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¿Interferir? ¿Reconocer? Historias sobre los valores de Occidente

Hablando del poder de la calle llego a Macedonia. Son dos ejemplos cercanos en el tiempo: Catalunya salió masivamente a la calle, Macedonia se quedó masivamente en casa. Los politicastros habituales, nuevos y viejos, claudicantes siempre, hicieron lo posible por que en el primer caso la gente tragara con sus renuncias y en el segundo que la gente tragara con las imposiciones. Dos fracasos. Pero la historia de lo ocurrido en Macedonia es tan curiosa que os la voy a contar.

Macedonia es un país de dos millones de habitantes producto de la fragmentación de Yugoslavia tras la guerra de agresión de la OTAN, tan democrática ella, en 1999. Que fuese una guerra no solo contra Yugoslavia sino contra el derecho internacional es lo de menos. Es la norma clásica del muy democrático Occidente y sus valores. Lo que fue válido entonces, con Kosovo como  máximo exponente, no lo es ahora con Catalunya, por ejemplo. Hipocresía en estado puro e hipócritas todos, nuevos y viejos politiquillos, quienes defienden el sistema en el que se sustenta dicha hipocresía y que tiene unos tan confortables sillones.

Veréis: Macedonia es crucial para los planes de EEUU (y, por lo tanto, de la OTAN) para cortar el suministro de gas ruso hacia Europa. La principal razón de la guerra en Siria fue evitar que el gas ruso-iraní llegase por allí, por lo que se planteó una alternativa del gas qatarí-saudita. Eso es ya historia tras la victoria de Al-Assad con el apoyo ruso-iraní y sin despreciar a Hizbulá. Para lograr ese objetivo con Macedonia, había que solucionar el último escollo, el nombre del país, puesto que Grecia se oponía dado que Macedonia es históricamente una zona griega. Desde la guerra contra Yugoslavia y la desmembración del país, Macedonia es conocida como Antigua República Yugoslava de Macedonia.

Durante casi 20 años Grecia se negó a acuerdo alguno en el cambio de nombre. Llegó Syriza, esa «izquierda radical» que hizo las delicias de todos los «progres» europeos que acudieron en tromba a Atenas a solidarizarse y a empaparse de discursos y métodos. Syriza tardó ocho meses en desdecirse de todo lo que había dicho y hoy es el siervo más dócil de la moribunda Unión Europea: aceptó las imposiciones de Bruselas, de la OTAN, de EEUU. La sumisión llegó incluso al debate con Macedonia y aceptó el cambio de nombre para el país, una condición imprescindible para que pudiese ser miembro de la UE y de la OTAN. El nuevo nombre que se acordó fue Macedonia del Norte.

El domingo pasado hubo un referéndum para que la gente votase el cambio de nombre y ese cambio era vital, es vital, para la UE, para la OTAN y para EEUU.

Tan es así que quienes no interfieren nunca en los asuntos internos de otro país, y no como los rusos (es sabido que hasta lo hicieron en Catalunya) o ahora los chinos (Trump dixit), han hecho lo siguiente:
– EEUU destinó 8 millones de dólares a la campaña en favor del cambio de nombre (reconocido por Mattis).
– Varios diplomáticos europeos y estadounidenses (con Kurt Volker como paradigma) acudieron al país para alentar a la ciudadanía a «no dejar que los rusos se salgan con la suya en Macedonia» (sic).
– Merkel visitó el país para «reforzar al gobierno» durante la campaña.
– Stoltenberg, el secretario general de la OTAN hizo lo mismo y dijo que era «vital para la contención de la amenaza rusa».
– Morgherini, jefa de la política exterior de la UE, visitó el país durante la campaña.
– Gran Bretaña, el tradicional siervo de EEUU en Europa, destinó una cuantía de dinero aún no conocida a «apoyar al gobierno [macedonio] en el referéndum».

Estos democráticos representantes de los valores occidentales, quienes nunca interfieren en otros países (y no como los rusos y ahora también los chinos), buscaban «asegurar a los macedonios que su seguridad y prosperidad futuras serán mejores con una integración completa en las estructuras occidentales».

La gente ha dicho que se vayan a la mierda todos ellos, y lo que representan, y no ha ido a votar con lo que todo queda de nuevo en el aire. Es una derrota para la UE, para la OTAN y para EEUU. En virtud de sus propias leyes, el referéndum no es válido porque sólo fue el 34% a votar y se necesitaba el 50% más un voto.

Pero les da igual. La UE ya ha animado al gobierno a «seguir adelante» con el cambio de nombre «porque la gran mayoría de los que ejercieron su derecho de voto dijeron ‘sí’ al acuerdo sobre el nombre y la forma europea» (sic). El gobierno macedonio dice que está en ello, llegando a decir que «se votó con los pies y no con la cabeza» (sic). El inefable Stoltenberg «da la bienvenida a la votación e insta al gobierno a usar esta oportunidad histórica» (sic). EEUU (Departamento de Estado) «acoge con satisfacción los resultados porque los ciudadanos expresaron su apoyo a la membresía de la OTAN y de la UE al aceptar el acuerdo entre Macedonia y Grecia» (sic).

Otras votaciones, en otros sitios, con porcentajes similares son rechazadas por «no representativas». Por no ir a América Latina me quedaré en Europa. En el año 2016 en Hungría hubo un referéndum sobre las cuotas de inmigrantes establecidas por la UE. Como en Macedonia, la legislación húngara establece que para tener validez tiene que votar el 50% más un voto. Acudió a votar el 44% de la población y mayoritariamente se rechazó esas cuotas de la UE. Desde la UE se dijo que no era legítimo (sic) debido al bajo número de votantes requerido por la ley. Dos ejemplos: la representante oficial de la UE dijo entonces que «si se reconociera que el referéndum se ha realizado, reconoceríamos sus resultados, pero el referéndum falló» (sic). El entonces presidente del Parlamento Europeo, el socialdemócrata Martin Schutz, dijo que «agradecía públicamente al pueblo húngaro el haberse quedado en casa y no ir a votar» (sic).

Valores, valores occidentales y lecciones de democracia en estado puro.

La opinión de la gente importa una mierda si no es la que pretenden, como es habitual. Luego, como en Catalunya, la gente se harta, sale a la calle y ya es «violencia». O sea, que ni en casa pensando por sí mismos, ni en la calle, actuando por sí mismos: en el redil. Simples borregos siguiendo el silbato del pastor. Eso es lo que quieren quienes mantienen la estupidez de las «instituciones» y los «valores occidentales». Por eso, entre otras cosas, tampoco quieren referendos ni nada que se le parezca. Y en el caso de Macedonia, lo que hay que hacer es sancionar a esa gente que se quedó en casa y hacer que desaparezca el nombre de macedonia hasta en el postre. ¡Que desaparezca la macedonia de frutas!

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