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ACERCA DE LOS TRAIDORES Y SUS OPUESTOS

LENIN MORENO Y LA ENTEGA DE JULIAN ASSANGE

La captura de Julian Assange dentro de la embajada ecuatoriana en Londres abrió nuevas instancias jurídicas en un mundo en plena descomposición legal. Y también alcanzó nuevas cotas de decadencia en la ética política latinoamericana.

Vivimos sin dudas momentos interesantes para la humanidad y también para América Latina, debido a un singular choque de fuerzas antagonistas que enriquecen amargamente esta coyuntura histórica. Son interesantes porque nuestro escenario latinoamericano es además pródigo en hombres y mujeres abyectos que hacen emerger con crudeza y sin maquillajes las formas esenciales, el pathos de una generación y de una sociedad. De un continente, incluso.

Hoy en América Latina tenemos la posibilidad de ver –y padecer– ese pathos que se despliega en las luchas que azotan a la región: una contienda por la verdad que los medios corporativos de desinformación obligan a presentar. Una lucha por la resistencia a nuevas formas de colonización cultural y económica, pero también militar. La pelea por evitar que triunfe un modelo imperialista que a pesar de su decadencia innegable, busca afanosamente aferrarse a sus últimas capacidades de dominación.

Todos estos combates conforman la esencia del momento histórico actual y hacen de estos años un punto de partida hacia un lado u otro del abismo. Y como no podía ser de otra manera, también emergen los actores que protagonizan o hacen visibles estas luchas. De ahí que en estos tiempos hayan proliferado los héroes y los infames. Los benefactores y los detractores de nuestras sociedades. En estas batallas a muerte que Nuestra América afronta aparecieron también los infaltables traidores de magnitud dantesca. Y decimos dantesca, precisamente, porque cuando Dante Alighieri escribió en el siglo XIV su inmortal Divina Comedia, reservó a los traidores el noveno círculo de sufrimiento, el infierno más profundo y cercano a Lucifer. El que más alejado de la gracia se hallaba y de cuyos helados confines nadie escapaba.

Si hablamos de perjuros dantescos en este contexto histórico latinoamericano, sin dudas nos acude a la mente un solo nombre, no por ser único, sino por ser el más representativo de pecado tan grande –dantesco– y de traición tan infame. El lugar que eligió ocupar el actual presidente de Ecuador, Lenin Moreno, no se borrará de la huella genética latinoamericana, ni de su historia, ni de su relato futuro en los siglos por venir. Lenin Moreno ha sabido condensar en su persona y en sus actos políticos, la quintaesencia del traidor a sus ideas, a su país y a su gente. A todo un proyecto humanista. Moreno será, por tanto, mencionado a partir de ahora y en adelante junto a los más abyectos del género humano. Será un homólogo de Judas, de aquel Marco Junio Bruto que asesinó a su protector, Julio César. Un traidor a su raza como La Malinche, que entregó a su pueblo para complacer a las rebuznantes huestes españolas de Hernán Cortés.

Llenas están las páginas de la historia humana de estos tenebrosos claudicantes que facilitan la muerte, el sufrimiento y la injusta decadencia de naciones enteras. Y como los traidores más profundos –y por tanto más terribles– hacen de su condición infame un ejercicio constante, también el presidente de Ecuador ha seguido demostrando su naturaleza traidora. Como si no le bastara haberle entregado a Washington y en bandeja de plata la brillante gesta construida en su país por la Revolución Ciudadana, tras diez años de conquistas sociales. Para contentar a sus señores del norte y haciendo gala de un servilismo que roza el grotesco, ahora también ha permitido que Julian Assange fuese detenido en la sede londinense de la propia Embajada de Ecuador. Entre los muros de la sede diplomática, el hacker australiano –nacionalizado ecuatoriano– recibía asilo desde 2012 para evitar una extradición a Estados Unidos.

El 11 de abril pasado, Lenin Moreno autorizó a que Scotland Yard entrase a la legación ecuatoriana y capturara a Julian Assange con la intención de sustanciar el postergado juicio por diversas causas espurias –creadas ad hoc–, cuya última intención es callar a este disidente del sistema que permite al mundo conocer las atrocidades de la Realpolitik internacional. Una tarea sin dudas revolucionaria y de hondo compromiso con la verdad, obtenida mediante el hackeo de documentos reservados o clasificados de enorme valor informativo sobre el criminal desempeño de empresas, políticos y gobiernos contra sus propios gobernados. Lenin Moreno permitió la detención conociendo además las terribles consecuencias para Assange: su posible tortura en Estados Unidos y finalmente su ejecución por los muy humanistas delitos de transparencia informativa.

No vamos a analizar aquí en profundidad el caso de Julian Assange o a su portal WikiLeaks.org, pues es un tema sobradamente conocido a nivel mundial y del que existe información accesible por doquier. Sin embargo y a pesar de esta abundancia informativa, las implicaciones éticas y políticas de lo que nos legó Assange aún no han sido clausuradas en el debate generalizado que produjeron. Un debate similar al suscitado por el empleado de la CIA, Edward Snowden, que en 2013 también dio a conocer las terribles prácticas del espionaje estadounidense a través de la NSA, y por ello debió huir a Rusia para evitar la cárcel y posible tortura en su propio país. Y mientras Inglaterra, con toda su rancia tradición y sus oropeles de viejo Imperio se dispone a entregar a Julian Assange a la justicia estadounidense, el mundo se prepara para señalarla definitivamente como una nación decadente e innoble que extraditará a quien luchó por la verdad, mientras que en 1998 le otorgó inmunidad a un genocida brutal como Augusto Pinochet y lo resguardó de los juicios de lesa humanidad que le esperaban en Chile. Ninguna pompa podrá maquillar jamás semejante y triste legado que deja la Gran Bretaña, hoy apenas convertida en un apéndice de sus primos estadounidenses que la usan de felpudo imperial.

El debate que hoy emerge nuevamente con el arresto de Assange deberá ser resuelto a partir de esta acción ordenada por Lenin Moreno, que infringe elementales derechos humanos como el derecho de asilo y al de su integridad física. Podemos valorar al australiano Assange como un personaje controversial, claroscuro si se quiere, pero sin dudas responsable de innegables acciones humanistas que han iniciado un proceso de renovación ética en esta sociedad global que ignora o destruye todo principio democrático en el derecho a la libre información. Actos como los de Assanage y luego Snowden –que siguió tan valioso ejemplo– resultan medulares en la defensa de una sociedad más justa, para que todos dejemos de ser víctimas de mentiras organizadas con fines estratégicos para beneficio de las minorías.

21 de abril de 2019

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