad de su presupuesto en apoyo internacionalista, que permitió una relativa fortaleza y principios de soberanía en bastantes formaciones periféricas. ↩
Ver por ejemplo el análisis de Samir Amin al respecto, Rusia en la larga duración. El Viejo Topo, Barcelona, 2016. ↩
Rusia cuenta con 18 instalaciones militares fuera de su actual territorio, de las cuales 15 están en las antiguas repúblicas soviéticas, porque no se cerraron las que eran de la URSS, no porque se instalaran nuevas. China hoy por hoy tiene una sola base militar extrafronteriza, en Yibuti (aunque tiene un destacamento militar conjunto en Gwadar, Pakistán, y parece que una estación espacial militar en Argentina). ↩
Nunca las potencias centrales perdonaron a este país su soberanía, su proyecto social y de desarrollo autónomo. Tras la agresión, Yugoslavia tiene hoy todavía el sector industrial destruido, las cadenas económicas rotas, los puestos de trabajo perdidos, con una migración laboral masiva de jóvenes, la existencia a expensas de las inversiones extranjeras, la importación desaforada, años de crecimiento negativo del PIB y sueños poco realistas de volver al nivel de desarrollo económico de los años 80. A 20 años de los bombardeos, no hay datos oficiales exactos sobre los daños causados (pueden sobrepasar los 100.000 millones de $), pero las consecuencias indirectas de los bombardeos son mucho peores. La salud de los ciudadanos se ha visto socavada, se han producido daños irreparables al medioambiente y se ha dado una gran pérdida de su fuerza productiva (ver https://mundo.sputniknews.com/europa/201906081087552607-bombardeos-de-yugoslavia-la-destruccion-del-pais-a-escala-industrial/). En cuanto a los países citados antes, se podrían también escribir enciclopedias sobre la planificación de la destrucción de un país como Libia, por ejemplo, que tenía los mayores niveles de desarrollo humano de toda África, según la ONU, comparables a algunos países europeos, como Irlanda o Portugal. Su devastación y la vuelta de la esclavitud abierta en ese país, su control por sucursales del terrorismo global (dicho “islamista”), así como la expansión del mismo a otras zonas de África, está desatando una explosión migratoria en ese continente, que ya no cuenta con la sociedad estabilizadora del mismo (Libia fue un gran defensor de la Unidad Africana y de una moneda única africana) y tampón absorbente (y regulador) de sus flujos migratorios. ↩
Algunos han tildado a estos procesos de “desmodernización”, la cual apuntan que se ha cebado especialmente con las sociedades árabes más avanzadas y laicas, haciéndolas involucionar hacia formas de cerramiento social, quasi teocracia y confesionalismo excluyente. Así ha sucedido con Irak y se ha intentado con Siria, por ejemplo (de Somalia, Argelia y Egipto habría que hablar aparte, como con otras coordenadas, de Sudán, Burkina Faso o Nigeria, también por ejemplo). Así también se abortó el proceso de modernización de Afganistán y el de la propia Palestina. ↩
El 21 de noviembre de 1990, tras la caída de la URSS, los jefes de Estado europeos, incluida los de la URSS en disolución, más EE.UU. y Canadá, firmaron en el Palacio del Elíseo la Carta de París para la Nueva Europa, que debía ser algo así como la carta de defunción de la “Guerra Fría”. Entre otros puntos se acordaba que comenzaba un nuevo concepto de seguridad europea y que la seguridad de cada uno de los Estados estaba ‘inseparablemente vinculada’ con la de los demás. Además se hicieron promesas a la URSS de que a cambio de su disolución la OTAN no se expandiría en la Europa del Este y Ucrania sería una especie de “tierra de nadie” o colchón amortiguador entre Rusia y el resto de Europa. Pronto la Administración Clinton no sólo violó la promesa dada de que la OTAN “no se movería ni un milímetro hacia el este”, sino que dispuso toda una cortina de misiles en las mismas puertas de Rusia. Más tarde, en 2002, George W. Bush abandonó el Tratado ABM y creó bases de misiles en Alaska, California, Europa del Este, Japón y Corea del Sur. Finalmente, en 2014 la OTAN perpetró el golpe de Estado en Ucrania, para acentuar el asedio a Rusia y expulsarla de sus bases en el Mar Negro. EE.UU. y la OTAN nos trajeron así de nuevo en Europa a grupos nazis en el poder. ↩
Recientemente han salido a la luz 36 operaciones militares norteamericanas allí, aunque poco dicen de sus objetivos finales. Ver https://umoya.org/2019/06/09/salen-a-la-luz-las-36-operaciones-con-nombre-clave-del-ejercito-estadounidense-en-africa/ ↩
Como dice Martín Pulgar en Misión Verdad: “El contexto actual de los países de la región como la crisis política y económica en Venezuela, la migratoria en Centroamérica y México, la situación social de Haití, la profundización del tráfico de drogas en Colombia, entre otras situaciones, son demostraciones a los ojos de la elite gobernante estadounidense, de la imposibilidad de tener gobiernos estables y autosostenibles, generándose la necesidad de conformar una zona con soberanía limitada y controlada por los Estados Unidos” (http://misionverdad.com/OPINI%C3%B3N/almagro-guaido-pompeo-la-corrupcion-el-tutelaje-y-la-incapacidad-de-gobernar). Otros autores hablan del proyecto de Destrucción del Gran Caribe, como un nuevo agujero de barbarie por parte de EE.UU. (ver, por ejemplo, Thierry Meyssan, www.voltairenet.org/article204642.html). ↩
Ya la Inglaterra imperial no abrazó el “libre mercado” hasta que no logró destruir los telares y la proto-industria de sus principales competidores, Egipto y sobre todo India. ↩
Sin embargo, parece que la fortaleza y diplomacia de China no dejan ese camino fácil a EE.UU., como se ha mostrado en la última reunión del G20 en Osaka, donde es la potencia imperial la que ha vuelto a quedar aislada a los ojos del mundo. Primero parece que tiene que dar marcha atrás en ciertas facetas frontales de su guerra económica contra el gigante asiático. Después, en materia de cambio climático, los países reunidos han reafirmado la «irreversibilidad» de los Acuerdos de París y se han comprometido a la «plena implementación» de sus medidas nacionales contra el cambio climático, con la excepción de Estados Unidos. En la declaración final se añade un punto en el que EE.UU. «reitera su decisión de retirarse de los Acuerdos de París porque suponen una desventaja para los trabajadores y contribuyentes estadounidenses», y en la que, pese a ello, se reconoce a ese país como «líder» en protección medioambiental. Toda una nueva evidencia de debilidad. ↩
Bien es verdad que por ahora López Obrador, junto con los movimientos sociales mexicanos, está aprovechando la situación para intentar regular los flujos, establecer cierto orden migratorio y sustraer a la fuerza de trabajo migrante de las grandes mafias que operan en la región. ↩
La separación de poderes, y muy especialmente del poder judicial, fue fijada por la burguesía tras la Revolución Francesa, para prevenir nuevos intentos populares de ir más allá del orden dado de las cosas. Así por ejemplo, se establecieron permanentes intervenciones judiciales contra cualquier proyecto que desafiara la jerarquía social o tuviese pretensión de transformación de las relaciones constitutivas del capitalismo, nada más estrenado el siglo XIX. Gracias todo ello a un aparato judicial en parte heredado de la administración absolutista y en parte reclutado entre las élites, que en adelante ejercería de obstructor de las iniciativas sociales durante los auges de insurgencia populares. ↩
Ver sobre esto al analista ruso Andrei Martyanov, “Las nuevas armas rusas anticipan el término de la hegemonía militar estadounidense”, en https://kritica.info/las-implicaciones-estrategicas-de-los-nuevas-de-armas-rusas/ ↩
Ver en esta misma página del Observatorio Internacional de la Crisis, el artículo de Wim Dierckxsens y Walter Formento, “Geopolítica, Inteligencia Artificial y Poscapitalismo”. ↩
La estrecha alianza y colaboración chino-rusa es probablemente el hecho y factor geoestratégico de mayor relevancia en la actualidad, que marca la clave de un cambio de época, y quién sabe si civilizatorio. ↩
En general, desde que el eurocomunismo, del que viene IU como tantas formaciones de la izquierda europea, sentara las bases de una integración de las otrora fuerzas revolucionarias al sistema, convirtiéndolas en izquierda del sistema, esta izquierda fue tratada a partir de entonces como gente de orden, respetuosa y a respetar. Se instaló cómodamente en la minoría parlamentaria, sirviendo a menudo de muleta de apoyo a la versión “progre” del capital (el POSE) y a cambio recibió financiación bancaria y del Estado, cargos y representaciones que asentaron élites que se perpetuaban a sí mismas en las estructuras institucionales (algunas sin haber tenido un empleo jamás), tanto de los partidos o coaliciones como del Estado y de las propias entidades bancarias. De manera que ninguna de esas formaciones políticas creaba ningún problema serio al sistema mientas se dedicaban a pugnar por los votos necesarios para mantenerse en minoría institucional, con oscilaciones de subida y bajada en función de las posibilidades oportunistas del momento. ↩
Juan dal Maso y Fernando Rosso, “La hegemonía débil del ‘populismo’”, en Ideas de Izquierda, nº19, mayo de 2015. http://www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/la-hegemonia-debil-del-populismo/ ↩
Miguel Sanz,“La influencia de Laclau y Mouffe en Podemos: hegemonía sin revolución”, en Revista La Hiedra, junio-septiembre de 2015. http://lahiedra.info/la-influencia-de-laclau/ ↩
Podemos es, salvando las distancias de coyuntura, un mal remedo de lo que fueron el PSOE y el PCE combinados en la primera transición. El PSOE se encargó de canalizar el descontento, la movilización social hacia lo electoral, mientras que el PCE de Carrillo desactivó todas las bases de contestación social y envió a la sociedad organizada a su casa: a votar. El PSOE después absorbería la savia popular, llevándose para la Administración a los mejores cuadros, los líderes más valiosos. Con el poder institucional llegaron los fondos del Estado, los cargos, las direcciones…
Podemos ha estado dispuesto a emprender una nueva “transición” en la que aplacar la indignación social a cambio de conquistas electorales. La partida, una vez más, estaba amañada porque se jugaba en el tapete impuesto por los Poderes fuertes del capital: Constitución del 78, Monarquía, Ejército, Patronal, UE, OTAN (esta formación ni siquiera nos dijo “OTAN de entrada no”), deuda…
Por eso los programas que ha venido presentando Podemos no podían ser más que una muestra comercial a lo IKEA, donde se ponen personas por delante de ideas y donde nada que sea inconveniente para los poderes oligárquicos puede entrar en la lista de la “compra”: ni ruptura con la dirección extranjera de la política española (la UE y el euro, por ejemplo), ni siquiera denuncia del Plan de Estabilidad europeo que nos obliga a la austeridad presupuestaria y al pago de una deuda tan odiosa como impagable. Ni rechazo concluyente de la forma (monárquica) de Estado, ni plan contra la destrucción de los mercados laborales, ni política fuerte feminista, ni nacionalización de la gran Banca, de los recursos energéticos y las industrias de carácter estratégico, ni disposiciones irrevocables contra los desahucios y por el derecho irrenunciable a la vivienda, ni dignificación de la enseñanza o la sanidad, ni por supuesto, reforma agraria… y ahora incluso con la disposición de abandonar la reivindicación del derecho de autodeterminación, si a cambio de ello se puede participar en el gobierno. Formar gobierno con la propia “casta” que tanto se criticó, como si desde la debilidad electoral se fuera a ser capaz de modificar alguna correlación de fuerzas significativa, a tener alguna fuerza real frente a las organizaciones e instituciones del Capital. ↩
Podemos lo ha podido experimentar hoy mismo, al ver cómo las élites del capital (incluidas las “progres”) no están dispuestas a hacer ningún programa fuerte de reformas, sino sólo reformas superficiales, y concentrar los “avances” sociales en los ámbitos que no afectan en nada la reproducción del capital a través de la combinación de la explotación con cada vez más formas de saqueo social. En esta fase degenerativa, había desde el principio muchas posibilidades de que la crisis del Régimen del 78 se cerrara de forma autoritaria y reaccionaria. Muy posiblemente se modifique la ley electoral para hacer que quien tenga la mayoría simple forme gobierno sin más; es decir, está en proceso un nuevo cierre a la forma bipartidista de representación institucional (que EE.UU. ha difundido por el mundo entero). En eso estamos. ↩
“Democratismo” entraña 3 principios: 1. estamos en un medio democrático; 2. todo ha de hacerse respetando las claves democráticas que permite el sistema; 3. los poderes se dejarán transformar o incluso suprimir a través de procedimientos democráticos. ↩
EE.UU. invade países que no tienen suficientes defensas militares, bien por carecer de armas nucleares, bien por no contar con aliados que las tengan. El mensaje que el hegemón manda es bien claro: si no tienes suficientes armas defensivas serás exterminado. A menudo, como resultado de este conjunto de intervenciones, una vez que se han eliminado los sujetos políticos “discordantes”, se ha introducido el terror y se han impuesto los límites del terreno de juego, se permite luego votar a las poblaciones convenientemente subalternizadas entre las opciones prescritas. ↩
Estos puntos están desarrollados en Andrés Piqueras, Capitalismo mutante. Crisis y lucha social en un sistema en degeneración. Icaria. Barcelona, 2015. ↩