El sueño es pesadilla
Empiezo fuerte por si no queréis seguir leyendo: sigo viendo que todavía hay gentes que se dicen «progres» que siguen manteniendo la esperanza en ese zombi que es la Unión Europea, aunque critican el peso de Alemania. Es decir, siguen dormidos y soñando con «la construcción del sueño europeo». Pero el sueño es una pesadilla. Y no, no ha sido el coronavirus quien la ha provocado, sino que ha sido el golpe final.
No doy ningún beneficio de la duda a estos «progres», pero si quieren seriamente trabajar por una mejora de las condiciones de vida de la gente, vulgo pueblo, es decir, la inmensa mayoría social, hacia un camino de «progreso e igualdad» solo tienen que tomar nota de la miseria de la UE tras la última reunión de la que os hablaba en la entrega anterior.
La UE es -y repetirlo a estas alturas es casi un insulto- un proyecto de unión monetaria. Nada más. Nunca ha pretendido, ni de lejos, la solidaridad entre los pueblos ni la justicia social. Esto ha vuelto a quedar claro, una vez más. Pero ha tenido que ser un evento, digamos casual, el que ha tenido la virtud de exponer que el rey está desnudo incluso para los más escépticos sobre la bondad del proyecto europeo. Y cuando este evento, digamos casual, ha llevado a muchos países -sobre todo los mediterráneos- a enfrentar la emergencia sanitaria y económica con un tímido aumento del gasto público para salvar vidas y empleos, la UE ha mostrado su verdadera cara. O sus caras, porque cada vez es más evidente que ya hay tres UEs.
El resultado, vendido por los propagandistas habituales (y comprado por no pocos «progres») como un éxito, supone que es imposible financiar la emergencia de la manera aparentemente menos dañina para los países mediterráneos, los más afectados, y esa forma aparentemente menos dañina eran los coronabonos.
Voy a explicar un poco qué son. O qué eran. Gobiernos como el español, el italiano, el portugués e, incluso, hasta cierto punto el francés, insistieron en ellos como la herramienta útil para hacer frente a la pandemia. Más allá de ciertos matices entre uno u otro gobierno, los coronabonos no son otra cosa que un préstamo otorgado por la UE a los países miembros afectados por el COVID-19 y destinado a financiar los costos de salud necesarios para combatir la pandemia y «revivir la economía» después. Hasta aquí, parece que todo el mundo tendría que haber estado de acuerdo. Pero se proponía, y en esto fue Italia quien más insistió -no en vano es el país más afectado en contagiados y muertos en Europa- que el coronabono debería llevar añadido la derogación de la condicionalidad, es decir, no tendría que haber las condiciones clásicas (como en Grecia) de adoptar nuevas medidas de austeridad.
Y ahí es donde se pinchó en el hueso de la Europa nórdica o alemana.
Los coronabonos fueron casi casi bien vendidos por sus proponentes como el fetiche ilusiorio de «la Europa de los pueblos», unida y solidaria. Pero se dio de bruces con la realidad. Por si no queréis volver a leer lo que comentaba de las tres Europas, reitero que lo que se ha puesto de relieve es que hay una Europa dividida entre los países centrales, los nórdicos o la Europa alemana, que son quienes gobiernan las palancas de la economía, y el resto de países -divididos a su vez- sujetos a chantaje y convertidos en simples pagadores y financiadores de los nórdicos o Europa alemana.
Lo que se ha aprobado es una mínima parte de lo que se pretendía con los coronabonos y, sobre todo, que hay que devolver todo menos lo referente a la sanidad. Y aquí es donde está la trampa y el por qué muchos gobiernos, como el español, insisten en reiniciar las actividades económicas abriendo de nuevo las empresas. No es solo la presión empresarial para hacerlo, sino también el intentar pagar menos intereses por el dinero que «reviviría la economía» tras el coronavirus. Porque cuanto mayor sea el tiempo de la pandemia, mayor será el costo del préstamo.
Luego criticar al gobierno por reabrir las actividades no esenciales sin criticar la permanencia en la UE no es solo una muestra de ceguera sino de insensatez. Porque la UE es determinante, en esto y en otras actuaciones. Porque todos los gobiernos son simples peones de la plutocracia europea. La decisión del gobierno español de reabrir empresas no esenciales es la muestra más palpable de la derrora sufrida por los países mediterráneos porque no es el único que lo ha hecho.
El «sueño europeo» ha terminado, si es que alguna vez alguien lo tuvo. La respuesta que se ha dado es más de lo mismo y va a conducir a un mayor aumento del paro y a un empeoramiento de la situación social porque no hay respuesta popular que se vislumbre. Este sí es un logro de Unidas Podemos: desactivar y desarticular las luchas pese a su mantra de que es un partido «de lucha y gobierno».
Se han hecho malabarismos terminológicos para que parezca que lo acordado difiere de las prácticas habituales de la UE (con Grecia sobre todo), es decir, que no va a haber medidas de austeridad adicionales (o sea, nuevas privatizaciones y destrucción de lo público) pero eso no es más que otro engaño porque somete a los países al chantaje de la deuda. Y por eso reaccionan como han reaccionado, con la apertura de los sectores no esenciales.
En el caso español, ahora mismo se está jugando a la ruleta rusa: si sale bien, el gobierno -muy golpeado por la derecha clásica- saldría reforzado porque vendería que ha actuado «por el bien común» y no se ha comprometido más de lo necesario con la «disciplina fiscal» que siempre reclama la UE; si sale mal, al gobierno «progresista y de izquierdas» le queda muy poco tiempo porque estará acabado.
La ilusión de una Europa solidaria ha muerto y el sueño de «otra Europa es posible» se ha convertido en pesadilla porque ha demostrado que ni siquiera puede ser reformada en tiempos de crisis como la actual. No hay espacio para nada más. La UE está muerta, es incompatible con la justicia social y la defensa de la salud pública, impide salir de la recesión y del paro, tiene el chantaje como norma y como arma. Así que llega el momento de optar: por la UE mediterránea como mal menor, o por ninguna como todo salvador.
(Aparecido en el blog del autor, «El territorio del lince«, el 13 de abril de 2020)