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La guerra en Ucrania por delegación de la OTAN. Manuel Pardo

Por cuarta vez en la historia, el occidente capitalista descarga su máxima presión imperialista contra Rusia: la guerra contrarrevolucionaria en 1917, la operación Barbarroja de 1941, la expansión de la OTAN al este tras desaparición de la URSS y, por fin, el golpe de estado en Ucrania y la consiguiente guerra contra el Donbás.

El hostigamiento contra Rusia no ha sido necesariamente contra una concepción ideológica diferente (comunismo vs capitalismo), sino por hacerse con el control de los recursos y los mercados de Rusia y de todo el planeta, para lo que era preciso neutralizar su potencial militar.

Esto constituye una constante en el accionar imperialista, de manera que el hostigamiento contra Rusia no es más que la manifestación concreta, en ese espacio concreto, de la guerra imperialista, abierta o encubierta, contra quienes se resisten a su expansión y que adopta formas diferentes según el escenario y las circunstancias; lo que denominamos la guerra-mundo.

Hay que señalar que, si bien el hostigamiento contra Rusia es secular, puede hablarse de guerra abierta desde que EEUU y la OTAN dieron un golpe de estado para deponer a Yanukovich, que era partidario de mantener un estatus a medio camino entre occidente y Rusia y la guerra que lanzó el gobierno golpista para acabar con toda manifestación de apoyo a Rusia.

La declaración de independencia de Donetsk y Lugansk se hizo a consecuencia de las razias iniciadas por los escuadrones nazis contra la población rusohablante, toleradas y alentadas por el propio gobierno golpista, que desplegó toda una política de apartheid contra ella.

Rusia mantuvo una actitud muy prudente, sin reconocer a las repúblicas y colaborando siempre en los esfuerzos de paz que condujeron a los acuerdos de Minsk, con su propio aval y el de Alemania y Francia.

Mientras tanto, EEUU y el Reino Unido estuvieron armando y entrenando a las tropas ucranianas, que mantuvieron el sitio contra las repúblicas del Donbás, con rupturas del alto el fuego frecuentes. Serían los batallones neonazis, encuadrados finalmente en el ejército ucraniano, sobre quienes el gobierno ucraniano haría recaer la responsabilidad de mantener el asedio.

Simultáneamente, EEUU movilizó a la OTAN en una campaña de hostigamiento a base de desplegar batallones multinacionales en Polonia y los países Bálticos, estacionamiento de aviación de combate en estos últimos y el desarrollo de continuas maniobras militares desde el Báltico al mar Negro, justificadas siempre con la excusa de la “anexión” de Crimea por Rusia.

El hostigamiento contra Rusia ha llegado al paroxismo cuando se ha concluido el gasoducto North Stream 2, que suministraría desde Rusia hasta el 40 % del gas necesitado por Alemania. A punto de empezar su explotación, era necesario para EEUU boicotear cualquier posible relación estable y a largo plazo entre Rusia y Europa, que pondría en peligro el control que ejerce EEUU sobre Europa a través de la OTAN.

Todo ello, en el contexto de la crisis económica del sistema capitalista que, iniciada en 2008, volvió a resurgir con fuerza a finales del 2018 y del que los grandes poderes económicos y financieros se sirvieron para proponer un reajuste del sistema para garantizar la tasa de ganancia: el Gran Reset, que habría de hacerse a costa un gran sacrificio para las clases populares.

La crisis de la globalización capitalista se había venido fraguando mientras emergían dos formidables competidores comerciales, Rusia y China, que, aún dentro de las mismas reglas del orden económico capitalista, aparecían como una alternativa real a las promesas incumplidas y a las imposiciones del mundo euroatlántico.

Se añade a ello la evidencia de una crisis ecológica y medioambiental innegable y la aparición (veremos en el futuro si intencionada o no) de la pandemia del coronavirus. El distinto tratamiento de “sálvese el que pueda” con que se ha respondido a la pandemia desde el mundo capitalista occidental, en comparación con las fórmulas seguidas por las potencias emergentes e incluso, por países de tradición revolucionaria y antiimperialista, ha abierto los ojos de mucha gente sobre las contradicciones insalvables del modelo de gestión existente.

Surgen así las primeras fisuras en el mundo capitalista occidental, tanto por la desconfianza de las poblaciones, como por las contradicciones que emergen en el mantenimiento del vínculo trasatlántico.

Todo ello ha acelerado la necesidad de apretar las filas alrededor del hegemón. Una guerra abierta contra Rusia ofrece esta posibilidad; y más, si lo que consiguen trasladar a la opinión pública es la matriz de Rusia como potencia imperialista que invade un pobre país que necesita urgentemente el auxilio de los buenos chicos de la OTAN.

Es preciso confrontar la actitud de EEUU y el Reino Unido, que han buscado deliberadamente elevar la tensión hacia la confrontación (en la tranquilidad que les da pensar que el campo de batalla les queda muy lejos), radicalmente opuesta a la manifestada por Rusia, que ha reiterado hasta la saciedad sus llamamientos al entendimiento y a la búsqueda de un arreglo de convivencia pacífica que tenga en cuenta también la seguridad de Rusia.

No han dado otra opción a Rusia que la invasión de Ucrania. Es lo que buscaban. Y aún así, Rusia ha mantenido desde el primer momento del operativo militar una contención admirable, como ya demostrara en la guerra de Siria: su intención no es arrasar Ucrania, sino liberarla de los impulsos nacionalistas excluyentes nazis y evitar su rearme y su alineación con la OTAN.

Todas las guerras son terribles; pero cometeríamos un error mayúsculo si nos dejáramos envolver por la propaganda y convencer de que es Rusia la responsable de una guerra que, aunque traten de ocultarlo por todos los medios, la inició EEUU, por delegación en los nacionalistas ucranianos, en 2013.

La intenciones de EEUU, declaradas a lo largo de la historia, han sido despedazar a Rusia para hacerse con sus riquezas, una vez destruidas sus estructuras de estado. Además, neutralizar su capacidad militar que es lo único que puede detener hoy la expansión imperialista.

El objetivo último, desde luego, es China; pero no podrá acabar con China mientras exista el potencial militar ruso, equivalente, si no superior, al de la OTAN.

Esa es la última razón por la que quieren mantener el conflicto vivo: desgastar a Rusia en el avispero ucraniano y con terribles sanciones económicas, mientras dedican sus recursos en operaciones encubiertas de desestabilización de Rusia desde el interior.

Intentarán que la guerra convencional se prolongue cuanto sea posible; no pueden permitirse la escalada a la guerra nuclear porque saben que terminaría con todos; y esa es la razón de las reiteradas declaraciones de EEUU de que no va a enviar tropas (a Ucrania), ni permite la transferencia de aviones desde Polonia, ni va a declarar el cierre del espacio aéreo; todo ello implicaría la intervención directa y abierta de la OTAN, a riesgo de una escalada a la guerra nuclear.

En Rusia son muy conscientes de todo ello, el peso de la historia de la guerra contra la Alemania nazi es demasiado poderoso y por eso no pueden volverse atrás ahora: seguirán en su operación hasta que se deshagan de un gobierno marioneta y de las milicias, mercenarios y batallones nazis manejados por la OTAN, sobre los que el gobierno de Zelenski apenas tiene control.

Las exigencias de Rusia para detener su operación están claras: reconocimiento de Crimea como parte de Rusia, reconocimiento de la independencia de Donetsk y Lugansk y estatuto de neutralidad de Ucrania como garantía de que no entrará en la OTAN. Son unas condiciones razonables para terminar con un conflicto en el que la principal víctima es la población civil de Ucrania, tomada como rehén por su propio gobierno y por los batallones nazis, manejados en la sombra por EEUU y el Reino Unido.

Ucrania tiene la guerra perdida de antemano; en consecuencia, todo apoyo militar a Ucrania es colaborar en la prolongación de la guerra y el sacrificio inútil de los ucranianos. El envío de armas y el refuerzo de las tropas españolas en el cerco a Rusia únicamente sirven al objetivo imperialista de mantener la guerra abierta, a riesgo de que en cualquier momento se salga de control.

Somos muy conscientes de que todo este discurso rompe radicalmente con el mantenido por la práctica totalidad de nuestros responsables políticos y de los medios de comunicación. Incluso, el relato sobre la “criminal agresión” de Rusia ha calado en los considerados más progresistas, contribuyendo, con mayor responsabilidad que la de los sectores más conservadores, a alimentar el pensamiento único y, peor aún, el no pensamiento en absoluto, limitándose a repetir en bucle sin fin las imágenes del sufrimiento de los civiles, sin entrar para nada en sus causas.

Hay que solidarizarse con los refugiados de guerra y prestarles todo el apoyo necesario; pero ya basta de instrumentalizarlos para criminalizar a Rusia. Y es preciso esforzarse al máximo en conseguir acuerdos de alto el fuego que permitan al gobierno ucraniano evacuar a la población civil, utilizada por los batallones nazis como escudos humanos para evitar el último asalto de las tropas rusas a sus reductos en las principales ciudades.

Esta guerra no es la guerra de España; de hecho, desde los gobiernos se insiste en que la OTAN no va a intervenir. ¿Por qué entonces se ha decretado el cierre de todos los medios de comunicación rusos?¿Es aceptable que se prive a la población de un país que no es beligerante de la versión de los hechos desde uno de los bandos?

La realidad es que España si que está participando en esta guerra, pero de manera encubierta. Y que esta guerra ha sido iniciada por los EEUU y sostenida por la actitud de sumisión de los miembros de la OTAN. Por tanto, hay que exigir de nuestro gobierno el cese total de las actividades hostiles contra Rusia, contribuir al auxilio de la población civil refugiada y a la pacificación de Ucrania a través de negociaciones.

Sin embargo, las negociaciones de Rusia con Ucrania solo pueden llevar a acuerdos limitados de alto el fuego para evacuación de poblaciones. EEUU no va a permitir que la guerra termine. Ello solo será posible si conseguimos romper nuestra sumisión (y la de toda la UE) a la OTAN, tanto en gestos políticos como en la contribución a una campaña de propaganda de guerra que no es la de Europa contra Rusia.

Es hora ya de cambiar la orientación de nuestra política internacional, de hacer un verdadero esfuerzo diplomático de negociaciones de paz y de sacudirse de una vez el yugo de la OTAN y el sometimiento a los EEUU. La paz solo será posible si la población de todos los países de la OTAN se organiza para exigir de nuestros gobiernos el cierre de la organización y dejar a la criminal sed de dominio, imposición y guerra de las élites de los EEUU desnuda ante el mundo.

Es nuestra responsabilidad ante las futuras generaciones.