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Institucionalidad dudosa: la nueva doctrina imperial

El tiempo del Hard Power, el poder duro que dirimió las relaciones norte-sur en nuestro hemisferio mediante golpes de Estado por la vía militar, desapariciones y torturas con rango de genocidio, parece haber tomado nuevos rumbos diferenciados, pero igualmente siniestros para Nuestra América. Siempre con la planificación de Washington y la arquitectura legal del Departamento de Estado y sus instrumentos internacionalizados. La OEA entre ellos.

Tras el ciclo progresista iniciado por Hugo Chávez en 1998, que lejos de parecer muerto, recobra nueva vida con el seguro triunfo de Alberto Fernández en Argentina y la cuarta victoria consecutiva de Evo Morales el domingo 20 de octubre, Estados Unidos comenzó a desplegar interesantes variantes intervencionistas para evitar lo que más teme: que las naciones de sur continental se independicen de su tutela e influencia. Ya hemos visto en qué consiste su planificado menú de opciones: guerra mediática y cultural, adoctrinamiento de jueces, fiscales, comunicadores y mandos policiales en cursos especiales dictados en el propio territorio estadounidense, y por supuesto, la logística necesaria para la guerra sucia democrática. Básicamente flujos de dinero y apoyo operacional para que sean ciertos segmentos de cada país los que ejecuten las maniobras desestabilizadoras requeridas en cada escenario. Lo hemos visto con las guarimbas venezolanas exigiendo la presidencia de un impostor como Juan Guaidó, o las manifestaciones de corto vuelo en Nicaragua buscando derribar a Daniel Ortega. El surrealista proceso a Dilma Rousseff que le costó una ilegítima destitución en un verdadero golpe de Estado institucional, o el proceso penal al ex presidente Lula se encuadran dentro de esos nuevos esquemas de dominio inteligente (o Smart Power), que combina métodos de fuerza y acciones falsamente democráticas malversando los propios mecanismos republicanos para alcanzar un mismo objetivo: abortar los avances soberanos en nuestra región.

Sin embargo, los desmanes económicos de una derecha desquiciada y ambiciosa hasta grados suicidas en términos políticos, ha dado por tierra toda esperanza de continuidad. Macri no tiene proyección alguna en un país devastado por sus políticas, mientras que en Chile Sebastián Piñera ha abierto una Caja de Pandora de salida incierta y catastrófica, por citar apenas dos países.

Es en este caldo de cultivo en donde la derecha simula avanzar pero con perspectivas nulas, y los pueblos se sacuden la pesadilla neoliberal impuesta con artimañas bien planificadas. En tal contexto, el proceso boliviano iniciado en 2006 y liderado por el presidente Evo Morales y los movimientos sociales que dieron forma a este Estado Plurinacional, ha sido fuente de inspiración y análisis en casi todo el mundo. No es de extrañar, por tanto, que Bolivia haya estado en la mira desestabilizadora de Washington desde los mismos inicios de su recorrido.

La indudable experiencia de los estrategas estadounidenses dictaba, no obstante, que Bolivia era un fruto difícil debido a ciertos escenarios complejos de abordar desde una perspectiva imperialista. Durante 13 años resultó casi imposible desestabilizar a un país en pleno crecimiento y con índices sociales y estructurales extraordinarios. Una nación inmersa en un círculo virtuoso de bienestar y derechos resulta un hueso duro de roer y un escenario sin las condiciones adecuadas para que la derecha pueda irrumpir.

Pero en estas últimas elecciones en donde el MAS-IPSP ganó en primera vuelta con márgenes menores de los anteriores, afloraron las coordenadas mínimas para que el plan desestabilizador largamente preparado y en suspenso, fuera puesto en marcha. En realidad podríamos decir que esa puesta en marcha comenzó con el Caso Zapata en 2016 y la posterior creación de la plataforma Bolivia dice NO. Pero es ahora, en este preciso momento poselectoral, en donde la CIA y sus alfiles internos comenzaron a movilizar a los segmentos sociales menos politizados, menos comprometidos con una Bolivia descolonial, y a sacarlos a la calle para defender una supuesta democracia que poco tiene que reivindicar. Defienden a un racista de opereta como Carlos de Mesa que es, en realidad, el desecho histórico de un pasado necrófilo que sumió al país en uno de sus momentos más bajos, sangrientos y corruptos. Las generaciones jóvenes manipuladas por los medios –los mismos medios que la libertad de prensa del MAS no censura– defienden una vuelta al pasado que casi no vivieron o ignoran. Salen hoy a la calle personas desclasadas que defienden un modelo supuestamente blanco, capitalista y democrático al uso estadounidense, sin comprender que pertenecen a una periferia degradada que el mundo rico mira con desprecio y que este proceso de cambio combatió con denuedo para dignificarla.

Pero como los mecanismos hegemónicos son poderosos, saben esperar y cuentan con recursos, a Bolivia parece haberle llegado la hora de medir sus fuerzas contra los enemigos ocultos de siempre y con Estados Unidos a la cabeza.

Un cúmulo de países satélites de la política exterior norteamericana reunidos en la Sesión permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA) deliberaron el pasado 22 de octubre para “evaluar la situación electoral boliviana”, dando a entender con ello que los comicios celebrados no han respetado los mecanismos habituales de transparencia. Huelga mencionar que los convocados en la OEA están proscritos de toda credibilidad. Principalmente su secretario general, Luis Almagro, muy preocupado por los derechos humanos en Venezuela mientras en Chile se aniquilan estudiantes y desaparecen mujeres a plena luz del día. O calla que Estados Unidos mantiene buques-prisión y cárceles clandestinas como Guantánamo para ejercer la tortura como política estatal declarada.

A últimas horas del día 24 de octubre, la Unión Europea –socio dócil de las políticas globales estadounidenses– declaró mediante un comunicado que instaba a Bolivia para que «resuelva la situación respetando la voluntad del pueblo, la credibilidad del proceso electoral y preservando la estabilidad social». Declaración a contramarcha de los veedores internacionales y del propio Parlamento Europeo, que certificaron la total transparencia del sufragio y del conteo de votos mediante mecanismos claros.

Luego de participar de la jornada electoral como observadores internacionales, dos eurodiputados ofrecieron una conferencia de prensa donde aseguraron que en algunos países los partidos políticos que pierden las elecciones democráticas se “están acostumbrando a hablar de fraude”. En su informe, los delegados europeos afirmaron que “La misión esperará a conocer el resultado definitivo anunciado por el Órgano Electoral Plurinacional, pero puede garantizar en base a lo observado que ha sido un proceso transparente, garantista, y en línea con los principios y recomendaciones internacionales”.

La pregunta del millón sería… ¿Por qué los guardianes de la democracia made in América no cuestionan a Honduras, trágicamente bañada en sangre tras el pavoroso y grotesco fraude en junio pasado de su presidente Juan Orlando Hernández? ¿Por qué la OEA no hizo declaraciones tras la falaz destitución de Dilma Rousseff en Brasil o no dice nada sobre los delitos de lesa humanidad en este Chile convulsionado por la brutalidad de Piñera?… La respuesta resulta muy sencilla: porque ellos son los amigos del Imperio.

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