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¿Disparos «aislados» contra la embajada de Cuba en los Estados Unidos?

La noticia corre, sin causar asombro, aunque alarme. Los atentados —a veces con asesinatos incluidos— contra representaciones diplomáticas cubanas no han sido pocos. Todos han formado parte de la hostilidad de los gobernantes de los Estados Unidos —es decir: del imperialismo— contra la Revolución Cubana, que sacó de este suelo a los imperialistas y a sus alabarderos.

Ante el hecho de que el poder imperialista lleva seis décadas tratando de asfixiar a Cuba, de destruirla, de quitarle la vida, ¿qué significa que intente librarla —digamos así— de tener relaciones diplomáticas con él? En realidad, desde poco después de enero de 1959 hizo todo lo posible por dejarla sin nexos diplomáticos, y le asignó en eso a la mugrienta OEA un papel vergonzoso. ¿Alguien ignora qué significa esa organización que tempranamente el intelectual y político argentino Manuel Ugarte llamó Ministerio de Colonias? Claro está que sigue siéndolo.

Solo durante el breve, y falaz, hiato obamista la jefatura imperial se planteó «normalizar» sus relaciones diplomáticas con Cuba. Lo hizo a medias y para conseguir por ese camino lo que no había conseguido con la política, de abierta agresividad, que mucho daño le había hecho ya a Cuba, pero también aislaba a los Estados Unidos en la región, signada entonces por un pujante movimiento de gobiernos progresistas.

La actual administración imperial ha dado muestras de sus ansias de que las relaciones diplomáticas entre los dos países vuelvan al estado que tenían antes de aquel hiato. Ahora tal vez los voceros del imperio dictaminen que el tiroteo contra la Embajada de Cuba en Washington fue obra de un maniático, como han solido decir en los casos de magnicidios allí ocurridos, en los que el país parece tener —habría que hacer algunas cuentas para afirmarlo con mayor propiedad— todo un récord. Pero el tiroteo puede ser una mala, peligrosa señal irreductible a la voluntad delictiva de un individuo aislado.

Para lo que no hay que hacer ningún cálculo es para asegurar que Cuba mantendrá su firmeza, su aplomo y su coraje de siempre. No sucumbirá a provocaciones, ni cederá en sus principios. Tampoco olvidará —no habría que recordárselo, aunque algunas personas lo han hecho con la mejor fe—lo diabólicamente experto que es el imperio en manipular como pretextos para sus intereses y maniobras hechos que han podido ser accidentales o fabricados por el propio imperio. ¿Hará falta mencionar el hundimiento del Maine, el asalto a Pearl Harbor, la rara implosión de las Torres Gemelas, las disensiones internas en Serbia, las supuestas armas de exterminio masivo en poder del gobierno iraquí, los simulacros de uso de armas químicas en Siria…?

Salvo para quienes no quieran ver, o se empecinen en ser ciegos voluntarios, las entrañas del monstruo que denunció José Martí están cada vez más a la vista. Por pudor, quien escribe esta nota no insiste en recordar que el mal —¿casual, indolente, irresponsable, provocado con fines maltusianos?— manejo de la pandemia de covid-19 por parte del gobierno de los Estados Unidos, ha causado ya más muertes de ciudadanos de ese país que la heroica resistencia del pueblo de Vietnam contra la agresión de la arrogante, soberbia y genocida potencia. Por pudor no insiste en recordarlo el autor de esta nota, y por respeto al pueblo estadounidense, que es víctima de su sistema, incluso cuando es arrastrado por sus gobernantes a deplorable complicidad, a criminal sometimiento, a engaños terribles.

La Habana, 30 de abril de 2020.

 

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