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La descomposición del orden mundial (sobre monstruosidades y elecciones)

Tras la Segunda Gran Guerra, EE.UU. pergeña un orden mundial con unas instituciones globales encargadas de gestionarlo bajo su control (ONU, FMI, Banco Mundial y lo que sería el embrión de una organización mundial del comercio). Desde la desaparición del enemigo sistémico soviético el proyecto adquiriría una nueva dimensión cualitativa: llevar a cabo la proclamada “globalización neoliberal” para que los países signatarios de acuerdos de liberalización comercial cedieran su soberanía nacional y popular, y dejaran indefensas a sus sociedades frente a la multiplicada potencia de los mercados reguladores (que no regulados).

Por eso, un aspecto importante de lo que significan Tratados como el TTIP (entre UE y EEUU), es que buscan la privatización de la riqueza social y cultural acumulada a través de generaciones, así como también la mercantilización del patrimonio natural, al tiempo que institucionalizan la aplicación extraterritorial de las leyes estadounidenses, al estar basados en la jurisprudencia de EEUU, porque ningún Tratado o Acuerdo con este país puede contradecir sus leyes o el Congreso, ni EEUU acepta ninguna decisión de organismo multinacional que le contravenga. De ahí que rechace suscribir Convenciones, Protocolos y Acuerdos internacionales. Entre los no firmados por él están: la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW); Convenio para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena; Protocolo de Kyoto; Convención sobre la Prohibición del Empleo, Almacenamiento, Producción y Transferencia de Minas Antipersonal y sobre su Destrucción (Tratado de Ottawa); Segundo Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, destinado a abolir la Pena de Muerte; Convención Internacional sobre la Represión y el Castigo del Crimen de Apartheid; Convenio relativo a la libertad sindical y a la protección del derecho de sindicación; Convenio sobre la edad mínima de admisión al empleo; Pacto Mundial para la Migración, de Marrakech; resoluciones condenatorias de la violencia neofascista en Europa (sólo EE.UU. y qué curioso, Israel, se niegan sistemáticamente a suscribir esas condenas); Convención sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de los crímenes de lesa humanidad.

Además, entre algunos de los muchos Pactos firmados por EEUU pero no ratificados (por lo que se exime así mismo de su cumplimiento) tenemos el Tratado de prohibición completa de todos los ensayos nucleares; Convención Internacional contra el reclutamiento militar, la utilización, la financiación y el entrenamiento de mercenarios; Convenio Internacional para la represión de los atentados terroristas cometidos con bombas; Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la participación de niños en los conflictos armados; Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la venta de niños, la prostitución infantil y la utilización de niños en la pornografía; Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales; Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados; Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional. A ello hay que añadir que el 7 de octubre de 1985, los Estados Unidos declararon que en lo sucesivo no acatarían las decisiones de la Corte Internacional de Justicia de la ONU. También el 6 de mayo de 2002 declararon que dejaban de considerarse obligados por el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, llegando incluso recientemente a retirar la visa de entrada a la fiscal general de la Corte por intentar juzgar los posibles crímenes de guerra cometidos por ellos en Afganistán.

Pero todo ese orden global unilateral estadounidense, que obliga a otros a cumplir sus leyes mientras que ese país se desentiende de acatar cualquier ley internacional, comienza a descomponerse según se hunde económicamente el propio hegemón. Con ello, ciertas élites norteamericanas (las que apoyan a Trump) buscan replegarse a su continente, cortando puentes, es decir, deshaciendo los nudos de ese orden. En un proceso lento pero seguro de desconstrucción del derecho internacional y de la propia ONU, EEUU reconoció a Jerusalén como capital de Israel (otro país que se jacta de no cumplir ni una resolución de la ONU, y que según este organismo ha matado desde que se iniciaron las protestas de la Gran Marcha del Retorno, el 30 marzo de 2018, a más de 295 civiles palestinos, de los cuales al menos 56 menores –con otros 120 niños y niñas detenidos-, e hirió a más de 6.000 personas con armas de fuego, algo de lo que el flamante Festival de Eurovisión parece no haberse enterado). Seguidamente, anunció que se retiraba del Plan Integral de Acción Conjunta firmado con Irán, así como también del Tratado sobre armas nucleares con Rusia. Además, el pasado 26 de marzo, Estados Unidos reconoció la “soberanía” de Israel sobre el ?Golán ocupado, lo cual equivale a aceptar la adquisición de territorios mediante la guerra. Por si fuera poco, todo indica que últimamente no se detiene ni ante la violación de embajadas, como la norcoreana en Madrid o la de Venezuela en Washington.

Una particular modalidad de guerra que practica EEUU son las sanciones económicas contra países (que también obliga a otros a seguir). Hoy agrede así nada menos que a ?Bielorrusia, Burundi, Corea del Norte, Irán, Libia, Nicaragua, Cuba, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Rusia, Sudán, Siria, Venezuela y Zimbabwe; países soberanos a ?los hay que agregar entidades como las Repúblicas Populares de la región de Donbass (en ?Ucrania), el Hezbollah libanés y los huthis (en Yemen), entre ?otras.? Causando indescriptibles sufrimientos y mortandad en las poblaciones afectadas. Además de constituir actos de guerra condenados por la ONU, ¿puede llamarse a lo que hace EE.UU. en el mundo, “libre mercado”?

Obviamente no. El “libre mercado” sólo les sirve a los poderosos cuando son ellos los que ganan a los demás porque no tienen competencia. Por eso EEUU ha emprendido el camino del proteccionismo y una guerra económica contra su principal adversario en esta primera mitad del siglo XXI: China.

Todo esto es apoyado con mayor o menor seguidismo cómplice por sus aliados, entre ellos en lugar destacado, como pequeñín orgulloso de estar al lado del gigante, el Reino de España.

Si su papelón en la agresión a Venezuela ha llegado a las cotas más altas de lo patético, ahora se permite el lujo de acoger a un peligroso golpista en su embajada de Caracas. Juego aún más arriesgado de sostener para quien llama “golpistas” y encarcela a quienes sólo quieren votar, como ocurre con los presos políticos catalanes.

¿Y la Unión Europea, cuyas bondades no cesan de alabar nuestros medios de masas? Pues la UE es una construcción supraestatal destinada a mantener relaciones de desequilibrio entre sus partes, un sistema deficitario-superavitario diseñado para trasvasar riqueza colectiva de unos Estados (la mayoría) a unos pocos (sobre todo Alemania y su “hinterland” centroeuropeo), especialmente mediante el mecanismo de la moneda única. Es una institucionalidad concebida y conformada para ser irreformable (pues requiere de casi unanimidades imposibles para hacer cualquier cambio). Ese blindaje contra la democracia se manifiesta también en que las decisiones parlamentarias estatales quedan subordinadas a los marcos dictatoriales dados por la UE sobre inflación, déficit presupuestario, deuda pública o tipos de interés, por ejemplo.  De hecho, si hace falta, se modifican las propias constituciones, de manera que sea ‘anticonstitucional’ intentar cambiar la falta de soberanía nacional, como el tándem PP-PSOE demostró al cambiar el artículo 135, subordinando los derechos sociales reconocidos en nuestra constitución al pago de la deuda externa.

En estos momentos la UE se encuentra seriamente tensionada internamente (el euro y la falta de mecanismos de compensación fiscales y de hacienda están destrozando a los países deficitarios, entre los que comienza a encontrarse la propia Francia), al tiempo que enfrenta una muy difícil redefinición de sus relaciones con EEUU por las nuevas sanciones de Washington contra Irán y las medidas contra China y Rusia, que desatarán guerras y crisis económicas, financieras y monetarias muy perjudiciales para los intereses europeos (los cuales EE.UU. ha despreciado manifiestamente).

Frente a todo ello y en vez de construir fuerzas sociales y generalizar las protestas al estilo del movimiento de “chalecos amarillos”, las izquierdas “emergentes” europeas, como ha sido Podemos, intentan convencernos de que ellas sí pueden reformar lo irreformable y que con su mera incorporación a las instituciones será suficiente para cambiar el orden del caos de un capitalismo agónico. De brotar como la espuma en una operación de diseño mediático como pocas para asaltar esas instituciones y borrar del mapa a la vieja “casta” política, esa formación ha pasado a implorar a toda costa acompañar a una parte de aquélla en el poder institucional, para así participar también del Régimen del 78 heredero del franquismo.

Por eso deja de extrañar que algunos de sus cabezas de lista, candidatos o electos, puedan defender la venta de armas a Arabia Saudí para perpetrar cualquier genocidio, conceder medallas a vírgenes como en Cádiz o llamar “Hitler” a Maduro y así refrendar la masacre a Venezuela, como el número 1 de esa formación en la Generalitat Valenciana, o incluso pedir el empadronamiento como requisito para el empleo, como en Castilla La Mancha. Pero peor aún es que un PCE (con su retoño, IU) vaya detrás, se subordine a quienes se subordinan a la facción “progre” de la “casta”, desapareciendo prácticamente de la vida pública.

Desarbolada la izquierda transformadora, el capital exhibirá cada vez más monstruos como Vox, cuya función es dar miedo y que nos parezca razonable votar por los devastadores de sociedades y por quienes quieren ir de la mano con ellos.

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