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La mafia occidental no perdona. El lince

Es sabido que la mafia castiga con la muerte la salida del clan. África se ha rebelado contra Occidente, sobre todo con la apuesta por la desdolarización y la delegación de paz en el conflicto del país 404, antes conocido como Ucrania, y Occidente y sus «valores» han iniciado el castigo. Nadie se puede salir del redil, y mucho menos unas colonias que siempre han proporcionado los mejores esclavos. La mafia occidental no perdona.

A Sudáfrica se la ha amenazado ya abiertamente con sanciones económicas si accede a que Putin asista en persona a la cumbre de los BRICS de agosto, pese a que el gobierno sudafricano había otorgado inmunidad diplomática a los participantes en el mismo. Y aparecen los timoratos, como el vicepresidente del país, que le pide a Putin que no asista para no ser sancionados porque «no podemos correr riesgos financieros». Mal asunto para Sudáfrica, porque si queda bien con Occidente por miedo a las sanciones pierde todo su aura «antiimperialista» además de hacer un daño irreversible a los BRICS. Salvo que Putin a última hora decida echar una mano a Sudáfrica ausentándose, por aquello de «me debes una», la cosa está así en este momento.

La lucha de poder dentro del Congreso Nacional Africano está en su punto álgido entre el ala derecha y el ala izquierda. Tienen miedo y en vez de avanzar no tienen en cuenta que el vacío que pueda dejar Occidente es fácilmente reemplazable por los BRICS como tales y, sobre todo, por China y Rusia particularmente. Y ahí está la sexta columna, los pro-occidentales de siempre, calentando motores contra el gobierno.

Como en Kenia. Su presidente (que no lleva un año en el cargo) está siguiendo el camino de Gadafi con la desdolarización y una semana después de proponerlo comenzaron en el país las manifestaciones de la oposición pro-occidental, encabezada por el perdedor de las elecciones de hace menos de un año y quien dice ser «primo de Obama» (y parece que algo de esto hay, porque Obama le visitó una vez) y que se opone al «giro en política exterior» del gobierno. En las manifestaciones, supuestamente contra la corrupción y el aumento de impuestos, se grita «quien no salte es Ruto» (nombre del presidente del país). Hay que decir que Ruto ha heredado un país en ruinas y que está intentando salir del estrangulamiento diversificando las relaciones políticas y, sobre todo, impulsando la desdolarización y evitando el «encadenamiento al FMI» apostando por el Afreximbak.

También está Etiopía, que acaba de solicitar su membresía oficial a los BRICS (29 de junio). Una semana después, el 6 de julio, EEUU amenazó públicamente a Etiopía: «no nos quedaremos de brazos cruzados frente a los horrores en Tigré”. Después de un tiempo de silencio, EEUU revive el conflicto, y eso no es casualidad.

Tampoco falta lo esperpéntico, por supuesto. El Fondo Internacional para la Conservación de la Naturaleza ha hecho un llamamiento «para salvar la naturaleza de África de la influencia destructiva de los mercenarios rusos» (?). Que Occidente (léase en este caso Francia de forma preferente) saquee y confisque los recursos de países como Burkina Faso, Malí o la República Centroafricana no es relevante para esta peña. Ya estoy viendo a Greenpeace o a Greta Thunberg sumándose a esta denuncia y protestando.

Dado que voy a estar unos días fuera, voy a relajar un poco la cosa a la espera de ver cómo responde Rusia al enésimo traspaso de sus «líneas rojas» con el ataque al puente de Crimea. Las pruebas de la participación occidental son evidentes, como demuestra este gráfico del vuelo de aviones de la OTAN de un día antes. Y se produce, además, el mismo día en que expira el «acuerdo de granos» que no ha servido para que Rusia exporte ni una tonelada de fertilizante, algo que estaba en el acuerdo como reconoce la ONU en su intento para que se renueve. Lo más probable es que el ataque al puente se haya hecho utilizando como cobertura uno de esos barcos, aparentemente civiles, y que se haya hecho con los datos de estos vuelos.

 

Los rusos han prometido una y otra vez «ataques a los centros de decisiones», pero los han hecho con cuentagotas. Y veremos si cortan el acuerdo o vuelven a lo de siempre, a las «líneas rojas». Al final, el villano va a tener razón.

A lo que iba con lo de la relajación para estos días, si es que la cosa no escala más.

Comienzo con un funeral, que no es para festejar según la cultura occidental pero sí en otros países. Es el de Stella Chiweshe, pionera, feminista y luchadora de Zimbabue.

 

Causó un terremoto cuando se atrevió a tocar un instrumento que, hasta ella, solo tocaban los hombres, la mbira, un instrumento que tiene más de 1.300 años. Causo un terremoto cuando se enfrentó a la administración colonial británica porque reivindicaba «los sonidos ancestrales» y eso iba en contra de «los valores cristianos», por lo que Gran Bretaña, la potencia colonial, la persiguió y prohibió actuar. Pero lo hizo de noche, de forma clandestina por todo el país, y recuperó su cultura musical, su historia y añadió letras modernas a una música ancestral: hablaba de misterios, del patriarcado, del dominio colonial. No solo tuvo que pelear contra los colonizadores británicos (que pusieron al país el nombre de Rodesia), sino que más de una vez fue rechazada por las propias mujeres de Zimbabue por «romper los valores tradicionales» y por «equipararse a los hombres» al tocar la mbira.

 

Uno de sus temas, «Chachimurenga» («Es la hora de la revolución») rompió fronteras de todo tipo: políticas, sociales, culturales. Porque, sobre todo, es una llamada a las armas para derrotar al colonialismo.

Entró en un ámbito exclusivo de los hombres y terminó siendo su referente con canciones como esta. Su música se convirtió en «la sangre» de todos los luchadores de Zimbabue, Sudáfrica y Namibia. Lástima que gente como el tipo de Sudáfrica del que hablo antes esté olvidando sus raíces y su cultura tan arduamente labradas por personas como Stella Chiweshe. Seguro que la considera, en el mejor de los casos, una vieja pasada de moda en vez de una ambuya, una abuela firme y audaz que se sirvió de la música para difundir cuestiones relacionadas con la tradición, las mujeres y los problemas sociopolíticos y económicos del África negra.

Junto a ella, y de sur a norte de África, dos argelinas por aquello de que Argelia ha pedido tanto el ingreso en los BRICS como en la OCS y, por ahora, no está siendo amenazada por la mafia occidental porque Argelia tiene algo que es muy necesario: gas.

Una reivindicando su país cuando se está fuera y, sobre todo, a su ciudad. Es Mona Boutchebak y su «Fi qalbi Sekna« («Argelia en mi corazón todavía»).

Otra hablando de amores y desamores, pero con alegría (esta es una canción de desamor) y dando una clase magistral de cómo se toca el darbuka, el tambor emblema del Poniente (Magreb) y del Levante (Mashrek). Es Souad Massi y su «Tallit al bir» («Miro el pozo«).

Occidente nunca entenderá cosas como estas, aunque asista a conciertos de quienes aquí aparecen. Para los occidentales no deja de ser una curiosidad exótica más.

A disfrutar.

(Publicado en el blog del autor, el 17 de julio de 2023)

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